Una Historia de armas tomar
Aquel Imperio donde no se ponía el Sol nos costó sangre, sudor y lágrimas. En vísperas del día de las Fuerzas Armadas, ABC ofrece una epopeya que se forja en la Reconquista
MANUEL DE LA FUENTE
Ardor guerrero vibra en nuestras voces y de amor patrio henchido el corazón… canta la fiel infantería, la misma que se batió el cobre de Algeciras a Estambul, de Covadonga a Ceriñola, de Garellano a Lepanto. Durante siglos, nuestra gente vivió espada en mano, guerreando ... por las cuatro esquinas de un planeta que estaba a tiro de arcabuz.
Fue una historia de sangre, sudor y lágrimas. Una historia de hercúleas victorias y terroríficas derrotas. Una historia de heroísmo, sacrificio, abnegación y patriotismo. Una historia que, con un cicerón de lujo, el historiador Fernando Martínez Laínez, recorremos al redoble del tambor. Una historia de armas tomar.
«Los españoles de hoy no somos belicosos, pero fuimos un pueblo bastante guerrero, algo que vino marcado por las circunstancias. España, invadida por los musulmanes en el siglo VIII, fue el único país de Europa que mantuvo una contienda en su suelo durante 800 años», explica Martínez Laínez, que lleva varios años reconstruyendo nuestra historia militar en libros como «El Gran Capitán», «Una pica en Flandes» y «Los Tercios de España», «Banderas lejanas» (todos ellos editados por Edaf).
La Reconquista, ocho siglos a mandoblazos, repartiendo y recibiendo estopa, «forjó un tipo de sociedad guerrera, con rasgos medievales caballerescos. Un tiempo en el que la sociedad española era una sociedad muy curtida, predispuesta a combatir. Cuando el rey francés Francisco I está prisionero en Madrid, tras la derrota de Pavía, se asombra de que los niños en las calles jueguen en tan corta edad a la guerra con espadas de madera. “¡Bendita España, que pare y cría a los hombres armados!”, exclamó».«MC0»
Nuestros soldados estuvieran donde estuvieran vencían y morían con una cruz sobre el pecho. ¿Hasta qué punto fue la religión el motor de nuestras batallas? «La religión jugaba un papel fundamental, pero en última instancia eran los intereses políticos y estratégicos los que prevalecían. La España ultra católica no tuvo excesivos problemas en combatir al Papa cuando la ocasión lo exigió y fueron tropas imperiales de Carlos V las que capturaron al Sumo Pontífice en Roma y asaltaron la capital de la Cristiandad, con saqueo incluido».
Invencibles
Para mantener aquel imperio en el que no se ponía el sol, los nuestros disponían de la mejor unidad de combate de su época, los Tercios, con «fama justificada de invencibles», subraya Martínez Laínez. «Integraban las armas blancas y de fuego en un sistema innovador. Constituían un conjunto sólido y flexible, capaz de adaptarse a situaciones muy diversas, cuya unidad básica era la compañía. Fueron la organización militar más avanzada de su época».
Pero, mientras los soldados españoles se batían por el mundo, ¿qué pasaba en la retaguardia, que se pensaba en casa, a cientos de kilómetros de nuestros ejércitos? «No puede haber Nación fuerte sin un pueblo fuerte detrás —explica el historiador—. La gente tenía conciencia de pertenecer a un Estado importante. Éramos una gran potencia con muchos enemigos, y se asumía con bastante naturalidad el sacrificio que eso comportaba. Los españoles se sentían casi siempre orgullosos de serlo y el desgaste bélico era aceptado como un trance inevitable. Los mejores personajes de aquella epopeya, porque lo fue, salieron casi todos del pueblo llano. No hay más que repasar la lista de los exploradores, conquistadores, escritores, misioneros y capitanes de la época para comprobarlo. Eran, sin duda, otra España y otros valores».
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