El carácter global del español
Los idiomas no sólo nacen, también se hacen. Constituyen la expresión última de las culturas humanas, el artefacto más delicado y reciente, la esencia de una globalización constructiva
Los idiomas no sólo nacen, también se hacen. Constituyen la expresión última de las culturas humanas, el artefacto más delicado y reciente, la esencia de una globalización constructiva. En este contexto, la presencia no solo relativa sino absoluta del español, constituye un hecho de civilización ... definitivo. En su carácter expansivo, llegó desde el Renacimiento a todos los rincones a bordo de los barcos y las mentes de quienes protagonizaron la primera globalización. Malinche, la heroína que puso fin junto a Cortés a las torturas del imperio de los Aztecas, escuchó castellano. Su hijo mestizo, Martín, en cambio, aprendió otro idioma, más moderno: el español. Tres siglos después, el venezolano Andrés Bello entendió en el moderno Chile decimonónico que la vida requería una gramática. La del español daría sentido a la suya.
Los proyectos políticos hispanoamericanos, tras la ruptura del imperio español, hicieron de la lengua española una herramienta de ciudadanía. Quedó así inscrita en la educación pública, periódicos, cartillas y revistas. Es una historia que estamos recuperando, mas esa opción modernizadora americana por la lengua española devolvió a la antigua metrópoli la exigencia de proyectarse hacia fuera. Ni la cultura de la Edad de Plata española (es decir, el bullir de los años veinte), ni la modernización posterior, tienen explicación sin las redes atlánticas del español. Más allá, podríamos decir, con la presencia hispanoamericana renovada en España y las emigraciones recientes, con la última edición de la lengua de andariegos que siempre ha sido el español, en libros, pantallas, ciencias y letras, hipertextos y metaversos, volvemos, felizmente, a lo de siempre. A estar en todo el mundo. Hay que cuidar nuestro idioma español. Ni es eterno ni nos pertenece. En ello nos jugamos el futuro.