José María Merino: «Perder palabras es perder defensas»
El escritor y académico presenta «Noticias del Antropoceno» (Alfaguara), un libro de cuentos en el que mira con ironía los desvaríos y peligros de este mundo
El escritor y académico José María Merino
Al otro lado del teléfono, José María Merino (A Coruña, 1941) repite varias veces «caramba», su muletilla predilecta, esa en la que se apoya para otear el presente, siempre desde la sorpresa, desde la curiosidad, desde el humor, porque la sonrisa siempre ayuda ... a aligerar el drama, al menos lo suficiente para ir tirando. Con esos ingredientes Merino ha cocinado su último libro, ‘ Noticias del Antropoceno ’ (Alfaguara), un conjunto de cuentos en los que el escritor y académico, premio Nacional de Narrativa en 2012, retrata a su manera esta nueva era geológica que se caracteriza por la huella profundísima que el ser humano ha dejado en el planeta. No hay sermones verdes en sus páginas, tampoco digresiones científicas: solo hombres corrientes y perdidos que se asoman a los problemas de este tiempo extraño, desde el cambio climático a ‘MasterChef Junior’, pasando por el poliamor, el fin del mundo o la crisis de los refugiados.
—Empieza el libro con un cuento en el que un jubilado, de repente, descubre que vive en el Antropoceno, y eso da respuesta a todas sus preocupaciones, le alivia tremendamente. ¿Cuándo tuvo usted esta revelación?
—Del cambio climático, etcétera, empezaron a hablar hace veinte años, más o menos. Y a partir de ahí empezó a surgir esta palabra. Desde el primer momento dije: «Caramba, el Antropoceno». No quiero pensar que me tranquilizó como al personaje de mi cuento pero… Bueno, pues sí, esto tiene un nombre, no es algo inidentificable: ¡Es el Antropoceno!
—¿Cómo nace este libro? Da la sensación de que es un proyecto muy pensado, porque todos los relatos comparten tema y tono.
—Llevo muchos años preocupado por este tema, tal vez tenga que ver con la edad. Cumplo los ochenta en dos semanas. Y sí, me preocupa porque veo a mi nieta. Salgo a pasear y veo la ciudad llena de niños, y digo: «Estos pobres chavalines, ¿qué va a ser de ellos? ¿Cómo se va a plantear este futuro tan ominoso que se nos presenta y que cada vez va más deprisa?» Quería escribir un conjunto de cuentos que trataran esta preocupación mía, y en esto he trabajado cuatro años. Hasta principios de 2018, que es cuando terminé el libro. Claro, con todo lo que ha venido luego he añadido uno: ‘Virología’.
—¿Ha escrito mucho en estos meses pandémicos? ¿Cómo lo está llevando?
—En el confinamiento resulta que escribí una novela, que saldrá en el año veintidós... El confinamiento lo fui llevando, pero en cambio esta pandemia recurrente, con las oleadas sucesivas... Lo veo todo como una especie de distopía. Parece que estoy en una de las novelas de ciencia ficción que yo leía cuando era joven. Es un mundo distópico, un poco absurdo. No lo acabo de entender.
—¿A qué autor del género le recuerda esta distopía?
—Yo fui muy lector de Isaac Asimov, que es un maestro. Y él tiene una serie de novelas que transcurren en el planeta Solaris. Ahí la gente ya no se comunica personalmente: entran en una habitación y tienen alrededor pantallas y hablan con los amigos a través de ellas. Resulta que tienen agorafobia, y que ya no consiguen poder comunicarse físicamente con los demás. Y yo estoy viviendo en cierto modo en el planeta Solaris. Trabajo con la Real Academia Española a través de la pantalla... Al final, mi mujer y yo salimos a dar un paseo de una hora al día, vemos muy poco a la familia… Es esa sensación de aislamiento un poco impenetrable. Luego, lo de las mascarillas: son un invento, no he cogido ni un catarro este invierno, pero este mundo enmascarillado es un mundo misterioso, onírico. Estoy entre lo distópico y lo onírico, esperando. ¿Despertaré de esto o esto ya es el sueño para siempre?
—A estas alturas de su vida, ¿desde dónde mira usted las cosas? ¿Desde el optimismo, desde la ironía, desde el descrédito, la sorpresa, la indiferencia...?
—Las veo con poco optimismo. Y además con la sorpresa de ver que realmente, caramba, después tanta historia con el homo sapiens, que si somos algo maravilloso, estupendo… Bueno, pues resulta que creo que somos un primate que un día tuvo pensamiento simbólico, pero que no está a la altura de lo que debiera. No es normal lo que pasa en el mundo, no es normal, después de tantos años de vivirlo. El ser humano no está a la altura de lo que debería estar.
—¿Por qué? ¿En qué fallamos?
—Hombre, pues habría eliminar la avaricia, intentar ordenar las cosas con sentido común, disfrutar de este tiempo efímero que tenemos. Disfrutarlo y hacerlo lo más agradable para todos. Es decir: estamos a un nivel tecnológico en el que no es concebible que haya enfermedades recurrentes que no se curan porque no da dinero curarlas. Es terrible el tema de los refugiados, intentando buscarse la vida donde sea. Los tenemos tapados en Turquía para no enterarnos muy bien de lo que está pasando con ellos… Es un poco deprimente. Ya el siglo XX me pareció muy desafortunado, pero el siglo XXI no está mostrándonos mejor.
—No hemos aprendido nada.
—Parece que no aprendemos… Tras las grandes fiebres del siglo XIII y XIV, las pestes, llegó el Renacimiento. Yo no sé si todo esto nos servirá un poco para que haya reflexión en una parte importante de la comunidad inteligente y modifiquemos un poco el mundo que queremos. No lo sé: yo no lo voy a ver. Ojalá vayan las cosas por ahí.
—El mundo cambia cada vez más rápido, y la lengua con él, en parte gracias a la tecnología. ¿Cómo se viven las constantes revoluciones lingüísticas de nuestros días desde la RAE?
—Estamos pendientes, tenemos que preservar lo que hay, pero si llega una especie invasora y se establece, pues hay que aceptarlo, hay que asumirlo. A mí lo que me preocupa es que el lenguaje se empobrezca. Yo creo que precisamente el uso de estas tecnologías rápidas, del WhatsApp, está empobreciendo el lenguaje. La gente dice tres cosas y luego mete tres emoticonos y piensa que ha transmitido todo lo que quería transmitir. Eso es peligroso. Perder palabras no es solo perder cultura, es perder defensas. El ser humano se defiende frente a las cosas y frente a los accidentes con la riqueza de las palabras, explicando el mundo, interpretando el mundo. Las nuevas tecnologías tienen el problema del empobrecimiento léxico.
—Volviendo al libro, todos los cuentos hacen gala de un fino sentido del humor, de la ironía.
—En un tema tan grave yo creo que hay que acercarse con humor, porque ayuda a desdramatizar. El drama no desaparece, no se extingue, pero la sonrisa puede ayudarnos a asumir el drama de una manera más natural. Por eso decidí trabajar con el humor, que había trabajado muy poco hasta ahora.
—Qué delito, siendo gallego.
—Pero el rey del humor fue El Quijote. El humor inglés viene del Quijote, directamente. El humor es algo muy español, y en algunas zonas está especialmente presente en la vida cotidiana, como en Galicia.
—En este libro ha escrito hasta del poliamor.
—Me parece muy bien. No tengo nada en contra. Lo que quise en el libro era tratar de temas vivos, que están con nosotros.
—También se ha atrevido con ‘MasterChef Junior’.
—Los niños deberían estar leyendo cuentos, absorbiendo historias, con sus juegos… ¿Qué hacen cocinando?
—Solo le ha faltado el asalto al Capitolio.
—La realidad no necesita ser verosímil. Cuando escribo un cuento tengo que hacerlo verosímil, aunque sea fantástico, pero la realidad puede ser lo más inverosímil del mundo. La realidad hace lo que le da la gana. Pueden asaltar el Capitolio, puede caer en Madrid una nevada de Siberia y yo qué sé lo que veremos.
—Después de tanto tiempo, ¿qué le empuja a seguir escribiendo?
—Pues eso no se sabe nunca. Llegó el confinamiento. Estaba en casa, me dedicaba una hora a recorrer todos los recovecos de la casa para andar algo, y en el patio interior, que es grande, vi una persona que todos los días estaba delante de una mesa, a lo mejor teletrabajando. No sabía lo que hacía. Empecé a pensar en eso, se me ocurrió una historia y escribí una novela (risas).