'Una aventura griega. Tras los pasos de Patrick Leigh Fermor', de María José Solano: elogio del fetichismo

Confieso mi culpa y la asumo, porque de ese modo ya sé que la peripecia biográfica de Paddy Fermor va a formar parte de mis más nítidos recuerdos por obra y gracia de la lectura del libro de María José. Los incómodos protocolos que urde la existencia para meterlo a uno en faenas absurdas de toda clase impidieron que leyera de un solo trago, como debe leerse y beberse un libro de menos de 200 páginas y de letra generosa con la vista de los ancianos, la aventura griega de la periodista e historiadora del arte sevillana.

Lo devoré en cuatro bocados, lo cual quiere decir que tuve que repasar lo leído al menos en tres ocasiones, pues mi fama de memorioso ha adelgazado sustancialmente con el paso de los años. Pero enseguida volvía a conectar con la historia de amor entre Paddy y nuestra viajera, una aventura expertamente prologada por otro periodista de lustre y confianza, Jacinto Antón, que sí conoció en sus últimos años a Fermor, el escritor inglés que fue capaz de hacer prisionero en Creta a todo un general del ejército alemán cuando agonizaba la segunda guerra mundial y cualquier cosa era posible si se actuaba con determinación, audacia y convencimiento.

«El amor — escribe la autora en la página 171— sigue siendo, a pesar de los complejos mecanismos de la civilización, el único medio capaz de prolongar en silencio la estirpe y garantizar, de alguna manera, que nada se pierda del todo». Así de memorables resultan algunas de las frases de María José Solano en el relato de su viaje helénico en busca de los 'loci sacri' de aquel a quien los griegos llamaban Mihalis.

Un tipo cuya vida giró en torno a una larga serie de mujeres que aparecen aquí y allá en las páginas de 'Una aventura griega', refundando con él el mundo cada vez que iniciaba una relación amorosa, que es de lo que se trata cuando se adentra uno en un territorio conceptual, el del amor, que inventaron los líricos griegos hacia el año 600 antes de Cristo y que goza de excelente salud en nuestros días.

Viajar por Grecia tiene siempre algo de iniciático, más allá de la 'quête' de un amor imposible. La primera vez que pisé tierra griega sentí cómo el perfume de los siglos me acompañaba con especial intensidad, pues emanaba de lugares y personajes que formaban parte de mis entretelas estéticas más profundas. Algo así ocurre con la narración de Solano, que, además de un brindis emocionado por el fetichismo amoroso 'post litteram', es un recorrido devoto por la Grecia eterna, tan nuestra como de los griegos que lograron la independencia del Imperio Otomano hace algo más de doscientos años.

Y en su viaje hacia Fermor, o sea, en busca de un grial de traza humana que la misma María José diseñó para saciar su sed de maravillas, no deja nuestra autora de sentir el peso de la cultura y la mitología griegas y de transmitírnoslo a través de un estilo fluido y ayuno de pedantería que hace que la lectura del libro se convierta en la celebración de un triángulo fetichista cuyos tres lados son Solano, Fermor y la Hélade.