Gay Talese: «Nunca me he sentido del todo americano»
Veintidós años después, se edita en español «Los hijos», monumental autobiografía en la que repasa los orígenes italianos de su familia
Gay Talese: «Nunca me he sentido del todo americano»
Apenas después de saludar con un apretón de manos, Gay Talese ametralla al entrevistador con preguntas: ¿Tienes pareja? ¿Dónde vives? ¿Cuánto tiempo llevas en Nueva York? ¿Por qué viniste? Se nota que navega más cómodo en el mundo de las preguntas –a lo que ... se ha dedicado toda su vida– que en el de las respuestas. Pero el tótem del periodismo estadounidense se sienta hoy como entrevistado en el bar del hotel The Pierre, un establecimiento clásico del Upper East Side de Nueva York.
«Como sabes, he escrito mucho», inicia su discurso, sin rastro de vanidad en sus palabras. Lo dice para explicar qué le llevó a escribir «Los hijos», el monumental repaso a su infancia en Nueva Jersey y a los orígenes de su familia, escrito en 1992, y que ahora edita en español Alfaguara. Se inició como «contador de historias», como le gusta definirse, en el periódico de su instituto. Después estudió en la Universidad de Alabama, aterrizó y se escapó de «The New York Times», colaboró con «Esquire», escribió libros… «Pero siempre me pregunté: ¿Cuál es mi historia? Siempre creí que mi vida merecía contarse».
La suya es una historia más de la emigración que forjó Estados Unidos durante el siglo pasado. Su padre, Joseph, era un hijo de las «viudas blancas» del Sur de Italia, las mujeres que criaron a su familia con sus maridos emigrados a otros países. Joseph acabaría también en tierras estadounidenses, donde se casó con Catherine, cuyo padre también era un italiano emigrado, dedicado a conducir camiones y que acabó como chófer de un constructor adinerado.
La vida, para Talese, como para muchos hijos de la inmigración, estaba entre dos mundos. El que representaba sus padres y su familia, moldeados en la penuria de la Italia rural de entreguerras, y el del mundo de oportunidades que se abría enfrente suyo. «Todo el libro es un intento de entender la complejidad de no ser una cosa al completo y tampoco de ser la otra. Nunca sentí que yo fuera americano del todo, a pesar de que el inglés fue mi primer idioma», asegura.
Sentado en un sillón de cuero, con un traje de tweed ribeteado, chaleco de cuadros, camisa y pañuelo a juego y zapato inglés, es difícil que alguien compita en elegancia con Talese, a sus 82 años. Pero también es complicado encontrar a alguien que haya mirado tanto a los olvidados, al lado oscuro de la sociedad. «Tengo afinidad por las personas que están fuera de los círculos del éxito», confiesa. Lo ha hecho en muchos de sus artículos y libros, y también en este retrato de los orígenes de su familia.
–¿Cómo era esa comunidad italiana que describe en su libro?
–Se hizo a partir de gente muy pobre, campesinos. Mi padre estaba un poco por encima de eso porque era sastre. Pero la mayoría no tenía ni educación ni poder, sus trabajos aquí fueron los más miserables: en la construcción de ferrocarriles, barrenderos, en los puentes. Yo vi la escritura no solo como una forma de dar prestigio a mi nombre, sino también para tener más ingresos que mi padre como sastre o que mis tíos como campesinos. No soy un campesino, pero tengo su sensibilidad.
–¿Por eso se decidió a escribir sobre su familia?
–Mi periodismo siempre tiende a ver algo en el lado de quien no es el conquistador, el poderoso, el jefe, el exitoso, el rico.
–¿Por qué el tema de la emigración es tan atractivo?
–La razón por la que la emigración es necesaria es porque la gente necesita sentirse un extraño. Eso es combustible, te da energía. Un país necesita que venga gente ambiciosa, que se sienta foránea, que se sienta enfadada. Un par de generaciones después, los emigrantes pierden ese espíritu y se convierten en vagos y gordos. En Estados Unidos se ve eso con claridad.
Para Talese, Estados Unidos todavía representa «esa oportunidad dorada de convertirte en algo mejor de lo que serías si te no te mueves. Aquí los que toman riesgos triunfan». A pesar de ello, considera que su país «no es justo, ni es democrático. Y nunca lo fue». Su discurso es crítico con las estructuras de poder de su país y salpimienta sus frases con tacos e incredulidad en sus ojos, que se llenan de energía cuando la conversación deriva hacia su profesión.
–¿La manera de hacer periodismo cambia cuando el objeto es su familia?
–No. Yo siempre escribo mis historias de la misma manera. Me pregunto quiénes son esta gente, de dónde vienen, qué hicieron para llegar aquí, y después qué pasó y después qué pasó y después qué pasó… Eso es todo lo que hay que hacer.
–¿Qué historia le gustaría contar?
–Sólo puedo hacer un 1% de lo que me gustaría. Pero si tuviera el poder para hacer lo que quisiera, perseguiría a los cinco tipos liberados de Guantánamo [en referencia a los cinco talibanes que el Gobierno de EE.UU. ha puesto en libertad a cambio de Bowe Bergdahl, el único soldado estadounidense prisionero en Afganistán] y me pasaría un mes con cada uno de ellos. Les preguntaría sobre su infancia, sus padres, el pueblo en el que se criaron, sus héroes, sus enemigos, sus sueños… Debemos darles nombres e historias para entender quiénes son, y no contentarnos con la palabra «activistas», que repiten los medios cincuenta veces cada día.
–¿El periodismo está contando de manera correcta el papel de Estados Unidos en el mundo?
–De ninguna manera.
–¿Por qué?
–Porque los periodistas solo miran una parte de la historia. No les interesa lo demás. Los periodistas deben ser foráneos, deben tener el punto de vista de un extranjero. Pero son estadounidenses, hijos de estadounidenses, padres de estadounidenses, fueron a la universidad con alguien que está en el Departamento de Estado o conocen a un senador por aquí o a un consejero delegado de una firma de Wall Street por allá. Están espiritualmente demasiado alineados con el poder, y deberían estar alineados con lo contrario.
–¿En qué se ve eso?
–Por ejemplo, en el 11 de septiembre. ¡Qué demonios! Parecía que EE.UU. era el primer país del mundo en ser atacado. Hay bombas en todo el mundo, mueren miles de personas todos los años.
–¿Por qué los periodistas caen en esa relación con el poder?
–Porque aceptan un historia de EE.UU. dulcificada por creadores de mitos de Washington. Vietnam o Irak no tenían sentido. A los americanos se nos odia mucho más ahora que cuando yo era joven. Después de la Segunda Guerra Mundial, éramos admirados, pero no en 2014.
–¿En qué trabaja ahora mismo?
–Voy a escribir sobre mi matrimonio, he trabajado en ello cada uno de sus 55 años de vida [Talese había celebrado con su mujer, Nan, su aniversario de boda la noche anterior, en el restaurante Le Cirque].
–¿Qué piensa su mujer sobre eso?
–No lo sé, todavía no lo ha leído.
–¿Cree que le hará feliz?
–Nadie es del todo feliz.
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