«En caso de tener cierta locura, prefiero la locura de don Quijote a la de Hitler»
JULIÁN DE DOMINGOFernando Fernán-Gómez
MADRID. -Cuando usted habla parece que lo hace Don Quijote, señor Fernán-Gómez-, le espeta un periodista a don Fernando.
-¿Por qué? ¿Cree usted que estoy medio chalado?-, responde el autor.
-No, no, porque me recuerda los dibujos animados de Alonso Quijano a ... quien usted le ponía voz-, aclara el interpelante.
-En ese sentido no me molesto- sentencia el escritor y académico-. Prefiero tener un grado de locura como el que tenía don Quijote y no el de Hitler o cualquier personaje de esta calaña. Es decir: en el caso de tener un grado de locura, prefiero la locura de don Quijote a la de Hitler.
Fernando Fernán-Gómez ha escrito una novela sobre recuerdos: «El tiempo de los trenes» (Espasa). Pero sin nostalgia. Ha procurado ser neutral y no valorar aquellos hechos (el mundo de los cómicos de los años 20, 30 o 40 durante su «tournée» por la piel de toro) como maravillosos. No cree Fernán-Gómez que hogaño se haya perdido nada esencial en cuanto a la convivencia de los cómicos de antaño: «Considerados los actores como grupo social, su modo de vida ha mejorado. Existen dentro de la profesión menos zonas de pobreza, pero sigue habiendo una gran inseguridad, que parece consustancial con la profesión. Todos tenemos una gran inseguridad respecto a nuestro futuro inmediato». Fernán-Gómez ha escuchado a actores comentar que a sus 30 o 40 años sueñan con establecerse, pero no fundando un teatro, sino con una «tiendecita de algo». Ese es el maravilloso «tiempo de los trenes»: recuerdos de recuerdos de una profesión, la de actor, que es la vida de Fernán-Gómez «y que ha sido la profesión de mi madre y la de mis abuelos. Pero en esta novela hay equivocaciones también; tal vez recuerdos falsos».
¿Siente miedo escénico Fernán-Gómez cuando publica o cuando estrena? «No hay comparación posible -aclara- con el miedo que se tiene ante un estreno teatral». Enrique Jardiel Poncela tenía tal miedo que se quedaba pálido en los estrenos. De tal modo que se daba un pequeño toque de maquillaje en sus mejillas, porque sostenía que si los espectadores se daban cuenta de su blanca palidez, «los espectadores se crecían». Advierte Fernán-Gómez que el miedo escénico, según los médicos, puede producir dolencias graves de corazón: «No sé el interés que puede despertar este libro en la crítica, lo que sí ha intentado es que fuera como un ejercicio de sencillez. Quería ver si podía hacer una especie de novela que no tuviera trama ni argumento, que fuera más bien fotográfica. Un ejercicio hacia la desnovelización». Escribir una novela le causa al autor de «Las bicicletas son para el verano» el placer de poder crear en soledad.
Tierno y tímido irreductible, Fernán-Gómez confiesa que se siente más cómodo haciendo cine que teatro por el miedo al público. En el cine, el público no le condiciona, no le estimula y puede vivir mejor la relación autor-obra. En cambio, en el teatro no se siente tan cómodo: «Sucede que el público me da miedo». Pero ahora el público prefiere a los autores extranjeros: «No es que haya cambiado el gusto del público -explica-, es que ha cambiado el público. Hace muchos, muchos años, la gente que no iba al teatro sabía incluso quiénes eran Paso, Benavente, los hermanos Quintero, Jardiel, Arniches... Hoy, los autores españoles no tienen el prestigio ni la popularidad de esos nombres que acabo de citar. Sinceramente, no sé cuál es el motivo de que no existan hoy esos autores de hace treinta, cuarenta años».
Le quedan tres o cuatro semanas de rodaje, a las órdenes de Patricia Ferreria, del filme «Para que no me olvides». Le queda una semana para el estreno, en el María Guerrero, de «Morir cuerdo y vivir loco». Y le queda por escribir la «Historia de mis fracasos»: «Se trata de contar los fracasos en mi vida profesional, sentimental, familiar, porque acabo de tener una especie de iluminación. Pero, ¿a quién le pueden interesar mis fracasos?».
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