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Claudio Magris: «Encuentro insoportable el pesimismo complacido de algunos intelectuales»

El escritor italiano, pregonero de la lectura del día de Sant Jordi, reflexiona sobre la memoria y la guerra en «No ha lugar a proceder»

Claudio Magris, ayer en Barcelona INÉS BAUCELLS

DAVID MORÁN

La Historia, escribe Claudio Magris (Trieste, 1939), es una como una costra de sangre imposible de desprender; « un vertedero de desechos» en que el que si se busca con cuidado aún se pueden encontrar cosas buenas. Cosas como, pongamos, la peripecia de Diego de Henriquez, un «genial e irreductible triestino de amplia cultura y enorme pasión que se dedicó toda la vida a recoger armas, material bélico de todo tipo para construir un original, desbordante Museo de la Guerra que sirviera, a través de la exposición de tantos instrumentos de la muerte, a la paz».

En este personaje real que vivió entre 1909 y 1974 se ha inspirado ahora il professore, Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2004, para dar forma a «No ha lugar a proceder» (Anagrama), novela épica y caudalosa que, como una suerte de reverso oscuro a los «Momentos estelares de la humanidad» de Zweig, reconstruye episodios poco o nada memorables y reflexiona sobre la naturaleza de la guerra, los mecanismos de la impunidad y la insalvable necesidad de la memoria para poder entender el presente.

«La literatura tiene que ser precisión, no aproximación», sostiene un autor que, con gran precisión, se aproxima a la gran enciclopedia de la historia para pasar páginas y recorrer desde el asesinato de Heydrich en Praga al último cumpleaños de Hitler en el castillo de Miramare pasando por la trata de esclavos o la diferentes versiones sobre los hechos que llevaron al soldado Otto Schimek a ser ejecutado por la Wehrmacht después de negarse a disparar contra la población civil polaca.

«Hay que juntar el optimismo ilustrado democrático con la capacidad de no perder de vista lo terrible»

El proyecto del museo, con sus armas, sus cañones y sus submarinos con la panza abierta, es el hilo conductor que va conectando las historias y asuntos espinosos como el de la Risiera di San Sabba, el único campo de exterminio nazi en Italia y uno de los tabús que durante muchos años circularon por las calles de Trieste. «Fue como una operación de neurocirugía de la que se extirpó el hipocampo. Yo mismo, que siempre me moví en ambientes antifascistas, me enteré tarde», explica Magris sobre esa refinería de arroz reconvertida en atroz factoría del horror.

«A los presos o bien los enviaban a Auschwitz o los quemaban en el único crematorio que hubo en Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, los ingleses declararon secreto de sumario, encalaron las paredes y durante mucho tiempo casi no se habló del tema, lo cual es extraño, porque sí que se habló mucho de las torturas nazis o de las de las bandas fascistas. Es un recuerdo que ha llegado tarde», relata el autor de «Utopía y desencanto».

-¿Cuánto de crítica a la manera en que se construye y cuenta la historia hay en «No ha lugar a proceder»?

-Es un problema central: la historia es memoria y también lo es la relación que se establece entre verdad y falsificación en ambas esferas. La mentira puede ser culpable o no, y a mí me interesa mucho la sinceridad en la mentira. Se han escrito muchos libros de pura propaganda, libros que mienten a sabiendas, pero hay otros en los que se ha mentido con sinceridad: la gente estaba convencido de lo que decía. Es un poco la buena fé y la inocencia del mail: los resultados son negativos pero provocados con buenas intenciones. Ahora que se acaba de publicar mi epistolario con el poeta Biagio Marin es conveniente recordar lo que decía siempre su abuela: “quien de manera ignorante peca de manera ignorante se condena”.

-En el libro aparece el caso del soldado Schimek, ejecutado por los nazis por negarse a disparar contra la población civil, como ejemplo de cómo cambia la historia según quién la cuente.

-Esa historia es bella, sí, pero lo es aún más la del periodista que hace la investigación: crea un mito alrededor de la figura de Schimek pero sigue investigando y acaba destruyendo el mito que él mismo ayudó a construir. Decir la verdad es peligroso; es como hacer una sangría en el corazón.

«Es un momento feo en el que la Unión Europea ha demostrado que no es una unión»

Sobrevivir al desencanto

«No ha lugar a proceder», qué duda cabe, es un libro repleto de violencia y guerra, de terror y oscuridad, pero también de esperanza. «Yo creo en visiones de progreso evolutivo», razona el autor de “El Danubio», para quien el equilibrio lo es todo. «Sin perder de vista esto, tampoco hay que olvidarse de lo terrible y lo destructivo: vivimos en un mundo que ha visto la Shoá, la trata de esclavos o la destrucción de Cartago, pero también los grandes hallazgos del Imperio Romano. Un escritor tiene que ser capaz de hablar de por ejemplo, la muerte de un niño como algo absoluto, pero luego recordar que existe la “Divina Comedia”, que existe Velázquez... Cuando hablas de la tortura, obviamente para la persona torturada es un todo, pero no hay que caer en la filosofía nihilista de que es un absoluto siempre. Hay que juntar el optimismo ilustrado democrático con la capacidad de no perder de vista lo terrible. Lo que encuentro insoportable es el pesimismo complacido de algunos intelectuales que se regocijan con el mal. No acepto la coquetería con el pesimismo existencial», abunda.

-¿De dónde viene ese interés por un personaje como el del profesor Diego de Henriquez?

-La vida es increíblemente creativa. Como decía Mark Twain, la realidad es más extraña que la ficción y muchas veces el problema de la literatura es que tiene que eliminar cosas reales porque no resultan verosímiles. Lo que me interesa de este personaje, de Henriquez, es esa fascinación por la guerra y por las armas y ese deseo de paz unido a una delirante atracción por la guerra. También está el tema del coleccionismo, que puede verse como un fetichismo, una manía estéril. Llega un momento en que ese hombre ya no colecciona lanchas o pistolas, sino que colecciona nombres, y es entonces cuando se produce la unión con la poesía.

Los libros y las armas

Tanto le obsesionan y fascinan las armas a ese trasunto de Henriquez sobre el que Magris construye la novela que, en un momento dado, incluso llega a ensalzar las cualidades belicosas de un buen volumen hábilmente encuadernado. ««Los libros son libros, incluso cuando son estúpidos; son siempre buenas armas y no sólo gracias a sus lomos pesados y cortantes con los que se puede romper una cabeza. Siempre debemos respetar y proteger los libros. Incluso aquellos que no nos gustan», se puede leer en «No ha lugar». «El protagonista es un loco, por lo que puede entender el libro como arma físicamente, pero no solo eso: el libro puede ser portador del bien y el mal. Yo no lo entiendo tanto en su dimensión escrita sino en la dimensión abstracta, como mundos vistos en todas sus facetas: el odio, el mal, el bien...», relata un pensador que quizá esté ya reflexionando sobre qué tipos de libros, estúpidos o no, se escribirán sobre, pongamos, la actualidad europea.

-¿Cómo ve alguien que, como usted, ha abordado frecuentemente el concepto de frontera como elemento literario esas nuevas fronteras europeas con las que se topan ahora los refugiados?

-Honestamente, creo que no sabría responder. Es una situación absurda e insensata. Por ejemplo, el cierre de fronteras con Austria, que no es una solución: no vas a tener a toda esa gente veinte años delante de la frontera. Es problema es realmente terrible, porque no es tan simple con decir que es una cuestión de racismo; objetivamente, se pueden crear situaciones no sostenibles. Un hospital de mil plazas, por ejemplo, no puede atender a quince mil personas. Y aunque fuera posible erradicar todas las actitudes racistas, quedaría el problema. A mí me duele, porque soy un patriota europeo que aspira a la superación de los Estados, que se convertirían en algo así como unas regiones con capacidad de legislar pero en un ámbito de coherencia. No como pasa hoy en día, donde la constitución de Hungría, por ejemplo, no es compatible con los valores de la Unión Europea. Es como si en la Toscana se aprobara una ley para que las mujeres no pudieran ir a la escuela. Es un momento feo en el que la Unión Europea ha demostrado que no es una unión. Basta con ver cuál fue la primera respuesta para darse cuenta: es como si en Italia hubiesen dicho que como los inmigrantes llegaban a Sicilia, era un problema estrictamente siciliano.

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