Carlos Ruiz Zafón, última ronda en el Cementerio de los Libros Olvidados

El escritor barcelonés, autor de «La sombra del viento», el mayor éxito comercial de la literatura española, ha fallecido de cáncer en Los Ángeles

Zafón, presentó en 2014 la banda sonora de «La sombra del viento» en el Palau de la Música INES BAUCELLS

Todavía recuerdo cuando leí este primer párrafo de «La sombra del viento» y me atrapó para no alejarse jamás de mi memoria... «Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros ... Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atrapada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor se derramaba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido…»

También recuerdo el primer encuentro con su autor, Carlos Ruiz Zafón en el hotel Condes de Barcelona. Conocido y exitoso como autor de narrativa juvenil, la Trilogía de la Niebla (1993-1995) -«El príncipe de la niebla», «El palacio de la medianoche» y «Las luces de septiembre»- y la novela «Marina» (1999) atrajeron a la literatura a centenares de miles de jóvenes lectores.

Nacido en Barcelona en 1964 y estudiante de los jesuitas de Sarrià, el Ruiz Zafón adolescente era aficionado a las historias tenebrosas e insomnes: a los 14 años pergeñó un novelón de 500 páginas... Aunque encaminó su vida profesional a la publicidad hasta llegar a la cumbre, en 1992 cambió su trabajo de director creativo por la creatividad literaria: un año después ganaba el Premio Edebé de Novela Juvenil con «El Príncipe de la Niebla».

Con los tres millones del galardón financiaría su sueño americano: voló a Los Ángeles con su esposa para convertirse en guionista de cine... Hasta que Barcelona, en la distancia, lo volvió a atrapar. Después de «La sombra del viento», longseller con más de un centenar de ediciones en España, Ruiz Zafón dio a la imprenta la segunda entrega de la que iba a ser la tetralogía del Cementerio de los Libros Olvidados: «El juego del ángel» (2007), una novela de un gótico diabólico que retrocedía de la posguerra a la Barcelona años veinte.

Con «El prisionero del cielo», Ruiz Zafón volvía a los orígenes de «La sombra del viento» y «El Laberinto de los Espíritus» concluía la tetralogía quince años después. Conjugando los ambientes góticos con las pesquisas de la novela negra, el autor más vendido de la crónica editorial española retornaba al iniciático Cementerio de los Libros Olvidados para desvelar todos los secretos a sus lectores.

Ruiz Zafón describía así las cuatro novelas del ciclo. En la primera, «la historia el descubrimiento del mundo de los libros por un adolescente». La segunda, «la macabra peripecia vital de un escritor maldito». La tercera, la conciencia histórica en la voz de Fermín Romero de Torres y esta cuarta, ese retorno al Cementerio de los Libros Olvidados de la mano de Alicia Gris «mi ángel de las tinieblas favorito». Una escritura «que pasó de ser una escapada al paraíso a convertirse en un monstruo que empezó a devorar lo que tenía más cerca que era yo».

Gótico de amplio espectro

Entre los méritos de Ruiz Zafón, su vindicación de la novela de cuño decimonónico cuando otros ya celebraban funerales por la muerte del libro en papel. Pero su obra no era un ejercicio manierista de la literatura gótica. Al novelar, aplicaba lo que aprendió en la publicidad y el cine; con su experiencia en la literatura juvenil dominaba las artes que capturan al lector.

La temática novelesca entroncaba con las aficiones del autor. Dragones, cómic, música… Los primeros, le mantienen en conexión con la materia universal de los sueños y el emblema de la Barcelona gaudiniana que enmarcó una juventud lectora en el barrio de la Sagrada Familia . El cómic, como el cine, le permitía secuenciar escenas y encuadrar visualmente paisajes y figuras. De los dragones barceloneses amaba los de hierro forjado: brumosas historias de épocas remotas, sostenidas por una férrea estructura narrativa templada con el fuego de la metáfora y la melancolía. Entre sus autores predilectos Charles Dickens y Stephen King. El primero explicaba la brumosa conexión gótico-decimonónica; el segundo, el misterio «monstruoso». Entre los lugares frecuentados: el pétreo Barrio Gótico, el umbrío Raval, las torres burguesas de Pedralbes, el cementerio de Montjuïc o la montaña del Tibidabo.

Escribir a distancia

Ruiz Zafón «veía» mucho mejor Barcelona de lejos que cuando volvía. La ciudad literaria de Daniel Sempere, Nuria Monfort o Fermín Romero de Torres estaba más cercana a la sensibilidad de un creador cada vez más ajeno al «parque temático» del turismo. Para cada novela, el escritor componía una banda musical que expresaba en corcheas la tesitura emocional de lo narrado. Me cupo el honor de pergeñar una «Guía de la Barcelona de Ruiz Zafón» (2008) que prologó Sergio Vila-Sanjuán.

Con Carlos había recorrido lugares barceloneses que reaparecieron en sus novelas como el restaurante Can Lluís del Raval o el Barrio Gótico: «Aún es posible perderse en sus calles y dejarse llevar por ese vicio de creer». Quien buscara la reconstrucción histórica o la literalidad realista en sus novelas señalando anacronismos se equivocaba. Para leer a Ruiz Zafón uno había de «creer» en su Barcelona.

En los últimos años, el escritor fue espaciando cada vez más sus estancias barcelonesas. Desde Los Ángeles, observaba críticamente su ciudad. Reacio a enredarse en polémicas, siempre se sintió un cuerpo extraño en la cohorte de escritores que creyeron haber escrito «la gran novela de Barcelona» hasta que llegó Ruiz Zafón; le incomodaba también el nacionalismo que tensionaba la convivencia.

«Ese narcisismo moral de sentirnos mejores, superiores y diferentes a nuestros congéneres es uno de los peores pactos de la naturaleza humana sean banderas, himnos, escudos o cualquier otro signo de masas, de rebaños y grupos teledirigidos por intereses mezquinos y ocultos que se ceban en la calentura general de las personas, en nuestras frustraciones, miedos y anhelos. A mí me interesan las personas, quienes son como individuos, por sus logros personales, sus acciones. Donde hayan nacido, de qué color sean, no me parece significativo ni creo que tenga mérito o demérito alguno», decía.

El laberinto de los espíritus

Llamar la atención, junto a mi admirado colega Sergio Vila-Sanjuán, de «La sombra del viento» en 2001 ha sido una de las mejores experiencias en cuatro décadas de periodismo cultural. Hoy, en estos primeros días de un triste verano volvemos a acariciar la portada con la fotografía de Català-Roca: el padre con el niño de la mano en una gris avenida de troncos desnudos.

Volveremos al Cementerio de los Libros Olvidados que, según Ruiz Zafón, estaba en un lóbrego almacén de la calle Arco del Teatro, en el mítico «Barrio Chino».

Novela en mano caminaremos con Daniel Sempere por la babélica necrópolis: miles de títulos que aguardan ser rescatados por el lector. «Millones de páginas abandonadas, de universos y almas sin dueño, que se hundían en un océano de oscuridad mientras el mundo que palpitaba fuera de aquellos muros perdía la memoria sintiéndose más sabio cuanto más olvidaba…».

Nunca olvidaremos a Carlos Ruiz Zafón. Volveremos a sus laberintos de los espíritus.

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