El punto y final del escritor
Imre Kertész anunció esta semana que se suma al reciente retiro de Philip Roth. Ambos forman ya parte de un club de ilustres literatos como Salinger, Rulfo, Melville, Pavese o Zweig

«El Holocausto nazi es un asunto cerrado ya para mi obra». Así se despedía de la escritura el Nobel húngaro Imre Kertész en un año, 2012, pródigo en retiros literarios. El primero fue el poeta y novelista jerezano José Manuel Caballero Bonald , que aseguraba en una entrevista en ABC que «Entreguerras» es su último libro. Premio de la Crítica (tres veces), Ateneo de Sevilla, Andalucía y Nacional de las Letras, Reina Sofía, Nacional de Poesía, García Lorca... Caballero Bonald sobrevivió a dos naufragios: el primero, años sesenta, en el río Magdalena, en viaje fluvial a Barranquilla desde Puerto Berrío; el segundo, décadas después, en la desembocadura del Guadalquivir, a bordo de su velero. Un código secreto marino estipula que quien sobrevive a tres naufragios tiene ganada la inmortalidad...
Caballero Bonald: «Me quedé sin ganas»
«Entreguerras» (Seix Barral) es, pues, su postdata literaria: «No voy a escribir ningún otro libro -declaraba a ABC-, al menos no voy a proyectar ningún otro libro a largo plazo. Este me ha dejado como exhausto, ya he contado en él todo lo que quería contar, me he quedado sin ganas y sobre todo sin tiempo… Pero, claro, supongo que algún que otro poema se me cruzará por la cabeza y no voy a resistirme a esa tentación… Por ahora me dedico a la lectura, la jardinería y la vida contemplativa. Y eso me cura de algunas manías, incluidas las persecutorias».
En septiembre, aunque no se supo hasta la semana pasada [en una entrevista a lesinrocks.com], Philip Roth mordisqueaba ya su despedía de las letras en su apartamento minimalista Upper West Side en la Gran Manzana. El escritor que nació, se crió y fue amamantado en la comunidad judía de Nework, último Premio Príncipe de Asturias de las Letras, resumía su jubilación de la escritura recurriendo a un axioma del inolvidable boxeador Joe Louis: «Hice lo mejor que pude con lo que tuve».
Vila-Matas: «Perdemos más con el silencio de Kertész que con el de Roth»
Después de «Némesis», su última obra, Roth no volverá a escribir negro sobre blanco. Premio Pultizer, Faulkner, Hemingway, Nabokov, Booker, Philip Roth se ha dedicado en los últimos años a releer sus textos y los de sus escritores de cabecera, los que tiene en su mesilla de noche, para ver si ha merecido la pena tanto esfuerzo y padecimiento literario, tanta sangre desgarrada y derramada desde el tintero de la creación. ¿Conclusión? Había que dispararle la última bala a la ficción: «No quiero leer ni escribir más. No quiero ni hablar. He dedicado mi vida a la novela. Estudié, me enseñó, escribí y leí. ¡Basta ya! He perdido el fanatismo que he experimentado durante toda mi vida por la escritura. Estoy cansado de todo esto».
Para Roth, escribir es tener todo el tiempo equivocado, contar la misma historia de tus fracasos: «Ya no tengo energía ni fuerza para hacerle frente. Porque la escritura se ve frustrada: pasamos nuestro tiempo escribiendo la palabra correcta, las palabras equivocadas, mala historia. Es incorrecto, no somos capaces; tenemos que vivir como una frustración perpetua. Estoy cansado de todo este trabajo. He perdido todas las formas de fanatismo. No siento ninguna tristeza».
La obra acabada de Kertész
El Nobel húngaro Imre Kertész clausuraba esta semana su cuaderno de bitácora al dar por zanjado el tema principal de su obra, el Holocausto nazi. «Ya no quisiera escribir. La obra que está tan relacionada con el Holocausto ha concluido para mí», explicó el autor, según recogía el portal index.hu . El escritor, de 83 años y superviviente de los campos de exterminio de Auschwitz y Buchenwald, aseguró que en Alemania le comprenden mejor que en Hungría. «El destino es inescrutable», confesaba en una entrevista con el semanario alemán «Der Spiegel», al indicar que es justo en Alemania donde ahora se preserva su legado. Se refería a la inauguración hoy en Berlín de un archivo con sus manuscritos.
En este sentido, decía el escritor Robert Walser (1878-1956) que «saber que no se puede escribir es una forma de escribir». Muchos de los lectores españoles descubrieron al desdichado autor alemán a través del «Doctor Pasavento» (Anagrama) de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), aunque unos años antes Vila-Matas ya había abordado el misterio de los escritores retirados en «Bartleby y compañía» (Anagrama). Con los recientes ejemplos de Caballero Bonald, Kertész o Roth, pero también históricos como Juan Rulfo, J. D. Salinger, Harper Lee, Cesare Pavese, Stefan Zweig, Sándor Màrai, Arthur Rimbaud o el propio padre del escribiente Bartleby , Herman Melville , cabe preguntarse: ¿llega un momento en que a un escritor ya no le queda nada que decir?
Mendoza: «Debería existir un servicio de inyección letal a escritores de cierta edad»
A veces es la derrota política y vital (Pavese, Zweig o Màrai), antesala del suicidio. La última línea del autor de «El último encuentro» data del 15 de junio de 1989: «Estoy esperando el llamamiento a filas; no me doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora». En otras ocasiones, el escritor sigue vivito y coleando... pero no tiene nada más que añadir. Por ejemplo, el barcelonés Felipe Alfau, el «Salinger catalán», quien acabó sus días nonagenarios en un asilo de Queens con solo dos títulos publicados, «Locos» y «Chromos».
Un aforismo de Wittgenstein, otro «bartleby» destacado por Vila-Matas, puede explicar las razones del mutismo: «De lo que no se puede hablar mejor es callarse». El austríaco sólo publicó el célebre «Tractatus» y un vocabulario rural. Pero también Hölderlin, encerrado en la buhardilla de un carpintero firmando extraños versos con pseudónimo. Vila-Matas, al que el anuncio del retiro de Kertész pilló en Lisboa, explicó a ABC que «retirarse de la escritura no significa necesariamente que uno deje de escribir» . Como ejemplo pone al poeta J. V. Foix, quien «dejó de escribir a los ochenta años, pero se sabe que hasta su muerte no dejó de soñar poemas».
Según el escritor catalán, «hay la idea de que un escritor se retira porque ya no tiene nada que decir; sin embargo, Kafka desmonta este tópico porque siempre dijo que él no tenía nada que decir, lo que no fue óbice para que escribiera hasta el fin de sus días. Los escritores que no tienen nada que decir y lo escriben me parecen siempre muy honestos y generalmente mejores que los que presumen de tener algo que decir». Y advierte: «Perdemos más con el silencio de Kertész que con el de Roth. Kertész me ha parecido siempre una persona muy especialmente dotada para la escritura». El debate no termina y, según Eduardo Mendoza, «debería existir un servicio público de inyección letal a escritores a partir de una cierta edad».
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