Gamel Woolsey, una poeta inédita a la sombra de Gerald Brenan
En otoño aparecerá la poesía completa y desconocida de la autora estadounidense en un volumen coeditado por la Casa Gerald Brenan y la editorial Renacimiento
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Iniciar sesiónHay personas cuya sombra es más alargada que la del común de los mortales. Y eso implica, claro, que todo aquel que ande cerca quede opacado, por mucho que su luz sea bien intensa. Si a esa conjunción astral añadimos la cuestión del género, el ... efecto es doblemente perverso, en detrimento, siempre, de la mujer. Hablamos de una pareja de artistas. Él, Gerald Brenan (1894-1897), afamado escritor británico crecido al abrigo del Círculo de Bloomsbury y amante de España y todas sus circunstancias. Ella, Gamel Woolsey (1895-1969), autora estadounidense a la que se conoce por haber escrito «Málaga en llamas», sus memorias de la Guerra Civil, y, sobre todo, por haber sido mujer de Brenan.
La historia de ambos en el pueblo malagueño de Churriana es de sobra conocida, con apariciones estelares como las de Laurence Olivier o Ernest Hemingway. Pero lo que hasta ahora ha pasado más desapercibido, por no decir ignorado, es la obra poética de Woolsey. En otoño, y gracias al esfuerzo de la editorial Renacimiento por recuperar las voces de tantas mujeres olvidadas y, sobre todo, de la Casa Gerald Brenan , con el apoyo del Ayuntamiento de Málaga, llegará a las librerías españolas, pandemia mediante, un volumen en edición bilingüe de más de 500 páginas que recoge toda su poesía, inédita en nuestro país. Coordinada por Carlos Pranger , albacea literario de Gerald Brenan, la obra, que cuenta con una introducción de Alfredo Taján , director de la Casa Brenan, nos permitirá descubrir a una poeta de voz tan especial como lo fue su vida.
Su familia era propietaria de una plantación en Aiken (Carolina del Sur), aunque ella, desde pequeña, se negó a que su destino quedara ligado a aquellas raíces. Influenciada, tal vez, por la querencia artística de su tía, Susan Coolidge, exitosa autora de libros infantiles en pleno siglo XIX, y tal vez, por el espíritu liberal de su hermanastro, John M. Woolsey, el juez que estimó que el «Ulises» de Joyce no era obsceno, a Woolsey le fascinaba el mundo literario. Y en él se refugió, leyendo todo lo que cayó en sus manos, desde los clásicos a los romances, pasando por la poesía de Homero, cuando, en 1915, la tuberculosis la dejó postrada en la cama un largo tiempo. Ya recuperada, su personalidad era otra, llena de aspiraciones artísticas que decidió colmar en Nueva York, ciudad a la que se trasladó en 1921. Allí, se dejó mecer por el ambiente bohemio de Greenwich Village, probó suerte como actriz y empezó a escribir. De hecho, publicó su primer poema, en 1922, en el «New York Evening Post».
Una vida literaria
Vivió intensamente los felices años veinte y, antes de que terminara la década, se trasladó a Inglaterra siguiendo a un amante. El romance se truncó, pero el desengaño la llevó a conocer, primero, al filósofo Bertrand Russell, con el que entabló una estrecha amistad, y, después, a Gerald Brenan, al que quedó para siempre ligada. En esa época apareció el único poemario que publicó en vida («Middle Earth», 1931) y, poco después, T. S. Eliot rechazó editar una segunda colección de poemas. Brenan y Woolsey se mudaron a Churriana antes de que estallara la Guerra Civil, aunque abandonaron Málaga cuando vieron asomar a las tropas de Mussolini. La pareja regresó a España, definitivamente, en 1953, y Woolsey murió en 1968.
«La comparo con Jane Bowles. Tienen mucho que ver por la inclinación natural de ambas por los más débiles y los indefensos, el amor a la paz, el odio a la guerra, sus ideas sobre la justicia y la solidaridad... Ambas eran muy frágiles», asegura Alfredo Taján . El director de la Casa Brenan, en Málaga, es uno de los que más ha hecho, en los últimos años, por la pervivencia del legado del escritor, con la puesta en marcha del proyecto Biblioteca Brenan, del que formará parte la poesía de Woolsey. «Gamel es la conjunción entre un espíritu melancólico y nostálgico -continúa Taján-. Ella ve el mundo como un apocalipsis y lo ve a través del velo de su propia vida. Ella decía que estaba siempre en el limbo, y todo el mundo dice que estaba como ida, era como una flor excéntrica en un jardín silvestre».
«Escribió poesía a lo largo de toda su vida, alternando estados de gran productividad con otros de más apatía, pero lo hizo de manera muy desordenada», explica Carlos Pranger . A él le ha correspondido la titánica tarea de recomponer esa especie de puzle poético, pues Woolsey «tenía un problema con las fechas, no le gustaba nada el paso del tiempo, y ni sus poemas ni sus cartas están datadas». Según Pranger, la suya es una poesía «de corte bastante romántico, donde la temática amorosa está muy presente», así como su relación con la naturaleza. Si bien sus primeros poemas están influidos por la poesía clásica, «a lo largo de los años va emergiendo su propia voz, que es muy curiosa, es como si a Homero lo mezclaras con un cantante de blues –ella escribió varios blues–, tiene una musicalidad muy especial, una atmósfera muy bucólica, muy meláncólica, incluso a veces un poco triste», remata Pranger.
Esa melancolía, sin embargo, «proyectaba luz a los demás». Eso defiende el poeta Alejandro Simón Partal, que siente fascinación por Woolsey. «Amaba la vida apasionadamente, y mezclaba ese amor y la desazón que sentía dentro. Su poesía vive entre esas contradicciones, entre lo místico y lo terrenal. Era una persona a la que la literatura la liberó de las rigideces de su tiempo, y en su poesía está ese afán liberador». Simón Partal cree que «es el momento ideal para recuperarla», pero sin olvidar que «su vocación era interior, su posición fue siempre de recogimiento y no de empoderamiento literario».
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