Diego Garrocho: «Los periodistas y los filósofos persiguen la misma presa, la verdad»
Presenta 'El último verano', (Debate) una recopilación de sus textos acerca de la filosofía en la comprensión cotidiana del mundo
Diego S. Garrocho: «Hoy la moderación es un gesto de valentía»
Palabra pública
Cuando Diego Garrocho (1984) recibió el premio David Gistau, subió al podio sin papeles en la mano. Habló del periodismo con vehemencia y fuerza, sin desperdiciar una palabra. Hubo verdad y autocrítica en todo cuanto dijo. Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de ... Madrid y vicedecano de la Facultad de Filosofía, ha asumido recientemente las riendas de la sección de Opinión de ABC.
Garrocho ha dejado impronta en su paso por la prensa y la reflexión ensayística. Posee la capacidad para rejuvenecer una tradición de la que se sabe parte. Lejos de cualquier beatería cultural, acude al debate público con ideas que, aun planteadas como provocación, no pretenden el apocalipsis ni el aquelarre. Al contrario, hay que entenderse y para eso se necesitan tesis capaces de reunir. Y si en el camino aparece el conflicto, es porque algo está a punto de cuajar.
En lugar de entumecer su pensamiento, la trayectoria académica de Garrocho inyecta ironía, lucidez y originalidad a sus visiones del mundo, que plasma en sus columnas y libros, el más reciente de ellos 'El último verano' (Debate), una recopilación hermosa, brillante y necesaria de ensayos acerca de la filosofía como elemento esencial de la vida cotidiana y su importancia para la comprensión del mundo. El volumen estará en las librerías el próximo 16 de marzo.
¿Diego Garrocho cree más en el periodismo que los propios periodistas?
El periodismo aglutina muchas de las cosas que más respeto: el amor por el lenguaje y la verdad, que es uno de los horizontes comunes que tienen los filósofos y los periodistas. Perseguimos esa misma presa desde caminos distintos.
Para ser la historia de un fracaso, como usted describe, este libro tiene una lucidez tremenda.
El libro recibe al lector proponiéndose como la historia de una frustración, un fracaso en la búsqueda de la belleza, la verdad y el bien. Son obsesiones muy íntimas y tres nociones de la filosofía clásica. No es un recurso literario el decir que fracaso cuando lo intento, la prueba es que lo sigo intentando. Nunca llegamos a escribir lo que realmente querríamos. De hecho, tengo una relación compleja con la escritura. Doy muchas vueltas al texto.
¿Y aun así ha aceptado escribir editoriales, columnas y análisis contrarreloj?
Es uno de los retos, pero lo hago con una conciencia de deber. Cuando elijo ser jefe de opinión de ABC, lo hago respondiendo a una encomienda. Tiene que ver con el deber y la necesidad, con la creencia de que puedo intentar proponer algunas cosas que había teorizado, pero que no había llevado al ámbito de la acción. Hay un momento en el que uno debe asumir el riesgo de equivocarse.
Existe una tradición de intelectuales y filósofos en la prensa desde hace siglos, ¿en qué momento comenzamos a interpretar eso como una rareza?
Hay precedentes tanto en España, como fuera, por supuesto. En el tiempo reciente, también. Norberto Bobbio o Giovanni Sartori fueron profesores con una intensa presencia en la prensa. Me gusta distinguir entre el periodismo y los periódicos. Un horóscopo no es periodismo y está en un periódico. La meteorología es periodismo, en un sentido muy remoto, y está en un periódico. A veces se puede meter un poema en un periódico, pero también una reflexión filosófica a través de las 'Terceras'. Quiero procurar que no sean esclavas de la actualidad y den la oportunidad al lector de encontrar una escritura de profundidad y hondura un martes por la mañana con un café. Eso me parece la civilización. Leer la Tercera de ABC con un café.
Un periódico es una empresa intelectual, escribe.
Creo incluso que es un instrumento espiritual. Que una persona sea capaz de bajar al quiosco, comprar un periódico en papel y regalarse veinte minutos para leerlo es un ejercicio de prudencia existencial. El mal de nuestra época es ese olvido del cuidado del espíritu en el sentido más prosaico. Ritualizada, una cotidianidad puede ser un lugar para armar el espíritu. Por eso los periódicos son instrumentos intelectuales y espirituales.
La primera parte del libro alude a la ausencia y la nostalgia. ¿Inaugura lugares la nostalgia?
Puede llegar a ser una fuerza creativa. Es un tema que está presente en mi primer libro, en el segundo y en este también. No se trata de una nostalgia política, tampoco de una nostalgia de lo inmediato, de lo que acabamos de perder, sino que es una nostalgia casi ontológica. El ser humano es un animal que se encuentra extrañado en este mundo y en permanente tensión con la circunstancia. El mundo no nos gusta y por eso creamos. El poeta hace un verso porque cree que el mundo va a ser mejor. Todo acto creativo es una enmienda del mundo.
La literatura con propósito a veces acaba mal. La mayoría de las veces, diría.
No que el poema deba asistir a ningún propósito, sino que el propósito es el poema mismo. Defiendo la autonomía de la literatura y, me atrevería a decir, que de la escritura.
¿Se da la razón el Garrocho de hoy al Garrocho que escribió esos textos?
El texto se independiza en ocasiones de lo que tú mismo quieres decir, porque tiene propia finalidad. Respondo prudentemente, y puedo dar razón pública de todo lo que he escrito. Pero no es cierto que eso sea una radiografía exacta de lo que yo pienso en un momento dado. Propongo ideas en las que a lo mejor no creo, pero que faltan en el debate público.
Alude a esa idea en el texto dedicado a la Guerra Cultural.
Con la guerra cultural pasa como con lo de salir a ligar. Uno no puede ser tan tonto de decir que va a hacerla. Proclamarla es una torpeza estratégica, porque pierde su eficacia. Creo mucho más en las batallas estéticas que en las guerras culturales, porque puede reconciliarnos. Goza además de un prestigio ilegítimo. El pensamiento crítico, estar permanentemente pensando contra algo es una miseria intelectual. En ese afán dinamitero y destructivo, lo difícil es proponer cosas que se sostengan, no tirarle el castillo de arena al de al lado.
¿Tiene ideas la España actual? ¿Piensa, acaso?
Por supuesto que tiene que haber alguna idea. Asumir que vivimos en un desierto es una posición fatalista. Hay que preguntarse cuáles existen y cuáles podemos retomar. Buscar ideas que nos reúnan, porque de alguna manera tenemos que reunirnos. Tenemos que sobrevivir a dos campañas electorales.
Deme una idea, una sola, que haya identificado.
Hay una idea de comunidad que a mí me interesa. La gente está redescubriendo la necesidad de trabar lazos afectivos y estables. Aquella idealización del individualismo, que la izquierda proclamaba desde una falsa autonomía, y la derecha más liberal propuso en un modelo de persona sin raíces, capaz de irte a trabajar a diez mil kilómetros de tu casa. Las nuevas generaciones han descubierto la trampa de la inestabilidad en la pobreza y quieren algo duradero, a reconciliarse con una cierta proximidad.
¿Por qué todo, desde el feminismo hasta el veganismo, supone una gresca?
El conflicto es la prueba de que no nos conformamos con que el vecino piense lo contrario de lo que nosotros pensamos. Sólo nos pegamos por ideas cuando queremos establecer significados sólidos. La gente ha vuelto a sentir la necesidad de explicar qué es una mujer, qué es un ser humano, qué es un derecho. Antes no había un conflicto porque en el fondo tu opinión o la de ese señor nos daba igual. Por ejemplo, el movimiento feminista ha reactivado un realismo moral. Tiene una definición muy clara y muy rotunda acerca de qué es lo justo y qué es lo injusto. Y ese ya no es un marco relativista, ese ya no es un marco que se conforme con que cada individuo en su privacidad tenga una definición propia sobre algo. Estamos todavía en un momento de disputa, y si ocurre con tanta virulencia, es porque seguimos creyendo que deben existir significados.
Ese debate se presta, y mucho, a la inquisición, la demagogia y la censura.
Que estén en un territorio de pugna es la prueba de que volvemos a preguntarnos por lo justo y lo injusto. Sólo tenemos que definir en qué consiste. Si efectivamente es justo o no tratar a un ser, a un animal, de una determinada manera. Pero ya no vivimos en un marco relativista. Si hay riesgos de totalitarismo moral es porque hay un regreso, digamos, a las posiciones duras en lo moral. Eso es lo contrario del relativismo. Es decir, ahora lo que nos encontramos es una disputa social, donde hay valores y principios que se están debatiendo con muchísima vehemencia, pero eso es la antesala de un asentamiento, de un consenso, de una reescritura de determinados principios.
¿No le parece aterradora la pulsión autoritaria que hay detrás?
No hay que temer el conflicto. Esto es una idea muy aristotélica. Ser valiente no es no tener miedo, es tener lo que se debe. Claro que hay debates sociales que pueden acabar resultando temibles, pero me atrevo a decir que hay determinadas conquistas. Hay un patrimonio esencialmente occidental, que Occidente está intentando o está amagando con desechar o con depurar. Eso es arriesgado. La única alternativa es comparecer a ese debate público con las mejores armas posibles. Creo en el poder de la palabra y creo que con tiempo suficiente acaba venciendo. El mejor argumento y la mejor idea se impone sobre la peor. Y la prensa o los periódicos tenemos una especial responsabilidad en ese proceso, porque la prensa está llamada a roturar el espacio de conversación.
¿En qué sentido, si la prensa parece perder cada vez más terreno?
La prensa arbitra, establece las reglas del juego, pinta las líneas de la cancha. Decide. Cuando decidimos que vamos a subir a portada una noticia, estamos decidiendo que eso es más relevante que otra cosa. Nos da una oportunidad y creo que eso debe traducirse en una exigencia doble. Creo que el futuro de las cabeceras históricas pasa por hacer un periodismo de mayor calidad. Alguien puede pensar que las columnas gritonas se leen más, pero si nos damos la oportunidad de construir el mejor periodismo imaginable durante cinco años, habremos hecho un experimento imbatible con el tiempo.
No se puede sostener una columna sólo con estilo. ¿Faltan tesis y profundidad?
El estilo es condición necesaria, pero nunca suficiente de lo que debería ser una columna. Y en el ámbito de un periódico a lo que debe aspirar es tener un columnismo plural. Una de las grandes virtudes que tiene un periódico es que ha de elegir y tiene seleccionar, y ahí puede componer un menú donde existan muchas virtudes diferentes y muchos defectos diferentes. De la misma manera que no tiene sentido que montes un equipo de fútbol sólo con laterales izquierdos.
¿Qué papel tiene una prensa conservadora en ese debate?
La mejor manera de asumir el conservadurismo y el liberalismo es tomárselos en serio. Ser conservador en las formas y absolutamente florentino en las maneras. Un conservador no se encoleriza. La cuota liberal pasa por confiar en que las ideas se disputen, que compitan en un libre concurso en el que sea posible que gane la mejor de ellas. La tolerancia no es una concesión taimada a la tarea de enfrentar tu opinión a personas que piensan de manera diferente. Es una audacia, es querer poner a prueba aquello con lo que te comprometes. Es valiente quien es capaz de confrontar sus ideas con quien piensa de manera diferente. No es valiente quien grita a una camarilla de cuatro o cinco gorilas.
Es usted intelectualmente omnívoro. Asumo que su forma de dirigir una sección de opinión también.
Hay que leer de todo, dejarse contagiar por otras ideas y estar dispuesto a cambiar de opinión. Otra de las cosas más absurdas es el uso identitario que la gente hace de sus opiniones. Cualquier persona que haya pensado a fondo algo sabe que hay ideas que pueden abandonarse y que uno debe tener mucho más amor por la verdad que por la propiedad de las ideas.
¿Cuál nuestra relación con la verdad hoy?
Creo que de añoranza. Durante las últimas décadas, se ha podido sostener que la verdad no existe o que es una mera construcción cultural. Pero creo que esa receta ha generado marcos de insatisfacción para mucha gente. ¿La verdad es una cosa religiosa, una cosa fundamentalista? ¿Qué es la verdad? Parece una pregunta demasiado filosófica, pero nos hemos demostrado que incluso una verdad más pequeña, está vinculada con la veracidad, con la búsqueda de un pacto mínimo de objetividad. Es algo que nos estamos exigiendo cada vez más.
Cada día es más sencillo manipularla.
La sobreabundancia de información exige ser capaz de distinguir la buena de la mala. Esa verdad del ámbito del periodismo, esa urgencia de buscar la verdad en un mundo donde cada vez es más fácil hacer circular mentiras, también encuentra un acomodo en el ámbito existencial. No estoy de acuerdo con la idea de que las nuevas generaciones no creen en nada. Las nuevas generaciones están deseando creer en cosas. De hecho, a mí lo que me preocupa es la fuerza y la vehemencia acrítica con la que a veces creen en algunas cosas, pero no son relativistas ni muchísimo menos.
Es usted optimista con la capacidad de sacrificio del ser humano.
Creo que hay que reactivar esa posibilidad de construir lazos. El mundo es injusto si las cuentas no salen. Esa sed de trascendencia y de superar la inmanencia. Creo que es algo que de nuevo enlaza con el cuidado del espíritu que antes señalábamos. Y creo que la literatura tiene que ver con eso. Y creo que el arte y el compromiso por la belleza también. Yo cada vez estoy más obsesionado. El camino más corto de encontrar esa trascendencia para mí es la belleza. Alguien puede no disfrutar leyendo un libro complejo o de una disertación alambicada. Pero la belleza es algo para la que cualquier ser humano está dotado. Se puede educar, desde luego, pero cualquier ser humano, por el mero hecho de serlo, es capaz de detectar o de reaccionar a las formas más superlativas de la belleza. Y a mí esa belleza me parece que constituye los vestigios de esa otra parte que completa el mundo.
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