El mundo perdido de Stefan Zweig

La reedición y nuevas traducciones de la obra del escritor austríaco revelan la vigencia de sus reflexiones sobre la vieja Europa 81 años después de su suicidio

Stefan Zweig ABC

Jesús Marchamalo

El lunes 23 de febrero de 1942 encontraron en la casa que tenían alquilada en Petrópolis, Brasil, los cadáveres de Stefan Zweig y de su mujer, Lotte Altman. La pareja que los atendía -Antonio y Dulce Moraes- había llamado temprano a la ... puerta del dormitorio sin recibir respuesta pero, suponiendo que se habrían quedado hasta tarde trabajando, decidieron dejarles descansar. Horas después, alarmados por el silencio, y ayudados por unos vecinos, descerrajaron la puerta y encontraron sus cuerpos sobre una de las camas. Estaban tendidos uno junto al otro, él con una camisa de manga corta y corbata, y ella, a su lado, vestida con un camisón.

La policía hizo dos fotos de los cadáveres: en una, probablemente la primera, Lotte está abrazada a su marido, casi protegiéndolo; en la otra, la que se difundió en la mayoría de los periódicos, los cuerpos están separados y apenas parecen entrelazar sus manos en una postura antinatural, consecuencia, posiblemente, del 'rigor mortis'. A los inspectores debió parecerles indecoroso que los cuerpos de los suicidas se vieran abrazados, y decidieron manipular la escena. El médico, Mario M. Pinheiro, certificó la muerte por envenenamiento. Ambos habían ingerido una dosis letal de Veronal esa madrugada, al parecer no al mismo tiempo, lo que explicaba que el cuerpo de Lotte aún estuviera caliente cuando los encontraron.

El resto del dormitorio estaba perfectamente ordenado: en sobres y carpetas, encontraron los manuscritos en los que habían estado trabajando hasta el último día. Había cartas franqueadas con las direcciones de alguno de sus amigos, un sobre dirigido a la propietaria de la casa, con el dinero del alquiler y una nota en la que se disculpaban por los inconvenientes, y, sobre la mesilla, un folio escrito en alemán en el que Zweig explicaba los motivos del suicidio. Hablaba del cansancio tras deambular por distintos países durante casi diez años, y de la certeza de que su patria espiritual, la vieja Europa, se destruía a sí misma.

Narrador delicioso

«En una época como la nuestra, que se recrea en la propuesta de cancelar la memoria o de convertirla en ideología y doctrina, Zweig nos ofrece un testamento directo de su mundo de ayer -afirma Mauricio Wiesenthal-. Ante todo, es un narrador delicioso y dotado de un sentido único de ritmo y musicalidad. Sabe iluminar los escenarios y sus personajes con un instinto cinematográfico, quizás porque nació con las primeras luces del cine. Supongo que lo primero que leí de él fueron los 'Momentos estelares de la humanidad'. Y diría que, aun siendo hijo de una familia de fortuna, Zweig guarda la memoria de las aldeas de Austria y Centroeuropa, donde el maestro judío enseñaba con ternura de padre y modestia de lápiz, más que con pretensión de pluma».

Stefan Zweig nació en Viena en 1881, en el seno de una familia judía acomodada. Su padre, Moritz Zweig, fue un acaudalado empresario textil, y su madre, Ida Brettauer, era hija de un banquero de ascendencia italiana. Fue a los mejores colegios antes de doctorarse en Filosofía, sobrevivir a la Gran Guerra y convertirse en uno de los escritores más populares y exitosos de su tiempo. Amigo de Josep Roth, de Thomas Mann o de Rainer Maria Rilke, el mismo Auguste Rodin le propuso esculpir un retrato suyo, para el que llegó a dibujar incluso unos bocetos.

Viajero infatigable

Sus obras -novelas, biografías, ensayos, obras teatrales- se vendían por decenas de miles, y era con frecuencia requerido para firmas de libros, actos y congresos literarios, o para dictar conferencias. Viajero infatigable -'el salzburgués volador', le llamaba su amigo Hermann Hesse-, visitó Moscú invitado por el Gobierno soviético para participar en los actos del centenario de Tolstói, cuya tumba, en Yasnaia Poliana, le impresionó sobremanera; en Londres, acompañó a Salvador Dalí a visitar a Sigmund Freud, de quien era amigo, y en Estados Unidos tuvo un encuentro con Albert Einstein durante su exilio en la Universidad de Princeton en los primeros años treinta.

La llegada de Hitler al poder, en enero de 1933, no sería sino el inicio de una tragedia en la que, casi enseguida, los judíos empezaron a sufrir el acoso y la persecución del nuevo régimen. Cuando a finales de ese año la Cámara de los Libreros Alemanes publicó la lista de los libros prohibidos, había quince de Zweig que acabaron ardiendo en las plazas en las que, arrogantes, los jóvenes de las SA los lanzaban al fuego.

En febrero del año siguiente, la policía austríaca registró su mansión en Kapuzinerberg, cerca de Salzburgo, en busca de armas. Una casa que habían visitado Paul Valéry,Maurice Ravel, Béla Bartók, Arturo Toscanini, H. G. Wells y otros muchos escritores y artistas. Y advertido por las autoridades de que podría ser detenido y despojado de la ciudadanía, decidió huir del país.

«El demonio del coleccionismo»

«El nazismo se fundamentaba en una ruptura 'revolucionaria' con los ideales universales del humanismo -es de nuevo Mauricio Wiesenthal-. Sus consecuencias terribles fueron la guerra, el racismo y el odio contra los que ellos sentían como distintos. Es natural que para Zweig el nazismo y el fascismo significaran el fin brutal de sus ideales, pues era ante todo un europeo ilustrado, y más concretamente un socialista de espíritu libre».

Zweig, con su mujer, Lotte Altman, alrededor de 1940. Junto a Joseph Roth en 1936 en Ostende (Bélgica); y con su hermano Alfred en Viena (1900) ABC

«El demonio del coleccionismo», llamaba a esa obsesión suya que, a lo largo de toda su vida, le llevó a buscar manuscritos de escritores y músicos. Ya desde niño, se recordaba solicitando notas autógrafas a la salida de los teatros o conciertos, y pocos años después se había convertido en un visitante asiduo de librerías anticuarias y casas de subastas en Berlín, Viena, París, Londres... Le obsesionaba el enigma de la creación, que intentaba desentrañar en el rastro del proceso que quedaba en los originales. Llegó a tener una impresionante colección de más de un millar de manuscritos: Balzac, Goethe, Nietzsche, Montaigne, Lope de Vega, e incluso una página del texto autógrafo de 'América', de Kafka, que le regaló su amigo .

También empezó a coleccionar partituras originales de alguno de sus compositores predilectos: Mozart, Händel, Richard Strauss -con el que colaboró en el libreto de alguna de sus óperas- o Beethoven, de quien coleccionaba también objetos que le pertenecieron: un violín, una brújula o su escritorio, que él mismo utilizó para escribir parte de sus obras. Antes de abandonar Salzburgo junto a Lotte Altman, su secretaria, con quien se casaría en segundas nupcias, arrancó las dedicatorias de algunos de sus libros, malvendió buena parte de su biblioteca y donó o vendió originales de su colección de manuscritos, partituras y grabados, que se dispersó para siempre.

Acusado de tibieza

Se refugió en Londres, primero, y después en Bath, en el suroeste de Inglaterra, donde recibió la noticia de que la Wehrmacht había invadido Polonia: el mundo que conocía, la vieja Europa, se desmoronaba. Fue acusado de tibieza a la hora de condenar de forma inequívoca a Hitler y su régimen de terror, y pasó los últimos años de su vida buscando un lugar donde rehacer su vida: Río de Janeiro, Buenos Aires, Nueva York y, finalmente, Petrópolis, en Brasil, donde llegó en agosto de 1941 y donde alquiló una casa en el número 34 de la rua Gonçalves Días, hoy convertida en un pequeño museo dedicado al escritor.

«Stefan Zweig fue un amor absoluto desde mi adolescencia -recuerda Mercedes Monmany-. Un amor luego confirmado (no siempre sucede, con igual intensidad) en mi edad adulta. Mi padre tenía sus obras completas y, sin preguntar a nadie de mi familia, empecé a leerlo a los catorce años y me convertí en una adicta. Una pasión que no podía comentar con nadie de mi generación (años setenta en Barcelona) porque nadie lo leía entonces. Se le consideraba un autor 'de padres', un best seller que se tenía en las casas 'tradicionales' como motivo decorativo. Hasta que un día el tío joven de una amiga me dijo que era su escritor preferido y me sentí menos marginada. Pero los prejuicios duraron mucho tiempo, incluso entre germanistas e intelectuales que arrugaban un poco la nariz al mencionar al grandísimo, como yo siempre lo he considerado, Stefan Zweig».

Su obra cayó después de su muerte en un periodo de olvido en muchos países, aunque en España algunos de sus títulos se siguieron publicando en ediciones Apolo -'Amok', 'Momentos estelares de la humanidad', 'Los ojos del hermano eterno'-; en Editorial Juventud, que en los primeros años cincuenta publicó sus 'Obras Completas' en cuatro tomos -novelas, biografías, memorias y ensayos-; o en Plaza y Janés, sello que en 1961 editó un tomo con sus biografías.

Aun así, no fue hasta 2002 -cuando la editorial Acantilado publicó, con una nueva traducción, 'El mundo de ayer'- cuando empezó a reivindicarse su figura como uno de los autores imprescindibles de la literatura europea del siglo XX, y algunos de sus títulos volvieron a convertirse en superventas: 'Veinticuatro horas en la vida de una mujer', 'Carta a una desconocida', 'María Antonieta', 'Momentos estelares de la humanidad' o su deslumbrante 'El mundo de ayer', del que se han publicado ya más de treinta ediciones. «Mi primer Zweig fue 'Veinticuatro horas en la vida de una mujer', y después 'El amor de Erica Ewald', pero el título que hizo que nunca más saliera de mi corazón fue 'La lucha contra el demonio', un libro que, nada más terminarlo, volví a empezar a leer». Sandra Ollo es la editora de Acantilado, la editorial que en los últimos veinte años ha publicado 44 títulos de Stefan Zweig. «Desde el principio nos propusimos sacar a Zweig de ese encasillamiento del que había sido prisionero durante años como autor de novela sentimental. Quisimos buscar ediciones completas de sus obras, porque algunas de las que circulaban eran versiones censuradas, y hacer traducciones de calidad y que respetaran su estilo literario. Es un proyecto bastante asentado ya en el que continuamos trabajando como teníamos planificado hacer. Estos días acaba de llegar a las librerías 'Tres poetas de sus vidas, Casanova, Stendhal, Tolstói'.

Dominio público

Desde enero de este año, la obra de Zweig ha pasado a dominio público al cumplirse ochenta años de su muerte, y han anunciado nuevas ediciones y traducciones de sus libros editoriales como Alianza o Páginas de espuma, de modo que este año escucharemos hablar mucho de él.

Volviendo a las circunstancias que rodearon su suicido, del que estos días se cumplen 81 años, la noticia apareció en la portada de 'The New York Times' junto a titulares que informaban sobre el ataque a la flota japonesa en Bali, o las declaraciones del presidente Roosevelt que afirmaba que los aliados preparaban una ofensiva.

La nota de suicidio que apareció junto a los cadáveres protagonizó también una curiosa historia. Guardada durante años en los archivos policiales de Petrópolis junto al expediente de la investigación, fue vendida en los años setenta por una persona sin identificar (probablemente un agente jubilado) a Fritz Weil, un empresario judío alemán, vecino de Zweig en Petrópolis, que fue quien hizo una improvisada traducción de la misma al portugués durante las primeras pesquisas.

La compró por algo menos de 10.000 dólares y, en memoria de su familia, que murió en el Holocausto, la donó en los años noventa a la Biblioteca Nacional de Israel, donde hoy se guarda como un tesoro. Las últimas líneas, como un deseo premonitorio, dicen: «Mando saludos a todos mis amigos. Ojalá vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo, más impaciente, me voy antes que ellos».

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios