110 MOTIVOS PARA ADMIRAR A ESPAÑA
El libro español, crónica de un éxito
Los ajustes económicos y tecnológicos no impiden la vitalidad e importancia del sector
El libro español, crónica de un éxito
La exitosa crónica de la edición en español la escribe Cervantes en la segunda parte del «Quijote», cuando el Ingenioso Hidalgo visita la imprenta de Sebastián de Cormellas en la ciudad de Barcelona.
Atraído por el rótulo –«Aquí se imprimen libros»–, se sumerge entre tipografías: « ... Vio tirar en una parte, corregir en otra, componer en esta, enmendar en aquella y, finalmente, toda aquella máquina que en las emprentas grandes se muestra. Llegábase don Quijote a un cajón y preguntaba qué era aquello que allí se hacía; débanle cuenta los oficiales; admirábase y pasaba adelante…».
España ha tenido en los libros su verdadera e invencible armada cultural. Sus tripulantes se llamaron Maucci, Montaner y Simón, Gustavo Gili, Sopena, Salvat, Espasa, Janés, Caralt, Vicens Vives. Nuestra crónica editorial brinda episodios ejemplares. Podemos recordar, por ejemplo, la joint venture Madrid-Barcelona, cuando la Calpe de Urgoiti se fusiona con los hermanos Espasa para comercializar la Enciclopedia Universal Ilustrada, uno de los productos carismáticos en los hogares españoles.
Al acabar la Guerra Civil, Hispanoamérica fue el refugio de editores incansables. En 1937, Espasa inaugura en Buenos Aires el sello Austral: la primera colección del bolsillo en lengua castellana se abre con «La rebelión de las masas» de Ortega; en 1946, Antonio López Llausàs funda en la capital argentina la editorial Sudamericana que veinte años después activará la espoleta del boom con los «Cien años de soledad» de García Márquez. O la fundación en 1958 de Anaya por Germán Sánchez Ruipérez, con su mecenazgo al servicio de la lectura que hoy ejemplifica la Casa del Lector.
La patria del editor
En los años cincuenta se consolidó la reconquista hispanoamericana. Los editores se olvidaron de los barcos con honra y la honra sin barcos y desafiaron el aislamiento de la posguerra. Luego, los barcos retornaron a América cargados de libros hechos en España. Para Josep Lluís Monreal, editor de Océano, «la patria de un editor no es otra que la lengua en que publica sus obras y yo me tengo, por encima de todo, por un editor en español…». Cuatrocientos cincuenta millones de hablantes garantizan el futuro económico de una industria editorial, en la que el noventa por ciento de empresas se radican en Barcelona y Madrid.
No siempre fueron las cosas bien. En los ochenta, el shock político y económico del Cono Sur dio al traste con sellos históricos como Bruguera, pero hoy el mundo editorial «en español» es pujante y diverso. Ciento sesenta sellos en veinticinco países mantienen un mercado ya consolidado en México, Brasil en progresión geométrica, y añade al tradicional mercado mexicano países que han recuperado poder adquisitivo, como Chile y Argentina. Las editoriales españolas mantienen cerca de doscientas filiales en una treintena de países, el ochenta por ciento en Hispanoamérica.
Según el Ministerio de Cultura y de la Federación de Cámaras del Libro, las exportaciones del sector editorial sumaron en 2011 cuatrocientos ochenta y dos millones de euros, con un saldo positivo para la balanza comercial de doscientos sesenta y dos millones. En los últimos veinte años, el volumen de exportaciones ha pasado de los ciento noventa y siete millones de 1990 a estos cuatrocientos ochenta y dos, pese al descenso de las ventas motivado por la crisis económica.
Del monto de exportaciones editoriales, el mercado americano contabiliza ciento sesenta y siete millones y la UE ciento cuarenta y cinco millones, con un sesenta y seis por ciento de incremento. Si entramos en detalle, Francia encabeza la lista de importadores de libro español, seguida de Gran Bretaña, Italia, México, Portugal, Argentina y Chile. Por contenidos, España vende libros de texto, ciencias sociales y técnicos: la lengua española está en la pomada del avance social y científico. Nada de nostalgias imperiales.
Con más de cien mil títulos anuales, el sector editorial supone el cuarenta por ciento del total de las actividades culturales: tres mil cuatrocientas editoriales, de las que un centenar arroja más de dos millones de euros de facturación. Desde finales de los cincuenta y a partir de los sesenta, germinó la renovación de catálogos de octanaje literario como Destino, Bruguera, Anagrama, Tusquets, Alfaguara, Alianza, Lumen…
Además de los grandes sellos, las pequeñas editoriales crecen cada día
En los noventa, las concentraciones empresariales amplían el Grupo Planeta que fundó José Manuel Lara, en competencia con Random House Mondadori, de la esfera internacional de Bertelsmann y RBA. No todo son gigantes. Si en el pote pequeño está la buena confitura, ahí están Acantilado, Siruela, Atalanta, Turner, o el minimalismo independiente de Errata Naturae, Zorro Rojo, Nórdica, Alfabia o Libros del Asteroide.
España es la cuarta potencia editorial del mundo. En la última década, los best-sellers made in Spain han acaparado la atención de las ferias del libro europeas. A la millonaria «Sombra del viento» de Ruiz Zafón, se han añadido títulos con vocación de longseller. Hoy, la literatura española exporta éxitos a todo el planeta: «La catedral del mar», de Ildefonso Falcones, traducida en más de treinta países; fenómenos como «La sábana santa», de Julia Navarro; La «tierra firme» de Matilde Asensi o María Dueñas, que sigue cosiendo a contratos internacionales «El tiempo entre costuras»; «La cena secreta», de Javier Sierra, fue el sexto libro más vendido del «New York Times».
Estamos hablando de la cultura popular, segmento que en los setenta y ochenta abrieron Vázquez Figueroa o Pérez-Reverte. Sin olvidar la escudería del editor Jorge Herralde, con el «detective» Bolaño, o nuestros internacionales más veteranos: Javier Marías, Enrique Vila-Matas y Eduardo Mendoza.
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