LIBROS
De América a España: crónica verdadera de una conversación interminable
Especial Día del Libro
Esta es la historia de un viaje que se repite desde hace medio siglo, de autores que cambian de orilla y no dejan la literatura, de voces de allí que escriben acá
Lea aquí 'Papeles', el relato ganador del Premio UNAM-España 2022
'Preferiría no hacerlo', por Karina Sainz Borgo
Madrid
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Iniciar sesiónLa vida empieza muchas veces. Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) llegó a Madrid huyendo del miedo: «Necesitaba poder caminar por la calle sin temer que me mataran». Sebastián Velásquez (Medellín, 1980) lo hizo por amor: «Conocí a una española, nos enamoramos, tuvimos un hijo». ... Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) era un niño cuando se mudó a Granada: «Estudié la primaria allí y la secundaria aquí». Sus padres eran exiliados de la dictadura militar argentina, como Clara Obligado (1950), otra porteña, que fue una de las pioneras de esta odisea inevitable: «Llegué sin papeles, sin amigos, sin contactos». Fernando Iwasaki (Lima, 1961), que aterrizó en España poco después, lo recuerda así: «Los escritores de mi generación se iban a Francia y Estados Unidos. En los años ochenta, en España residíamos muy pocos escritores: Clara Obligado y Onetti en Madrid, Cristina Peri Rossi en Barcelona, Roberto Bolaño en Blanes, Alfredo Taján en Málaga y un servidor en Sevilla». Pero las cosas han cambiado desde entonces.
Esta es la historia de un viaje que se repite desde hace más de medio siglo, de autores que cambian de orilla y continente y no dejan de escribir, porque una vocación no se abandona: es una condena, una compañía. «Ha habido muchas oleadas de migrantes desde principios del siglo XX hasta hoy. Con la crisis de 2008 muchos de los que habían llegado a España se fueron, pero ahora están volviendo, en parte por las condiciones políticas y sociales de Latinoamérica», explica el escritor Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968), que desde hace un año dirige el Centro de Estudios Mexicanos en España. Con esa institución convocó un concurso de relatos sobre migración latina. Lo ganó Susana Nuevo (Caracas, 1988), que llegó a Valencia en 2016 y sin quererlo. «Más o menos como todos en Venezuela, no me quería ir de mi casa: cuando estás en medio del desastre, acabas acostumbrándote a que las cosas vayan 'mal' todo el tiempo; se aprende a vivir torcido, y a no tener nada que no estés dispuesto a perder… Tuve la suerte de que ya tenía papeles españoles por mi papá», dice. Su cuento galardonado se titula 'Papeles'. «Hay poca cosa que puedas reclamar cuando eres una gorda venezolana que se vino a vivir a España, para colmo sin dinero», describe ahí.
No hay un motivo para cruzar el océano: hay mil. Carlos Granés (Bogotá, 1975) creyó que sería más adecuado estar en Madrid para publicar, por eso de que aquí estaban las grandes editoriales. Y se acordó de García Márquez: «Es mucho mejor ser pobre en Europa que en Colombia». «Aquí me pude mantener con trabajitos muy precarios, con oficios diversos, y eso me permitió comprar un pedacito del día para escribir», explica al otro lado del teléfono. La suya era una generación en la que aún era cierto eso de que Mario Vargas Llosa repite de su juventud: que para ganarse la vida con la literatura había que estar en España, en Europa, era un imperativo. Hoy hay un tejido editorial más sólido en Latinoamérica, pero todavía quedan jóvenes que sueñan con el Boom. Borja Goyanechea (Lima, 1999) vino a Madrid poco después de la pandemia, y de la ciudad le fascinan las librerías, el clima cultural, ese runrún de que algo está pasando en alguna parte. «Aquí hay miles de escritores, constantemente hay eventos, presentaciones de novelas, charlas públicas… Yo me quiero quedar aquí, estoy haciendo lo posible por quedarme. Además, el tema laboral está mucho mejor que en Perú. Si voy a ganar poca plata prefiero hacerlo en Madrid que en Lima».
Madrid y el efecto Nicaragua
Pilar Reyes, directora de la división literaria de Penguin Random House Mondadori, confirma que el flujo migratorio no ha cesado en los últimos años, más bien al contrario, y que eso ha permeado en la literatura que se está haciendo, porque el ser latinoamericano es algo que se descubre en la distancia. «España está siendo de nuevo un foco de interés para estos autores. Hay una generación que está viniendo a vivir a España, o pasando temporadas aquí. Está llegando mucha gente latinoamericana, y eso implica una conversación distinta con América Latina en la esfera cultural, pero también en la económica». Es un fenómeno que se explica por la situación política, pero no solo. Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, sostiene que también tiene que ver con el entorno laboral, con las oportunidades. «Han llegado autores que ya publicaban aquí, en editoriales españolas. Y aquí tienen la posibilidad de escribir columnas, de ir a festivales, a congresos… Aquí pueden tener una vida laboral más intensa». En estos momentos, asegura, se está notando el efecto Nicaragua: hay mucha gente que ha llegado porque ya no podía aguantar más la dictadura de Ortega. Los rostros más visibles de ese éxodo son Sergio Ramírez (Mastepe, 1942) y Gioconda Belli (Managua, 1948). «Y Sergio Ramírez ha arrastrado el festival Centroamérica Cuenta a Madrid. Eso es importante. En Madrid están coincidiendo muchísimos nombres. Antes era algo más desigual con respecto a Barcelona», apunta.
Madrid, sí, parece ser hoy el destino predilecto de los autores que llegan, al contrario que durante el Boom y las décadas siguientes, cuando Barcelona era el lugar en el que había que estar. «Los escritores se están asentando más en Madrid que en Barcelona, porque el tema del nacionalismo catalán ha tenido mucha influencia. La imagen que se tiene, aunque sea de prejuicio, ha hecho que muchos autores se decanten por Madrid», afirma Volpi. «En este momento, Madrid tiene más peso literario y cultural que Barcelona, porque razones extraliterarias han empobrecido culturalmente Barcelona. Sin embargo, no sería la primera vez que Madrid congrega a tantos escritores latinoamericanos de distintas generaciones, pues en los años 20 del siglo pasado convivieron en Madrid Rufino Blanco Fombona, Felipe Sassone, Joaquín Edwards Bello, Rosa Arciniega, Emilia Bernal, Félix del Valle, Teresa Wilms y Vicente Huidobro, entre otros», anota Iwasaki.
El chileno Carlos Franz (Ginebra, 1959) cita a Joaquín Edwards Bello, que en aquel entonces acuñó el término 'neomadrileños' para referirse a ese grupo de intelectuales. «Los escritores hispanoamericanos que vengan a Madrid con los ojos y oídos abiertos enriquecerán sus obras. Y los españoles más curiosos se beneficiaran de ese influjo extranjero; los perezosos y ensimismados es probable que se lo pierdan. Así ocurrió hace más de un siglo: la tertulia de Cansinos Assens en el Café Colonial recibió a Huidobro y a Borges, mientras otros cenáculos se cerraban como ostras. Afortunadamente, creo que en el Madrid de hoy las ostras son más escasas», sentencia.
El intercambio cultural, claro, viene de lejos, y hubo un tiempo en el que fue bidireccional: el exilio, los exiliados, el pasado. Ya no es así, pero quién sabe. Todo vuelve. «Estamos ante un intercambio desigual, no se puede comparar. Aquí se beneficia la literatura española, que se convierte en algo híbrido, en una literatura mestiza que dinamita géneros y se enriquece tremendamente», asevera Casamayor. Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), que se instalará en Madrid en breve, y que ya vivió en Barcelona desde 1999 hasta 2012 («siento que nunca me he ido del todo»), afirma que la migración ha sido intercambio y luz. «La relación de Latinoamérica con Barcelona en los setenta fue un gran momento de la conversación literaria. Ahora se ha ampliado, y está en Madrid también, y esto es fundamental, valiosísimo. Soy un militante de lo que Carlos Fuentes llamaba el territorio de La Mancha. Para mí no tiene sentido hablar de literatura latinoamericana como si fuera algo distinto de la literatura española. Mis libros están marcados tanto por autores latinoamericanos como por Javier Marías. Y, del mismo modo, la narrativa de Antonio Muñoz Molina está marcada por Onetti y por Borges. Esa conversación sigue vigente. Y es una conversación que me parece imprescindible», subraya. Y luego concluye: «Siento que mi lengua es mi patria, y lo vivo con mucha naturalidad y gratitud. No veo la necesidad de separar la literatura de una orilla y otra del Atlántico».
En este sentido, la agente literaria Marina Penalva, de Casanovas & Lynch, sostiene que ha habido un cambio en el lenguaje. «Ya no nos choca leer en argentino, en colombiano, en venezolano, en mexicano. Más bien es al contrario», asegura. Y en ese localismo destaca el caso de Fernanda Melchor, inseparable de su lengua de Veracruz, y el contrario, el de la canaria Andrea Abreu, que no tuvo problemas para que su 'Panza de burro' llegase a América, a pesar de lo particularísimo de su voz. Porque ya se ha entendido que eso es un valor.
Ni de aquí ni de allí
Esto es así, y sin embargo… María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976) insiste en que la migración no es Cortázar en París: eso es romantizar un fenómeno más complejo, más duro. «Los migrantes somos y no somos parte de la sociedad a la vez. Y la mayoría vivimos en condiciones precarias. Yo cuando llegué estaba indocumentada, y he vivido el terror que significa que te despojen de los derechos fundamentales que tiene todo ciudadano: eso ha permeado mi literatura, claro. El primer relato de 'Sacrificios humanos' viene de ese terror», explica. Además, continúa, hay un racismo que permea el entramado editorial español, una resistencia a aceptar que el extranjero (la extranjera) forme parte de la cultura nacional. «¿Quién representa a España en la Feria del Libro de Fráncfort? No somos las personas racializadas… Y yo por documentación soy exactamente igual que una persona nacida en Vallecas». De eso, por cierto, también habla Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) en el artículo que acompaña este reportaje.
En 2002, Andrés Neuman publicó con Páginas de Espuma 'Pequeñas resistencias. Antología del nuevo cuento español', y en su selección amplió el concepto de literatura española a los latinoamericanos que estaban en España, como Rodrigo Fresán o Juan Carlos Méndez Guédez. «Lo natal no marca un fenómeno cultural como la literatura. Si fuera así, habría que incluir a Cortázar en las antologías del cuento belga, porque él nació en Bélgica», suelta entre risas. «Siempre he pensado que la literatura española tiene más que ver con quienes participan en el mundo cultural y editorial del país que lo que diga su lugar de nacimiento: el factor vital importa más que el factor natal». Pero su criterio no lo han seguido más antologías. Y esto, en su opinión, es no tener memoria.
Haciendo un breve repaso por la historia cultural española fuera de las fronteras nos encontramos casos así: México incorporó a Buñuel a su cine, y a Max Aub a su literatura, y no por eso dejaron de ser españoles. Lo mismo ocurrió con Picasso en Francia. «Y la literatura argentina estuvo marcada por la editorial Losada, que la fundó un español. ¡Y las letras argentinas llegaron a España gracias a esta misma editorial!». «Estamos ante un fenómeno largo, las primeras oleadas migratorias se produjeron en los setenta. ¿Y todavía la literatura española se está preguntando si los migrantes pertenecen o no a la comunidad? Si no nos planteamos esto con una voluntad de enriquecimiento y memoria larga esto terminará siendo un tema de la peor manera, como en Francia. No hablo de dejar espacios condescendientes, sino de que nos miremos al espejo y reconozcamos cuánto de lo nuestro viene de otros sitios. Eso sería honesto y enriquecedor», remata. ¿Para qué decir más?
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