Entrevista A:
Javier Zamora: «El sueño americano no existe; yo soy la anomalía»
Con sólo nueve años, el escritor salvadoreño atravesó cuatro países y un desierto interminable para encontrarse con sus padres en Estados Unidos, una odisea que ahora relata en la novela 'Solito'
De América a España: crónica verdadera de una conversación interminable
Javier Zamora, fotografiado en Barcelona a finales de enero
A Javier Zamora (El Salvador, 1990), 34 años y una maleta vital más pesada que un ancla de hormigón, se le ha secado el pozo de la poesía. Ni rastro de versos; nada que rimar. En 2009 y 2017 publicó un par de poemarios, ... pero ahora, insiste, ni gota. «No me nace. Creo que la escena poética de Estados Unidos me ha causado trauma, porque fueron editores y profesores y colegas los que me dijeron 'no pongas esta palabra en español' o 'no escribas esto porque nadie te va a publicar», explica.
La narrativa, en cambio, le salvó la vida. Literalmente. Evitó que muriese ahogado una piscina olímpica de martini, cauterizó heridas y, sobre todo, le permitió sacarse de dentro esa novela de terror y de aventuras pero sobre todo de miedo cerval en que se transformó su vida cuando, con apenas nueve años, viajó desde La Herradura (El Salvador) hasta Tucson (Estados Unidos) para encontrarse con sus padres. Cinco mil kilómetros, diez semanas y un desierto que no se acababa nunca. Cuatro países y una tierra prometida que a punto estuvo de convertirse en su tumba. Dos veces.
No estaba 'Solito' (Random House / Periscopi en catalán), como ha titulado la novela que relata tan sobrecogedora odisea, pero casi. A su lado, otros migrantes como Patricia, Carla y el Chino. Compañeros de viaje que se escondían de «la Migra, de los gringuitos malos», mientras escapaban de la violencia que campaba a sus anchas en El Salvador. «A mi tía la mataron durante la guerra y a mi tío, que quedó trastornado, lo desaparecieron en mi pueblo», ilustra Zamora.
Pero eso, dice, será otra novela. La de ahora, escrita como terapia para sanar un trauma que le carcomía por dentro, arranca en abril de 1999, cuando Javier, Chepito, empieza el viaje que le acercará a sus padres, instalados en Estados Unidos, y queda en manos de Don Dago, coyote profesional que ayudaba a pasar fronteras y le acercaría a sus padres. También eso, dice, es ahora otra historia. Una mucho peor. «Los carteles se han dado cuenta de que hay dinero en la inmigración y ahora los coyotes trabajan para ellos, así que la situación ha empeorado mucho: muchos centroamericanos mueren dentro de México asesinados por estos coyotes», explica.
Saltar el cerco
«Sé que mis papás querían esperar hasta que yo estuviese más grande para mi Viaje. Ojalá no piensen que soy muy chiquito todavía. No soy. Tengo nueve pero ya puedo saltar el cerco que separa nuestra casa de la del vecino, y eso que tiene alambre de púas», escribe Zamora en las primeras páginas de 'Solito'. Por delante, dos semanas que acabarían siendo diez y cuatro países recorridos en autobús, patera y a pie y atravesados por una mezcla de puro espanto y fascinación infantil. El Salvador, Guatemala, México y el desierto de Sonora. Los guardias fronterizos, las lanchas precarias, los polleros de Nogales, los helicópteros sobrevolando sus cabezas, la USA, «la segunda es la vencida» pero luego no... Unos recuerdos que, asegura Zamora, han permanecido atascados durante dos décadas. «Es una historia que no se la había contado a nadie, ni a mí mismo», reconoce.
Lo intentó con el libro de poesía 'No acompañado', pero algo fallaba. «No tenía las herramientas ni la madurez ni el estatus migratorio para sentir que de veras podía entrar la agua», explica. El agua, claro, era su propia vida. Bebía mucho, escribía poco («no más de doscientas palabras al día», desvela) y estaba enfadado todo el tiempo. «Estaba cansado de cómo este trauma me estaba perjudicando», asegura. Estudiante ejemplar, había pasado por Harvard y Stanford, pero la revelación le sobrevino en la barra de un bar, mientras apuraba su segundo martini no del día, sino de la mañana, y alguien le deslizó una tarjeta con el nombre de una terapeuta. «Todo me sucedió a los 29 años: encontré a mi terapista, a mi esposa, y empecé a escribir el libro», dice.
Para sanar la herida, Zamora tuvo que olvidarse de Javier y rescatar a Chepito. Devolverle la voz a ese crío de nueve años que soñaba con llegar a 'Gringolandia' para comer su primera pizza de pepperoni, «como las que comen las Tortugas Ninja». «Yo sólo me veía como alguien que había sufrido, no había espacio para nada más, y al escribir el libro me di cuenta de que ahí había un niño que se ríe y se tira pedos; un niño que tiene muchos superpoderes».
Un crío que, cuando escapa de la policía, imagina que es Mario Bros atiborrándose de setas mágicas; un Superman de pega que, cuando la policía le obliga a estirarse en suelo, cree que está volando. «Muestro otra parte de la inmigración. Que sí, es trauma, pero no sólo eso». De ahí que el enfado, la furia más bien, que le producen todos esos periodistas, escritores y cineastas que, dice, «han usado la inmigración para hacerse famosos». «Un inmigrante no es sólo un inmigrante: es alguien que tenía una vida en su país y va a tener una vida allá donde vaya. Somos más que nuestra inmigración; más que nuestro trauma», reivindica.
Zamora, que escribe en inglés porque su escolarización en español acabó el mismo día que se fue de La Herradura, es titular de una 'green card' desde 2018, aunque su opinión sobre su estatus real en un país como Estados Unidos es más o menos la misma que durante los doce años que vivió con temor a ser deportado cada día. «Yo he estado en Harvard y Stanford, pero no es lo normal. Yo soy la anomalía, el sueño americano no existe Y si existe es sólo para menos de un uno por ciento, y eso es lo que todos los políticos siempre nos quieren vender», cuenta. Normal que le preocupe relativamente poco quién ocupe la Casa Blanca a partir de noviembre. «No importa si el presidente es conservador o de izquierda. Siempre nos van a perjudicar, porque no nos quieren. Ser inmigrante en este país es ser un ciudadano de segunda clase, si es que llegamos a segunda».