David Grossman: «Tenemos que llegar a un tratado de paz entre israelíes y palestinos»
El escritor israelí regresa a la ficción con «La vida juega conmigo», novela en la que recrea la vida de Eva Panić, que sobrevivió al holocausto y padeció las atrocidades del campo de reeducación de Goli Otok, uno de los peores gulags de Tito
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Iniciar sesiónLa empatía es una de las mayores, y mejores, cualidades literarias. Y pocos escritores son tan piadosos, tienen tanta bondad y ternura con sus personajes, y con la realidad que describen, porque estos la habitan, como David Grossman (Jerusalén, 1954). La vida le enseñó ... a serlo, quizás, al mostrarle su cara más dura, la más terrible y dolorosa: en 2006 su hijo Uri, que tenía entonces veinte años, murió en el sur de Líbano cuando el carro de combate en el que avanzaba su compañía fue alcanzado por un misil de Hezbolá. Desde entonces, la estatura moral e intelectual de Grossman, eterno candidato al premio Nobel de Literatura , no ha hecho más que crecer, entregando libros que siempre proyectan una mirada viva y profunda.
Una mirada que hoy, aterrados, como estamos, ante el devenir de un futuro sin presente, se antoja más necesaria que nunca, y que despliega, una vez más, en su última novela, «La vida juega conmigo» (Lumen). En ella, Grossman recrea, en parte, la historia de su amiga Eva Panić , fallecida en 2015, tras haber sobrevivido al holocausto y padecido las atrocidades del campo de reeducación de la isla croata de Goli Otok, uno de los peores gulags de Tito . Eva –Vera en la ficción– tuvo que enfrentarse al dilema de traicionar al hombre que amaba o abandonar a su hija de seis años, y la decisión que tomó marcó su vida para siempre.
Según explicó Grossman a través de Zoom, pues su anhelada visita a España para presentar el libro se frustró por las razones obvias, fue la propia Eva la que, un día, hace años, le llamó por teléfono a su casa, se dirigió a él por su nombre, David, y le empezó a contar su vida. «De repente, me vi expuesto a un relato vital extremo, y protagonizado, además, por una personalidad extrema poco frecuente. Eva era una mujer única. Todos los seres humanos somos únicos, pero ella lo era de una forma singular. Parecía una leona, no tenía filtros ni era flexible, era muy rigurosa, pero, al mismo tiempo, era una persona amorosa, empática, y me atrajo esa contradicción». Mientras iba escuchando su relato, el relato de aquella mujer cuyo marido murió en un interrogatorio del servicio de inteligencia de Tito y, para no traicionarle, abandonó a su hija, que se quedó huérfana de padre y madre, pues Eva fue enviada a la isla de Goli Otok, el autor supo que, tarde o temprano, escribiría su historia.
Ideologías y personas
«En los veinte años que pasaron hasta que me puse a escribir la novela, quise saber qué le llevó a tomar esa decisión, y llegué a algunas respuestas, aunque no estoy del todo convencido de que Eva hiciera lo correcto. Actuó en una época en la que las ideologías eran más importantes que las personas, y se vio atrapada en eso, le fue más leal a una idea que a su hija». Y la novela de Grossman es, como toda la gran literatura, «una especie de tribunal de segunda instancia al que apelar para que no se la condene directamente, sino que se pueda ser más empático y benévolo con ella». En el extremo opuesto, antes de conocer a Eva, el escritor consideraba a Tito «uno de los grandes héroes de la Segunda Guerra Mundial , comunista, pero no tan cruel como Stalin , como si su comunismo fuera más permisivo», pero la opinión que ahora tiene de él es bien distinta: «Cuando empecé a investigar, a descubrir la historia de Eva, de esa isla de exterminio y castigo , la brutalidad y crueldad, perdí empatía con Tito».
«La tragedia del holocausto sigue existiendo y sigue dictando muchas de nuestras conductas y comportamientos, las ideologías políticas, las conductas militares, hasta las conductas más íntimas»
En todos sus libros, Grossman siempre lidia, de algún modo, con la arbitrariedad –en las dictaduras, en el nazismo, la del cuerpo sobre el alma, la de la muerte–, y la coloca frente a sus personajes para ver qué sucede, cómo reaccionan. Y «algo» ha aprendido de esa forma de escribir: «Al describirlo de forma íntima con mis propias palabras, en lugar de usar palabras y conceptos de otros, ya no soy una víctima desesperanzada e impotente. Por eso escribo. Cuando uno escribe deja de ser una víctima, y llama a la realidad con los nombres y las palabras que uno tiene. Eva fue torturada porque se negó a decir que su marido era un traidor. Mantuvo su dignidad como ser humano cuando estuvo en el campo de exterminio , nunca traicionó a sus amigos, ni se traicionó a sí misma. Eso es algo tan fuerte, tan potente...». Grossman se queda con la relación que, pese a todo, madre e hija pudieron retomar, que no reconstruir, con el paso de los años. «Ver cómo habían aprendido a estar juntas, a perdonarse, no a olvidar, porque siempre es muy difícil, ver cómo el amor entre ellas prevaleció y las unió tras años de amargura, dolor y pena es una lección que he aprendido».
Heridas
El israelí escribe «mucho» sobre la pérdida, sobre los terribles desastres a los que nos enfrentamos, sobre las heridas y los profundos traumas que dejan en nosotros. Y lo hace porque «es liberador». «No es que escribiendo perdone u olvide, pero, de vez en cuando, es bueno recordar nuestras heridas para poder liberarnos del trauma. Una de las recompensas de escribir es que nos damos cuenta de las muchas capas que tiene el relato, es una especie de arqueología humana, descubrimos que hay otras capas por debajo y tenemos el privilegio de comprender todas esas capas». De ahí que considere que tanto el dolor como la esperanza son buenos motores para la escritura, porque «escribir significa desmoronarte, tu propia existencia, las sensaciones y sentimientos, se van desmoronando y luego hay que volver a reconstruirlo».
Pese al tiempo transcurrido, Grossman considera que «la tragedia del holocausto sigue existiendo y sigue dictando muchas de nuestras conductas y comportamientos, las ideologías políticas, las conductas militares, hasta las conductas más íntimas». La clave está, según el escritor, en «cómo recordar la tragedia sin volver a ser víctimas de nuestro propio odio y sentido de venganza». Para ello, a juicio de Grossman, «hay dos formas de recordar: primero, de forma científica, recopilando todos los datos relacionados con los hechos que ocurrieron; pero hay otra forma, que no es menos importante, y son las artes, porque a través del arte uno puede identificarse con la gente que fue asesinada, sólo a través del arte podemos entender que podemos encontrarnos en una situación extrema en cualquier momento». Y hay, además, dos preguntas «importantes y pertinentes» que todos, en cualquier sociedad, debemos hacernos: «cómo habríamos actuado como víctimas y como verdugos».
Grossman, que siempre se ha mostrado muy crítico con el Gobierno de su país considera, sin embargo, que el acuerdo de paz firmado con Bahréin «es importante porque legitima a Israel». Aunque el escritor sostiene que «lo fundamental, el reto, es llegar a la paz con los palestinos. Tenemos que llegar a un tratado de paz entre israelíes y palestinos. Llevamos sufriendo muchos años, mucha gente ha perdido la vida en guerras que podrían haberse evitado. Que nadie piense, en ningún bando, ponerle fin después de 53 años es terrible. Pero la paz no está cerca, son pocos los agentes de paz que existen».
Con respecto a la pandemia , Grossman alerta de que «siempre que hay una crisis de estas dimensiones la gente se asusta, porque ve la muerte muy cerca». Por ello, le preocupa que «en un tiempo de inestabilidad e inseguridad, donde la existencia se ve agitada, el racismo, el fundamentalismo, parecen conceptos más atractivos para la gente, porque dan seguridad, y me temo que vamos a ver más de esto. No terminamos de comprender las consecuencias que esta pandemia va a tener en nuestra vida, y lo comprobaremos con dolor. Tenemos que ser conscientes de que es una prueba». Por fortuna, como advierte el escritor, frente al avasallamiento diario de cifras deshumanizantes, contamos con la literatura, que «nos permite dejar de ser datos y estadísticas, y volver a la vida como individuos». Y remata Grossman: «El arte redime, es una fuerza de resistencia».
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