Muere Pedro Navascués, el más bravo defensor de la arquitectura española

Consagró su vida, desde el día en que terminó su licenciatura, a la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, donde impartió magistral enseñanza de historia de la Arquitectura, como catedrático y como emérito hasta su jubilación

Rafael Manzano Martos

Se nos ha ido, como arrebatado por la noche, uno de los grandes de la historiografía de la arquitectura española, Pedro de Navascués y de Palacio. Nacido en Madrid en 1942, fue catedrático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, donde ejerció la docencia ... desde 1964, además de académico numerario de las Reales Academias de San Fernando (Madrid), de Barcelona, Sevilla, Valladolid, Málaga, Cádiz, Tenerife, Toledo y Segovia, entre otras distinciones.

Lo conocí muy joven, en el seno de una de aquellas familias numerosas de la posguerra española, que además estaban integradas por varias generaciones de miembros consagrados o por consagrar, a los más variados saberes de la Universidad Española. El padre, Joaquín María de Navascués y de Juan, era historiador, experto en paleografía y numismática, pero sobre todo gran museólogo, que por aquellos años gobernó la reinstalación de todos los museos arqueológicos de España y, como su comisario de defensa del patrimonio artístico, se ocupó de las obras de restauración afectadas por problemas arqueológicos.

Frente al carácter autoritario del padre, doña Pilar, la madre, era el gran signo de ternura del hogar.

La numerosa familia vivía en el grupo de viviendas para catedráticos de la Ciudad Universitaria de Madrid, que llamábamos con cierto sentido del humor 'la profesorera'. Entre los profesores de las distintas especialidades, había fructíferos intercambios de saberes, aunque no faltaban rencores y algunas que otras rencillas profesionales.

Don Joaquín, preso en la Cárcel Modelo, se salvó milagrosamente de una muerte segura, gracias al arrojo de un cura amigo y paisano, Pascual Galindo, que, disfrazado de miliciano, lo sacó de allí y lo refugió en la casa de nuestro maestro Gómez Moreno.

De aquellos días, mi gran amigo era Javier, hermano mayor de Pedro, compañero en la carrera de Arquitectura. Pedro, más joven que yo, iniciaba sus estudios de Historia del Arte en la facultad de Letras, bajo la atenta mirada de grandes profesores como Diego Angulo, Sánchez Cantón y otros.

Con Pedro, coincidía tanto en su casa como en nuestras visitas vespertinas a la de Gómez Moreno, con gozo infinito de saber. Cuando, como estudiante de arquitectura me incorporé al estudio de Fernando Chueca, quiso conocerlo, e inmediatamente lo tomó por maestro, investigando bajo su dirección, su tesis doctoral, que supo poner orden en el riquísimo capítulo de la arquitectura madrileña del siglo XIX. No es este el lugar de recordar su copiosa labor de recopilación e investigación de la arquitectura española, pero sí la labor rica y multiforme de una vida consagrada al estudio, conocimiento y defensa del arte y muy especialmente de la arquitectura. Sus contactos con Portugal y el arte manuelino, lo llevaron al solemne doctorado 'honoris causa' por la Universidad de Coímbra. Pero Pedro había consagrado su vida, desde el día en que terminó su licenciatura, a la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, donde impartió magistral enseñanza de historia de la Arquitectura, como catedrático y como emérito hasta su jubilación.

Académico de la Real de Bellas Artes de San Fernando, donde fue elegido en su día, vicedirector y tesorero, ha venido siendo como presidente de su Comisión de Monumentos y Patrimonio Histórico, el más bravo defensor de la arquitectura española, de sus catedrales y de sus maltratados monumentos.

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