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Juan Cerezo, el gozo de leer con lápiz

Es el director editorial de Tusquets. Una misión que heredó de Beatriz de Moura

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Cerezo (1964) recuerda muy bien el momento en el que empezó a trabajar en la editorial como corrector, editor de mesa y lector de manuscritos

La aventura comenzó en 1969, cuando Beatriz de Moura y Óscar Tusquets crearon la editorial Tusquets. En los años de la Barcelona cosmopolita, literaria y trepidante. Una ordinaria locura en la que el sello dio cobijo a obras de García Márquez, Octavio Paz, Julio ... Cortázar, Borges, Vargas Llosa o Bioy Casares que hoy son clásicos.

También a traducciones de autores como Italo Calvino, Murakami, Henry James, Georges Bataille o el llorado Milan Kundera. Una empresa libresca a la que Juan Cerezo (Montilla, Granada, 1964) se incorporó en los años noventa. En aquel tiempo en el que Tusquets otorgaba los premios de narrativa erótica 'La Sonrisa Vertical', de los que salieron catapultados autores como Almudena Grandes.

Hoy Cerezo es el director editorial de Tusquets. Una misión que heredó de Beatriz de Moura. Ahora ya no se entregan los premios 'La Sonrisa Vertical', pero sí los prestigiosos premios de novela que llevan el nombre de la casa. Desde hace algo más de diez años, además, el sello funciona como asociado al Grupo Planeta. Pero el director recuerda muy bien el momento en el que empezó a trabajar en la editorial como corrector, editor de mesa y lector de manuscritos. Desde bien abajo.

Sus profesores de literatura de primaria y secundaria inocularon en él el virus de los libros

Trabajaba como profesor de adultos y le ofrecieron un contrato a tiempo parcial. Había estudiado Filología Hispánica (el primer universitario de su familia) y su pasión por los libros le permitió entrar en un mundo del que no ha conseguido salir hasta la fecha. Un mundo de lecturas con el lápiz en la mano. Las mañas del corrector, que no se pierden nunca. Un modo de leer que exige permanente «rigor y auto exigencia» ante la escritura. Pero que también «redobla» el placer del lector.

Sus profesores de literatura de primaria y secundaria inocularon en él el virus de los libros. Antes de ellos, apenas los tebeos y algún que otro Julio Verne. Pero fue Baroja el verdadero culpable de su despertar a la literatura. Esa lectura de 'El árbol de la ciencia', siendo adolescente, que marcó a millones de españoles en el momento de despertar a tantas cosas. Baroja y, enseguida, los poemas de Machado, Lorca y Juan Ramón. Versos encendidos que todavía «resuenan» en su interior, con la fuerza de las palabras esenciales.

Punto de vista del lector

En treinta años han cambiado muchas cosas. Y han cambiado muy pocas. De hecho, como corrector y lector de manuscritos, entonces, y como editor jefe, ahora, la misión sigue siendo la misma: descubrir la capacidad de un libro nuevo para defenderse por sí solo. Esperar con fe de carbonero a que aparezca esa escritura que no tiene por qué ser brillante ni de asombrosa calidad, pero sí reconocerse como una voz. Una voz «que te quiere contar algo de una manera que da la impresión de que nadie antes lo ha hecho así». Eso que llaman estilo. Un estilo que puede ser el más sencillo del mundo, y que en ocasiones se agradece que lo sea. Pero un estilo personal. A partir de ahí, el negociado con el autor para convertir su manuscrito en libro.

Hay novelas, dice Juan Cerezo, que se presentan tan acabadas que resulta muy difícil decirle nada a su autor, ni en un sentido ni en otro. En otras, surge un diálogo en el que el editor convence al autor de las mejoras o el autor al editor del respeto a la propuesta original. En todas, la posibilidad de brindarle al escritor algo que el editor conoce de primera mano: el punto de vista del lector. En su caso, del «lector privilegiado». Una «sociedad», dice, que debe mantenerse siempre, aunque algunos escritores se acaben convirtiendo, con el paso del tiempo, en verdaderos amigos. Casi en familia. En todo caso, el gozo estimulante de tratar de continuo «con gente muy inteligente y muy talentosa».

Talento en la novela, en el ensayo y en el género memorialista, que son especialidades de la casa. Pero también en la poesía. Esa poesía que quizás no tiene público, sino lectores, como decía Brines. Pero que sigue convirtiendo la mayor parte de los libros que aparecen bajo el sello de los Textos Sagrados de Tusquets «en pequeños 'best-seller' de largo recorrido». Novedades que son esperadas siempre por un lector fiel. Textos «sagrados» que, en su día, ganaron la nomenclatura a la otra propuesta que estuvo a punto de sustituir la serie: textos «marginales». ¿En qué lugar de nuestras percepciones lo sagrado y lo marginal pueden ser una misma cosa? Tal vez en poesía de ordinario es así. Intentar subir a los altares es siempre quedarse en el margen. Y es a veces en las periferias, más que en los centros, donde encontramos la voz pura de la sacralidad. Buscar la forma excelsa de la expresión poética, dice Cerezo. Esa expresión que ya es clásica desde su misma condición de novísima.

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