lejos de ítaca
Dalila necesita una tila
Aquellas palabras me devolvieron de golpe la esperanza y sin pensarlo dos veces le planté un pico. O sea, le di un «beso superficial en los labios», como define la RAE
San Ildefonso Square
Fotograma de 'Sansón y Dalila'
Con la excusa de escribir un artículo sobre Tartessos, me escapé al coto de Doñana. Como en aquella canción del verano, la playa estaba desierta, así que fui directa al agua. Al principio pensé que me había cortado con una roca, pero al salir, ... la rodilla había desaparecido bajo una especie de bulto rojizo caliente como el núcleo de la tierra. Al ritmo de un agradable cosquilleo, la pierna iba desapareciendo de mi información neuronal y fue entonces cuando decidí consultar con el socorrista que bajó muy despacio de su torre vigía con su pelo surfero movido por el Levante y su torso Belvedere como en un anuncio de Dolce&Gabbana.
Con profesionalidad veterana me observó la rodilla de cerca y sentenció: «Pez araña: agua caliente, sal y paciencia porque ha sido una picadura superficial; en una hora volverás a sentir el miembro, eso te lo aseguro». Aquellas palabras me devolvieron de golpe la esperanza y sin pensarlo dos veces le planté un pico. O sea, le di un «beso superficial en los labios», como define la RAE, cuyo uso o abuso ha dado bastante que hablar estas últimas semanas.
«¿Tendrá esto consecuencias, Paula?», le pregunté, aterrorizada, a mi abogada, que además de amiga es sabia. «Tranquila», me dijo. «Las revoluciones son así de contradictorias»
Él me dio una palmadita de consuelo en la espalda y volvió a su puesto de oteador. Pero a mí me asaltó una incómoda sensación: ¿Seré yo metoo o en mi caso, youtoo? ¿Lo será el osculado? ¿Habré cometido delito? Porque no había consentimiento por su parte; yo estaba ejerciendo un puesto de privilegio exigiendo que se hiciera uso de mi derecho a recurrir a los servicios públicos y sociales que todos los ciudadanos pagamos con nuestros impuestos y ese pobre maromo no era más que un instrumento puesto a mi servicio.
Mira que si me denuncia. Podría hacerlo porque él sí vive en un Estado de Derecho y puede cambiar su destino. Pensé en Holofernes, en Sansón, en San Juan Bautista, en Agamenón, hasta en el amante japonés del Imperio de los Sentidos. Y sentí un escalofrío imperioso. «¿Tendrá esto consecuencias, Paula?», le pregunté, aterrorizada, a mi abogada, que además de amiga es sabia. «Tranquila», me dijo. «Las revoluciones son así de contradictorias. Yo respeto mucho a las Dalilas, pero hay algunas últimamente en las redes sociales a las que condenaría en los tribunales a tomarse una buena tila. O dos».