Mauricio Wiesenthal: «La IA será el próximo Titanic»
En 'Las reinas del mar' el escritor novela las «memorias de una vida aventurera» a bordo de transatlánticos legendarios
Sobre hombres y barcos
Mauricio Wiesenthal, fotografiado en Barcelona
Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) surca océanos ondulantes, entre el champán francés y el salitre. En su cuaderno de bitácora el capitán y el fogonero merecen el mismo protagonismo: «Escribir es como viajar: no dejar nunca que la frase principal te haga olvidar la ... importancia de las subordinadas», observa. 'Las reinas del mar' (Acantilado) componen unas memorias noveladas que crecieron con el paso de los años: «No buscaba una enciclopedia sobre el mar, sino una novela con episodios vividos y personajes como Sarah, la mujer que concentra mis amores de juventud. Propietaria de plantaciones de té en la India, aseguraba con humor inglés que un faquir era un tío suyo que se volvió loco leyendo a Byron».
Wiesenthal se hizo escritor en los cafés de París, Viena, Madrid y los bares de Estocolmo. Su cosmopolitismo germinó en universidades, bibliotecas, trenes de inmigrantes, pensiones sin calefacción… «Cuando evoco los mejores días de mi juventud me veo a bordo de un barco. Aprendía tanto en los puertos como en los salones de aquellos barcos -las reinas del mar- que me acogieron y me adoptaron», explica.
Su infancia está ligada al cabo de Buena Esperanza y el cabo de Hornos: «El segundo había sido botado en Estados Unidos, pero la compañía Ybarra lo compró y lo convirtió en el símbolo de la emigración española y americana», apunta. También al Andrea Doria: «Recuerdo un largo viaje con mi padre enfermo y un grupo de muchachas italianas que celebraban su láurea de bachillerato». El mar es la mejor escuela para la juventud. «La navegación transoceánica, no el crucero. Es como diferenciar el viaje del turismo», puntualiza. Un rito de iniciación comparable al Renacimiento: «Entre la tormenta y la bruma, el viajero antiguo descubría, el turista solo compra y explota».
Con su amada Sarah, el escritor comparte travesías transatlánticas: Queen Mary, Queen Elizabeth, Canberra, Independence, Victoria, United States, Cabo San Vicente, France, Andrea Doria, Michelangelo, Galileo Galilei, Azur, Eugenio C, Oriana… Compara sirenas: «El Arcadia tenía un adiós vibrante y vaporoso, un soplo enérgico porque cada barco respira con su sirena. Un suspiro grave y hondo en el Queen Elizabeth, majestuoso en el Britannic, misterioso en el Adriatic, poderoso en el Lusitania, alegre en el Queen Mary cuando cantaban sus tres chimeneas rojas, inconfundible en el Vustaford, autoritario en el France». Como contó en 'Siguiendo mi camino', Wiesenthal regaló sus dotes canoras a los viajeros del mar. «En barcos españoles e italianos cantaba boleros y napolitanas. En los franceses 'Les feuilles mortes' y 'Parlez-moi d'amour'. En los estadounidenses me defendía con Dean Martin y Perry Como. Para los alemanes y suecos, cabaré existencialista». Años sesenta en un ferruginoso buque soviético cerca del Círculo Polar Ártico. A petición de una bella oficial rusa canta 'Bésame mucho' en alemán y 'Recuerdos de Ypacaraí' en ruso… Aquí somos del Este y no pasamos de Demis Roussos», comenta ella sonriente.
Uno de los momentos más gratos del viaje es la cena en la mesa del capitán. «La charla te depara multitud de anécdotas con Noël Coward, músicos como Yehudi Menuhin o Toscanini, el actor David Niven o Deborah Kerr, protagonista con Cary Grant de 'Tú y yo'; en mi opinión, la mejor película romántica en un entorno marítimo». Coco Chanel detestaba el mar. Lo veía «lleno de arrugas».
'Con faldas y a lo loco'
Entre los barcos, Wiesenthal destaca el Queen Elizabeth y también el Azur, un viejo ferri en el que compartió un camarote con la ropa tendida de las muchachas del ballet: «Parecía el atrezo de 'Con faldas y a lo loco'».
No se puede escribir del mar sin mencionar al Titanic: «Simboliza el naufragio de la técnica ante la realidad. El Progreso mal entendido degenera en dogma soberbio». Simbolismo y errores: «No contaba con doble casco, al carecer de luz en la proa, los vigías no pudieron ver el iceberg». De las películas se queda con 'La última noche del Titanic' que rodó William MacQuitty en 1958 a partir del libro de Walter Lord: «Es la mejor obra documental y literaria que se ha publicado sobre el naufragio».
El Titanic de James Cameron no le merece la misma opinión: «Un espectáculo costosísimo y de exagerada teatralidad, pero que poco tiene que ver con los historiadores, los ingenieros, los oficiales, las mujeres y hombres que sirven al mar», sentencia. El autor de 'Las reinas del mar' abomina del maniqueísmo de buenos y malos que impregna la película. Lamenta que la lección del Titanic no perdure en este siglo de arrogancia tecnológica: «Algunos científicos pretenden sustituir a los dioses. La Inteligencia Artificial será el próximo Titanic», augura.