Eduardo Mendoza: «El régimen de Franco se mantuvo gracias a los chistes»

Al escritor le faltaba el Princesa de Asturias de las Letras: lo recogerá este viernes en Oviedo

La prosa desenfadada de Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza, retratado en Oviedo EFE

Seamos rápidos, que la vida es breve. Ya saben quién es Eduardo Mendoza, y qué ha hecho, y cómo ríe. Le faltaba ganar el premio Princesa de Asturias de las Letras. Lo recogerá este viernes.

—¿Ha hablado con Gurb últimamente?

—Me ha dicho: ... mira tú dónde has ido a parar, y todo gracias a mí. Gurb me ha escrito a mí.

—¿Cómo se lleva con esa novela casi accidental?

—Con ese libro me tocó la lotería.

—¿Somos tan raros como nos veía él?

—El ser humano es muy sorprendente. Claro, cuando uno ve una radiografía piensa, madre mía, qué asquerosos somos, pero en cambio por fuera, qué presentables, ¿verdad? Parece mentira que siendo como somos todavía estemos funcionando por el mundo. Lo raro es que no nos hayamos exterminado hace miles de años.

—¿Sirve para algo el humor?

—No sirve para nada en concreto, pero es un ingrediente del plato que cocinamos para que esto sea más pasable. Pero a veces es contraproducente.

—¿Cuándo?

—El régimen de Franco se mantuvo gracias a los chistes. Cada día había chistes de Franco y con eso pues ya nos conformábamos. Con los chistes vamos manteniendo y justificando y dejando pasar cosas ante las que tendríamos que plantarnos.

«Lo raro es que no nos hayamos exterminado hace miles de años»

—Ahora que los políticos se parecen a sus caricaturas, ¿de quién nos reímos?

—La sátira política es peligrosa, porque estamos convirtiendo en una cosa muy divertida en algo que no tendría que serlo. Un político tendría que ser un hombre muy soso, muy aburrido. Alguien imposible de caricaturizar.

—¿El español se define entre la picaresca y Don Quijote?

—En España, en general, somos mejores personas de lo que pensamos. Somos como toda la humanidad, egoístas, malos, sinvergüenzas, vagos, pero tenemos una cordialidad que no se encuentra fuera. Por eso vienen tantos extranjeros a vivir aquí.

—¿Echa de menos vivir fuera?

—Hay dos tipos de personas: el que tiene morriña al cerrar la puerta y el que siempre tiene ganas de irse. Yo soy de los segundos. Me gusta no conocer el idioma, ni las calles, ni que nadie sepa quién soy. Me gusta ser extraterrestre. Pero claro, eso ya se acabó.

—Y el mundo, ¿se acaba o no?

—Mi padre fue a la guerra: yo hice una mili ridícula y mis hijos ni eso. Mi madre me contaba los bombardeos. Estaban allí, salían corriendo todos y bajaban al refugio: eso para mí es de película de risa. Ahora parece que van a volver. Pero la historia siempre ha sido así.

—¿De qué le gusta reírse?

—Sonrío con la inocencia de las personas, con ese punto de bondad y generosidad que veo por ahí: eso me hace feliz. Y me caigo de la risa con la vanidad del poder. Lo mejor es que es gratis. Estamos rodeados de vanidosos.

—¿Qué opina de los espejos?

—Cuando uno se conoce piensa: madre mía, madre mía, que no se entere nadie.

—Una pregunta incómoda: ¿le gustan las gaitas o no?

—Me encantan, en mi ADN hay una pequeña gaita metida. En el servicio militar desfilábamos con gaitas. Con gaitas y sin fusil.

—Seguirá escribiendo, claro.

—Es que los días tienen muchas horas. Algo hay que hacer.

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