Las perlas artificiales de Juan Diego Flórez
El tenor peruano protagoniza este domingo la última de las tres funciones que ofrece, en versión de concierto, el Teatro Real de la ópera de Bizet «Los pescadores de perlas»
alberto gonzález lapuente
Tienen las perlas artificiales brillo, textura y apariencia muy similares a las verdaderas, pero se diferencian de estas en el proceso con el que se fabrican. Lucen y aparentan, sirven para vestir, y tiene su mercado. También lo congrega el tenor Juan Diego Flórez cantando ... el papel del pescador Nadir. En la segunda de las interpretaciones programadas en el Teatro Real se escucharon bravos desmesurados, gritos perdidos y enardecidos… todo ello sobre un lecho de aplausos respetuosos y nada entregados. Lo propio ante quien cantó con limpieza, calidad en la emisión, bonito color, el fiato justo para rematar las frases, poco timbre al apianar y una frialdad muy propia. Sucedió así en el aria «Je crois entendre encore», lenta porque había que asegurar, demasiado justa de entusiasmo aun siendo el momento culminante.
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La sensación es que a Flórez le pierde la tensión del momento, quizá porque el repertorio exige otra expansión. Hay gestos que le delatan, y por ello apareció en el segundo acto más decidido. Había pasado lo peor, incluido el dúo «Au fond du temple saint» en el que logró junto a Patrizia Ciofi calidad y empaste, que luego en «Dieu puissant, le violà» dio pie a algunos aplausos. Para entonces Ciofi ya había demostrado que todo era cubrir la voz, velar, afalsetar y también interpretar con histrionismo, inteligencia y paso precavido los momentos más comprometidos del papel, por ejemplo la cavatina «Comme autrefois» que se aplaudió con comedimiento.
Escaso lirismo y emoción
Junto a Flórez y Ciofi se escuchó a Mariusz Kwiecien, un Zurga robusto y con sustancia vocal, que empezó a raspar ligeramente la voz en «Une fille inconnue», en el primer acto, antes de que se anunciara tras el descanso un problema alérgico. Roberto Tagliavini completó el reparto planteando con solvencia la escasa presencia del sacerdote de Brahma Nourabad, esto es entrando y saliendo al escenario. No cabía o no hubo más en esta versión de concierto de «Los pescadores de perlas» de Georges Bizet, tan bien resuelta como escasa de guiños entre los intérpretes, poesía, lirismo y emoción. De fabricación industrial y poco ecológica, o lo que es lo mismo, y según el maestro Daniel Oren, gastando mucha energía en el gesto, incluyendo algún salto en el podio y varias fornidas respiraciones, pero alcanzando sólo resultados correctos. En el escenario con el Coro Titular del Teatro Real no siempre bien empastado y en el foso con una aseada lectura orquestal.
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