Paul Auster: «En Estados Unidos seguimos luchando la guerra civil»
El escritor estadounidense se enfrenta al misterio indescifrable de Stephen Crane, uno de los grandes mitos literarios de su país natal, en una biografía inmensa
El escritor estadounidense Paul Auster
El oficio de escritor, la vocación que sólo algunos –los más y mejor dotados– tienen hasta llegar a experimentarla, incluso, físicamente conlleva una entrega incondicional a la creación. Así, cada nuevo libro es un esfuerzo titánico, un periodo de tiempo en el que, seguramente, renunciarán ... a vivir partes de sus vidas para crear las de otros. A veces serán años que pueden convertirse en décadas. Pero no importa. El esfuerzo siempre compensa. La entrega, cada frase, merece la pena. Y, como el cuerpo es sabio, el cansancio llega después, una vez colocada la palabra fin en la última página. Luego viene una especie de duelo, un tiempo de reencuentro con uno mismo, hasta que el autor logra desprenderse de aquella criatura que ahora pertenece a los lectores. Algo así le sucedió a Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, Estados Unidos, 1947) cuando terminó ‘4321’ (Seix Barral, 2017), su última novela, la más extensa de su carrera. Necesitaba un paréntesis, y sabía que tardaría un tiempo, probablemente largo, en regresar a la ficción, ese género tan gratificante como absorbente. A los dos meses de acabarla, más o menos, cayó en sus manos ‘The Monster’, la última novela del escritor estadounidense Stephen Crane , gran mito literario del país natal de Auster.
Aquel libro, escrito y publicado en un año tan significativo como 1898, le impresionó tanto que empezó a leerlo todo sobre él. Y, tratándose de Paul Auster, todo quiere decir absolutamente todo. Su obra al completo, por supuesto, pero también biografías, semblanzas, artículos, recortes de periódicos… Todo lo que encontró. Tras esa profunda inmersión, que se prolongó a lo largo de varios meses, Auster decidió que quería escribir algo sobre Crane. «Será un libro corto, no superará las doscientas páginas», se dijo a sí mismo. Pero por el camino, en algún punto, todo cambió, esa mágica transformación que se produce cuando la escritura es sincera se apoderó de su narración, que acabó siendo torrencial. ‘La llama inmortal de Stephen Crane’ (Seix Barral), que hace unos días llegó a las librerías españolas –antes, por cierto, que a las estadounidenses–, tiene 1.040 páginas y más que una biografía es la historia de una vida y de un país unidos por la fuerza de las palabras.
—En un pasaje del libro dice que «el problema para entender a Crane radica en parte en que se desarrolló mucho más rápidamente como artista que como persona». Eso me lleva a preguntarle por el eterno debate, tal vez sin respuesta, de la separación entre el autor y su obra, fijándonos en ejemplos recientes como Woody Allen.
—Muy buena pregunta. Claro, yo no compararía a Crane con Woody Allen, él nunca hizo nada que causara ninguna sospecha sobre su ética, su moral. En 1896 se metió en muchos problemas, aunque siempre tuvo una conducta noble, pero la sociedad puritana hipócrita lo vio de otra manera. Y ese es el problema. Yo lo he vivido en mis propias carnes. ¿La persona que escribe mis libros es la misma que saca la basura o que paga la factura de la luz? No lo sé, supongo. Simplemente, la mayoría de nosotros, los que somos afortunados, vivimos lo suficiente para madurar. No fue el caso de Crane, que se estaba desarrollando como ser humano cuando murió.
—Al principio del libro asegura que Crane está olvidado en Estados Unidos, no está en los planes de estudios. ¿Por qué los autores clásicos están siendo apartados, qué está pasando?
—El estudiante de hoy no acaba de entender libros como ‘La roja insignia del valor’ o ‘La letra escarlata’, su sintaxis, el vocabulario del XIX... Y los profesores están tan desesperados con que lean los chavales que están dispuestos a lo que sea. No les culpo. Vamos dando marcha atrás a nivel de tasas de alfabetización en el mundo occidental. No sé cuál es la solución. Esas obras no tendrían que saltar por la ventana, pero quizás hay que darlas a leer más adelante. Casi todo el mundo en Estados Unidos tiene que leer una obra de Shakespeare cada año en el instituto y ese lenguaje es mucho más difícil; pero, oye, a los profesores les parece necesario que Shakespeare forme parte de los planes de estudio. Los gustos cambian, eso está claro, y no siempre para bien. A mí me deprime bastante. Pero si piensas en todas las distracciones que tienen ahora los chavales, es difícil concentrarse en un libro. Internet tiene cosas muy buenas, pero también muy malas. Yo creo que ha sido bastante dañino.
—En el periodo histórico que abarca el libro, Estados Unidos comenzaba a convertirse en una potencia, pero pasó página a dos cuestiones que no llegó a resolver: la esclavitud y el maltrato a los pobladores originales. Dos asuntos que siguen presentes en la actualidad de su país.
—Siguen estando muy presentes. El problema es que esos dos crímenes están arraigados en el nacimiento del país, en su fundación. Teníamos 180 años de esclavitud previa, de luchas, de exterminio... Estados Unidos se formó como país con esos pecados que habíamos cometido. La Declaración de Independencia tendría que haber sido la declaración del final de la esclavitud, pero como la economía de los estados sureños dependía tanto de la esclavitud hubo que llegar a una solución de compromiso que fue terrible. Cuando redactamos la Constitución, se permitió al sur contar a cada esclavo como tres quintas partes de un ser humano… Desde entonces, nos han gobernado las minorías, porque forman parte integral del sistema y eso ha impedido el progreso del país, es un problema sistémico. Tenemos esos dos crímenes y oficialmente no están reconocidos. ¿Qué país puede ser un país que cuenta mentiras sobre sí mismo? No hay un museo que rinda homenaje a los esclavos en Estados Unidos. La gente va por ahí con la bandera confederada y seguimos teniendo estatuas de generales de la confederación en los estados sureños. Imagine que va a Alemania y se encuentra con una estatua de Hitler… No lo hemos resuelto en absoluto, pero hay gente preparada para intentar darle la vuelta a estos enfoques.
—En ‘La roja insignia del valor’, Crane hace un crudo retrato de la guerra civil estadounidense. Viendo lo sucedido en el último año, ¿está bien resuelta esa división, esa polarización?
—Lo que está pasando en Estados Unidos es que seguimos luchando la guerra civil, no se ha acabado, porque el otro bando nunca cedió, nunca se rindió. Han ganado también la batalla de la propaganda. La película más exitosa de todos los tiempos es ‘Lo que el viento se llevó’, horrible, pero se llevó todos los méritos. El sur sigue ganando. Somos más nosotros, pero siguen ganando con la batalla de la propaganda. No sé… A veces parece que va a haber otra guerra civil a nivel físico, porque están pasando locuras, los bandos están tan enfrentados que no hay zonas grises, hablan lenguajes opuestos, viven en realidades opuestas… No puedo predecir qué va a pasar, tengo miedo de que perdamos la democracia y el país, pero veremos.
—Crane coincidió con Emerson, con Whitman, admiraba a Henry James, al que llamaba ‘el maestro’. ¿Tiene el EE.UU. de ahora escritores así?
—En Estados Unidos ahora hay muchos buenos escritores, muchos. El problema es la cultura que hemos creado, una cultura en la que los autores, la ficción en general, ya no forman parte de la conversación nacional como país. La gente ya no sabe nada de los escritores, no salen en los periódicos, en la televisión, no se leen ni reseñas… Si ahora salgo a mi calle y le pegunto al primero que pase quién es Don DeLillo nadie sabría decirme quién es. Si hace 50 años hubiese preguntado por Melville me hubieran respondido. Algo ha cambiado, y no es culpa de los escritores, es la sociedad, el dominio del dinero. Si lees a fondo el ‘New York Times’, siempre hablan de dinero. Del autor que vende 200 copias no hablarán nunca, ni del cineasta que ha hecho una película que han visto dos mil personas. Sólo hablan de lo que ha tenido éxito comercial. Es decir, la mierda, la porquería, lo malo acaba desbancando a lo bueno a ojos de la percepción pública. Pero eso no significa que en cada esquina de este país no haya poetas, autores, cineastas. Pero nadie lo sabe, nadie les conoce.
—Como demuestra en el libro, el periodismo, además de un sustento, era fundamental en la obra de Crane, y se llevaba muy bien con su ficción. Me gustaría que a partir de eso hiciera una reflexión sobre cómo deben dialogar, convivir, la ficción y la realidad.
—Esto es complicado. Crane mostraba el mundo tangible ante nuestros ojos. Pero su imaginación también era muy rica. Es importante hacer hincapié en el periodismo. El de entonces no era el de ahora. Entonces en Estados Unidos había un tipo de periodismo que ya no existe ahora. Era el ‘sketch’, como un esbozo que un artista haría preparándose para un cuadro, un poco presentar la escena. Crane recorría Nueva York, miraba, observaba las cosas y las explicaba. Gran parte era inventado, no había un código periodístico estricto. Pero te contaba la verdad de todo. Este tipo de periodismo está tan cerca de la escritura… A Crane no le gustaba ser reportero. Él quería escribir textos hermosos. Era un poeta, eso es lo que era. Él se sumergía en la realidad, pero siempre al servicio de su imaginación. Crane tenía ojo, mucho ojo, un ojo avispado, literario, veía cosas que muchos no vemos, se nos escapan, y tenía una habilidad maravillosa que consistía en trasladar eso a un lenguaje rítmico, hermoso, lleno de símiles, de metáforas… Eso no pasa a menudo, no pasa con otros autores. Él se sumergía en la realidad, pero siempre al servicio de su imaginación. Es uno entre un millón.
—La última: ¿el éxito literario temprano puede ser también una condena? Stephen Crane murió a los 28 años, pero fíjese en Fitzgerald...
—No tiene por qué. Dickens, uno de mis autores favoritos, publicó su primera novela a los 24 años, tuvo mucha fama y su obra siguió mejorando, pero él no era estadounidense... La cultura norteamericana devorar. Crane era diferente. No se me ocurre ningún otro escritor que fuera tan excelente. Sus obras son esenciales, y con este libro quería que la gente le prestara atención de nuevo, porque lo merece. Su obra sigue siendo relevante, no está desfasada, la sociedad de hoy cada vez se parece más a la de su tiempo, esa divisón entre ricos y pobres… Crane estaba dispuesto a pasearse por los lugares más oscuros, por eso sigue siendo esencial.