Beck y los nuevos materiales del pop
Los fans quieren escuchar música, pero también verla y tocarla. Como en «Song Reader», el libro de partituras de Beck
jesús lillo
Dice Beck Hansen que la idea de publicar las partituras de un disco inexistente le rondaba desde hace dos décadas, cuando alguien le envió la versión escrita de uno de sus primeros álbumes, «lleno de ruido, ritmo y distorsión, con un montón de ... elementos sonoros mezclados para ser escuchados, no transcritos y reducidos a abstracciones». Aquella experiencia, recuerda el autor de «Loser», le llevó a reflexionar sobre la posibilidad de lanzar una colección de canciones sin los condicionantes personales que cada compositor refleja en el proceso de grabación y, también, sin los prejuicios sonoros que lastran cualquier reinterpretación posterior de los materiales fonográficos.
Lanzado como un guante a consumidores y profesionales, la carpeta de partituras de Beck es el punto de partida de un reto musical que ha llevado a centenares de músicos a grabar en vídeo y reenviar al compositor californiano sus propias versiones, a menudo infames, de las piezas incluidas en este álbum. Celebridades como Stephen Merrit o Jolie Holland se alternan en este concierto virtual y fragmentario con participantes anónimos, tentados por una suerte de «Harlem Shake» académico que desde hace varias semanas invita al desfase y la canallada.
Vuelta al vinilo
Pese a su prolongado proceso de gestación, la edición de «Song Reader» , reciente y primorosamente publicado en Europa por la británica , coincide con un anacrónico y paradójico viaje de vuelta que, de forma paralela a la digitalización de los productos culturales, está llevando a los aficionados al pop a consumir música en soportes físicos. La búsqueda de valores añadidos no solo ha permitido que en los últimos años aumente de forma exponencial la venta de vinilos, que en 2012 recuperaron las cifras de 1997, por encima ya de los 130 millones de euros en todo el mundo, sino a rematerializar, a través de los ingredientes más rebuscados, unas canciones que la revolución de internet había comprimido en bits y, en el mejor de los casos, ilustrado y coreografiado para su proyección en Youtube.
La celebración, dos semanas atrás, del día de las tiendas de discos, aprovechado por la industria para sacar al mercado ediciones muy cuidades y limitadas del catálogo clásico del rock, en los antípodas creativos de las canciones de consumo que figuran en la lista publicada el pasado domingo por Apple para repasar los superéxitos comerciales de los diez primeros años de historia de iTunes, se saldó con unas ventas en Estados Unidos que alcanzaron las 200.000 unidades, un 3 por ciento por encima, según Nielsen, de los datos de 2012. En el Reino Unido, el aumento de ventas fue del 60 por ciento en el apartado de álbumes y del 20 por ciento en cuanto a sencillos.
Música para los sentidos
Fue la reedición de «Zaireeka» (1997), experimento musical de los Flaming Lips -que obliga a reproducir de manera simultánea y milimétrica cuatro discos para obtener su señal, ejercicio bastante complejo a partir de piezas de vinilo, soporte elegido en esta ocasión- el plato fuerte de un Record Store Day que este año ha disparado la demanda del público por una cacharrería paramusical perfectamente inútil a estas alturas, pero tentadora y sobre todo rentable, con una cotización creciente para quienes, puestos a adquirir canciones, prefieren invertir sus fondos y especular en un mercado de bienes tangibles. Envuelta en calaveras de gominola o corazones de chocolate, dos de las carcasas facturadas por los Flaming Lips , la música seduce en todos los sentidos, del tacto a la vista.
Desde que en 2010 Danger Mouse y Sparklehorse publicasen su revolucionario «Dark Night Of The Soul» -un libro con ilustraciones de David Lynch que incluía un CD virgen; la música había que buscarla en los surtidores de música ilegal de Internet-, el sonido grabado, accesible en la red, gratis o a bajo coste, ha sido la simple excusa para la edición de artefactos cada vez más elaborados y cotizados. Dos años antes de que saliese al mercado la radical oferta editorial de Danger Mouse, Of Montreal había distribuido «Skeletal Lamp», su noveno disco, a través de los códigos de descarga incluidos en una gama de productos que incluía lámparas y otros elementos decorativos.
Planteada por Beck desde hace años, y retrasada por la conocida afición del autor a capitanear proyectos tan dispares como su concurrido Record Club o la reciente y megalómana grabación orquestal del «Sound And Vision» de Bowie. la esperada publicación en Europa de «Song Reader» marca un nuevo techo en el proceso de rematerialización del pop, simple bien de consumo en las tiendas de Apple y, cada vez más, objeto de deseo para quienes no entienden el culto musical sin su correspondiente parafernalia.
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