Luis Goytisolo: «Ahora sé que mi obra está influida por el dolor de mi propia niñez»
El escritor y académico presentó ayer su nuevo libro, «El sueño de San Luis», una indagación sobre su narrativa
manuel de la Fuente
Su apellido, Goytisolo, es uno de los pilares de la literatura española de los últimos sesenta años. A él le toca llamarse Luis y es el hermano pequeño de José Agustín y de Juan. Acaba de publicar un libro pequeño pero enjundioso, «El sueño de ... San Luis» (Ed. Anagrama), donde entra con valor torero en el análisis de su obra literaria, en especial de su debut, «Las afueras», Premio Biblioteca Breve en 1954, y su «catedral», la tetralogía «Antagonía». Un libro que fue presentado ayer en la Biblioteca Nacional por Darío Villanueva, Director de la Real Academia, el editor Jorge Herralde, Ana Santos, Directora de la BNE, y el propio escritor.
—Antes de empezar, bordeemos los límites de la prensa del corazón. Se le echó en falta en la entrega del Cervantes a su hermano Juan.
—Nosotros lo habíamos hablado. El premio era de él, no mío. Cenamos juntos con mi hijo y con mi sobrina Julia (la protagonista de Palabras para Julia , la bellísima canción de Paco Ibáñez, a partir del poema de José Agustín Goytisolo). Me daba mucha pereza además que estuviesen todo el rato diciéndome, una foto juntos, una foto juntos. No sería la primera vez que nos confunden. Recuerdo incluso que una vez me pidieron unos lectores que les dedicara un ejemplar de Señas de identidad (el libro más conocido de Juan Goytisolo).
—Creo que se llevó algunas sorpresas con la relectura de Las afueras.
—Me quedé de piedra. Yo siempre había dicho que la trágica muerte de mi madre no había influido en mi obra, pero de repente me doy cuenta de que en Las afueras hay dos personajes que se llaman Julio y Julia (como ella), y también percibo que su dureza, que la presencia constante de la muerte, el que sea una novela realmente despiadada, tiene, desoladoramente, mucho que ver con mi propia infancia.
—Pero literariamente no se sintió defraudado.
—Sí, la novela aguantó muy bien esa relectura. La segunda, Las mismas palabras, que creo que es más redonda, sin embargo no ha aguantado el paso del tiempo.
—Eso le pasa a muchos lectores con por ejemplo El Jarama, de Sanchez Ferlosio, o con aquellas maravillosas películas neorrealistas.
—Ni lo miente, el mismo Ferlosio me dijo bastante espantado: «Es una novela horrorosa». Algo parecido me pasa con la obra de Pavese, sólo se salva, claro, su diario, El oficio de vivir.
—Los tres hermanos escritores, y además desde muy críos. Me los imagino intercambiando sus precoces experiencias literarias en los descansos de los partidos de chapas.
—Juan y yo escribíamos en la misma habitación, pero cada uno a lo suyo. Ni siquiera nos leíamos.
—¿Cuándo descubre que puede ser un escritor profesional?
—Mis comienzos fueron mientras estudiaba el bachillerato en los salesianos, cuando el profesor de literatura, el padre Gervasio, descubrió que escribía bien. Mis primeras obras fueron publicadas en la revista del colegio y fueron dos necrológicas, una sobre la muerte de Chesterton y otra sobre la de Pedro Salinas. Don Gervasio me llamaba francamente azoriniano.
—¿Se sintió entonces cerca de la gente de la Generación del 50 de la que formaba parte José Agustín?
—No, eran algo mayores. En cuanto a coincidencias, prefiero hablar de los dos Luises, yo mismo y Luis Martín-Santos, y los dos Juanes, mi hermano Juan y Juan Benet.
—A propósito de la entrega del Cervantes a Juan, algunas personas han hablado de que su obra y la suya son pesadas, aburridas. Su Antagonía tiene 1.500 páginas, en estos tiempos...
—Sí, hasta nos comunicamos con los emoticonos, sin palabras, parece que volvemos al jeroglífico.
—¿Dónde nacieron las historias que luego se convierten en novelas, en la niñez, en la adolescencia...?
—En buena medida, sí. Desde muy niño empecé a escribir en un cuaderno del cole, donde pegaba fotos que arrancaba de catálogos de arte (me cargué unos cuantos) y monté una revista que se llamaba Diamante. Me pasaba el día cortando y recortando con las tijeras, y pronto empecé a escribir novelitas inspiradas en Flash Gordon y después a lo Zane Grey, y un día, con once años, me presenté en la Editorial Molino, porque allí pagaban 500 pesetas por novela, y la verdad es que fueron muy amables, pero me dijeron que tardaban dos años en contestarme y era mucho tiempo.
—En aquellos años, ¿escribir en España era llorar como dijo Larra?
—Había censura, claro, pero con Las afueras no tuve ningún tipo de problema. Sí con la segunda, pero por algunas escenas de contenido erótico. Luego con Antagonía sí los tuve. De hecho, las primeras ediciones se hicieron en Argentina y México.
—En aquellos años setenta muchos lectores, aunque leíamos por placer, éramos más militantes que los propios escritores.
—Yo nunca me he sentido militante de nada. Entré en el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña, los comunistas catalanes) en 1957 con otros tres amigos. Ninguno de nosotros éramos comunistas, de hecho ya sabíamos lo que había sido Stalin. Es más, medio en broma, medio en serio, decíamos que si triunfaban los nuestros tomaríamos el primer avión camino de París.
—Pero acabó usted en Carabanchel.
—Casi de casualidad. Fui a Praga como invitado del VI Congreso del Partido Comunista checo, y ni siquiera llegué a intervenir. Entre los compañeros españoles se decían cosas alucinantes como que nuestro próximo congreso sería en El Pardo. A la vuelta, la Policía nos detuvo a todos. Por eso, cuando ya estaba en Carabanchel le decía a mis compañeros, bueno ya estamos más cerca de El Pardo.
—Es académico desde 1994, ¿cómo está viviendo el proceso de cambio que pilota Darío Villanueva, su nuevo director?
—La RAE se está abriendo mucho y creo que es lo que se necesita. Pero echo de menos más apoyo oficial, y hay que sacar dinero de actividades no académicas y yo no quiero que la Academia se convierta en una empresa.
—Barcelonés que escribe en castellano.
—Afortunadamente vivo en el campo, y no me entero mucho. Pero estos ataques nacionalistas vienen de antiguo, desde Jacinto Verdaguer, por lo menos, se repiten regularmente y luego se desinflan, se basan en fantasías de los nacionalistas.
—¿Y España?
—Yo tengo la sensación de que nuestro país puede ser muy irritante, creo que es el único de Occidente que incluso deprime a sus propios ciudadanos. Por supuesto, está repleto de gente estupenda, y me irrito muchísimo cuando se meten de forma injusta con nosotros, pero no dejan de suceder españoladas, como suelen decir los franceses.
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