Garci, año 40 después del Oscar: «Me sigo sintiendo un impostor»
Homenaje de Pérez-Reverte, Chema Alonso, Joseba Larrañaga y los Cowboys de Medianoche al cineasta por el aniversario
Uno de los nuestros, la Tercera de Eduardo Torres-Dulce
El día que los dioses sonrieron a Garci
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Iniciar sesiónA José Luis Garci se le quebraba ayer la voz una y mil veces al recordar la suerte de su vida, que bien podría ser el cine, la escritura o el favor del público, o tal vez unos amigos de película, que le acompañaban, ... y un Oscar pionero de hace justo 40 años –que es lo que se celebraba–. Afirmó, por ejemplo, que el cine era como una religión, que había que creer o no creer lo que salía del proyector, mundos reales y fantásticos, pasados y futuros con los que soñaba desde chaval, que él creyó que le servirían como una vida de repuesto para un tiempo de alegría flaca y tonos grises. Pero no.
Al final cine y vida se mezclaron y fueron el uno para la otra, y viceversa: «No he visto nada en la vida que no hubiera visto antes en el cine –confesó–. Antes de la vida he vivido todo como espectador». El amor, el desamor, el desencanto y la ilusión, todo, incluso ganar un Oscar, ocurrió antes en la pantalla, ante sus ojos.
Quizá el recuerdo más punzante fue ayer rememorar cómo vivió aquella jornada gloriosa en el Hollywood de 1983 con su buen amigo Enrique Herreros, hijo, presente en la sala de la Fundación Telefónica abarrotada de público, de amigos, desde Enrique Cerezo a David Summers, José Mota, Andrés Aberasturi, Luis Enríquez y muchos otros, además de aplausos, risas y emociones que se extendieron durante casi dos horas. En el estrado le acompañaban otros seis magníficos, de entre sus amigos: Arturo Pérez-Reverte, Luis Alberto de Cuenca, Luis Herrero, Eduardo Torres-Dulce, Joseba Larrañaga y Chema Alonso, que era quien convocaba y que explicó cómo envía Garci los wasaps («en realidad notas en una tarjeta que le escanea Josito») y se atrevió a regalarle su primer 'smartphone' que luego resultó ser un viejo y sabio modelo Heraldo (c. 1970) de Telefónica.
Preocupado por la alienación
Pérez-Reverte abrió fuego con lo del cine como «una religión, que practicamos aquí todos y en la que John Ford hace de padre, de hijo y de espíritu santo». Tema que fue repetidamente debatido entre los partidarios de Howard Hawks y cerrado por el propio Garci cuando afirmó que, a estas alturas de la vida, es más de Billy Wilder, «porque sus películas no paran de crecer y además lo siento cerca como escritor que pasó a dirigir, como Sturges. Es mucho más difícil escribir, dirigir es un oficio», aseveró.
Donde lo aprendió fue otro bonito asunto tratado ayer: «Aprendí viendo a los clásicos, los de Hollywood. Por eso cuando hice mi primera película, gracias a José María González-Sinde, que se llamó 'Asignatura pendiente', lo que me preocupaba era que gustase a la gente. Si hubiera ido a la Escuela de Cine mi carrera habría sido de sólo 3 o 4 películas y estaría preocupado por la alienación y cosas así», afirmación que provocó risas entre el público.
Hablando de escritura, Luis Alberto de Cuenca explica a Garci desde sus inicios como escritor, que ha ganado tantos premios, y recordó que desde hace diez años no para de publicar libros. Eligió como favorito 'Telegramas cinéfilos', que recopila sus artículos en ABC Cultural, y sus memorias de 'Lo que el viento se llevó'. Luis Herrero describió la entrada del domicilio de Garci como el 'jardín de los premios', «donde si no tienes cuidado lo mismo pisas un Oscar que un Grammy, que un Cavia, un Ruano o un Ondas, porque los tiene todos».
Para Herrero, «es dueño de una independencia insobornable y es el mejor narrador oral que conozco, al mismo nivel que Sherezade, porque habla con imágenes entrelazadas con sus propios recuerdos». Ahí Garci remató confesando que con la edad está perdiendo memoria, «aunque es verdad que tengo muchísima memoria. De pequeño me bastaba con oír las clases para aprender literatura o historia, no así las matemáticas. No sé si es memoria o maldición de no olvidar lo que yo tengo», explicó.
Filmar la copa del mundo
Llegó el turno de los deportes. Garci practicó atletismo con tan pobres marcas que un utillero le dijo: «Chaval, dedícate al cine» (confesión que causó una sonora carcajada en el respetable). Dijo que se hizo del Atlético de Madrid por lo colorido del uniforme en aquella España gris y «nunca he sido hincha, no me gusta ser de algo en contra de otros».
Hubo noticia: pidió hacer un documental de la selección en Sudáfrica: iba a titularse 'African Kings' (sabor a Huston) pero los visionarios de la Federación de Fútbol le pusieron trabas porque «podrían verse las tácticas» y nos quedamos todos sin el relato magnífico de aquellos días en los que España, como con el Oscar de Garci, tocó el cielo. Y encima dirigido por él. Habría sido una película pionera, ahora que el documental deportivo está de moda.
Eduardo Torres-Dulce remarcó la idea de que «el cine para Garci ha sido la vida, de verdad y de mentira, cóctel perfecto donde mezcla sus ideales, promesas, momentos que no pudo vivir». Celebró la extraña combinación de milagro y de justicia (como jurista sabe lo rara que es esta dupla) que se produjo en 1983, «que ganase el primer Oscar para un español el chico de Narváez y no Bardem o cualquiera de los directores que ya habían sido propuestos desde España». Y lo comparó con Truffaut con la diferencia de que el francés «tuvo una infancia desgraciada ('Los 400 golpes') y Garci una maravillosa. Todo en él nace en la infancia».
Hubo risas, más aplausos, detalles brillantes y recuerdos sin fin. La voz de Garci se quebró varias veces más por la emoción. Nadie vio lágrimas, invisibles como lluvia de veras en el cine, pero brillaban los ojos y las palabras tremolaban anudadas al recuerdo: «De aquel Oscar no queda casi nadie, Enrique Herreros y yo. Y todavía me sigo sintiendo un impostor...».
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