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ABC Cultural

Arturo Pérez-Reverte: «El lector me dirá cuándo debo parar, es mi amigo y no quiero decepcionarlo»

El escritor y académico presenta en Londres su nueva novela 'El problema final', una aventura con todos los elementos de las de Sherlock Holmes

Primera lectura de 'El problema final', de Arturo Pérez-Reverte

Arturo Pérez-Reverte, con Sherlock Holmes en Londres JeosM
Jesús García Calero

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El museo de Sherlock Holmes en Baker St. 221b de Londres es un trampantojo con algo de desván de objetos dedicados a excitar la memoria de los lectores de los relatos de Arthur Conan Doyle. Tiene una gracia triste y destartalada, de utilería amontonada, y también una tienda con versión online. Los tiempos han cambiado y hay muchos más souvenirs que novelas en la tienda. Por aquí pasó este martes Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) con motivo de la presentación de su nuevo libro, 'El problema final' (Alfaguara), una novela policiaca «de las de antes» con el perfume del detective creado por Arthur Conan Doyle. No es un relato protagonizado por Holmes, sino un homenaje a aquella literatura, que él define como 'novela problema' y que se distingue de la novela negra en que no importa sólo el quién cometió el crimen o su psicología sino sobre todo el desafío al lector para que descubra cómo pudo cometerlo.

«Es la novela que más he reescrito en treinta años, para borrar pistas», confesaba a un grupo de periodistas españoles en Londres. «Quería hacer una novela canónica de personajes sencillos en la que la acción avanza con los diálogos. Todo tenía que encajar». Un hotelito elegante en una isla griega junto a Corfú es el escenario en el que los personajes, atrapados por una tormenta que impide el acceso de la policía, verán horrorizados como se produce un primer crimen irresoluble, un asesinato imposible, de habitación cerrada, un clásico del género. Y no será el último. Entre los clientes está Ormond Basil, trasunto del actor que más veces y mejor hizo de Holmes en el cine (Basil Rathbone). Y a él, que está en el final de su carrera y tanto se ha metido en el papel del detective de ficción en el pasado, le encargará el resto de huéspedes una investigación, con ayuda de Paco Foxá, editor español de novelas policiacas populares, que fungirá de Watson. El resto es aventura y hay que leerlo.

Más que un homenaje evidente a Conan Doyle, dice Pérez-Reverte, «es un viaje a mi juventud de lector, a las bibliotecas de mi abuelo y de mi abuela donde leía igual sus novelas que las de Balzac o Stendhal, pero ahora lo veo con la perspectiva de las lecturas de toda mi vida. Es una evocación de aquella inocencia», subraya el autor. A pesar de tomar un universo de ficción prestado, reconoce la novela como propia: «Cualquiera puede reconocer aquí a personajes míos, el héroe cansado, el fracasado…» Guiños y citas de los relatos de Conan Doyle se mezclan con trucos y herramientas que Pérez-Reverte dice haber «saqueado sin escrúpulo» de todas las novelas del género, «porque a veces en una novela mediocre hay una genialidad».

Borrar las pistas

El escritor no se identifica con Holmes. «Admiro lo que creo superior, ante un científico me siento pequeño. Las mentes me asombran. Yo sería como mucho un humilde Watson, pero en la novela he tenido que intentar pensar como Holmes». De ahí que el personaje sea un actor y no el propio detective. «Y por eso busqué todo en los maestros del género. Cuanto hay de talento en esta novela no es mío».

'El problema final' plantea una partida de ajedrez con el lector. Pérez-Reverte se pone serio en este punto: «Me gusta el juego de inventar historias, me obliga a estar dispuesto, lúcido, vivo, a viajar. De algún modo me mantiene en forma. Pero el lector es mi amigo y no puedo decepcionarlo. Llevo treinta años escribiendo novelas y tengo un contacto permanente con mis lectores. Puse la pausa en Alatriste cuando detecté que perdía interés para ellos (tal vez algún día lo retome para escribir las dos novelas que quedan). Pero sobre todo sé que ese contacto me dará un día la señal de que me he agotado y entonces ese lector me indicará que pare. Nada hay más triste que un autor que está muerto y no lo sabe. Mi amigo el lector me lo evitará, espero».

Reverte fue un día personaje en una aventura de Holmes, escrita por Jorge Fernández Díaz, que le hizo capitán del barco en el que el detective viajaba a la Argentina. Los lectores de Conan Doyle siguen alimentando ese universo, lo toman prestado, lo desean como escritores. Muy diferente es el museo de Baker St, 221b, que apela a la imaginación de los turistas pero, a todas luces, defrauda al lector. Los objetos allí amontonados forman sombras victorianas entre las que no faltan figuras de cera que evocan los casos más célebres de Holmes. Incluso está la cabeza cortada del perro de los Baskerville colgada de la pared.

Entrar en ese universo con las palabras es más complicado para un escritor. «Hay holmesianos que saben mucho más que yo -dice Pérez-Reverte-. Por eso me he infiltrado en ese universo sin que se note y lo he manipulado desde dentro. Quería que el lector medio pueda leer esta novela sin problema y que el lector cualificado por sus lecturas pueda disfrutarlo mucho más».

Es también un homenaje a la novela popular, «que en sus mejores ejemplos tiene la misma calidad que las mejores novelas literarias. Muchos críticos desde los años setenta despreciaban a Conrad, lo mismo que a Stevenson como meros autores de aventuras y eso hizo mucho daño».

Cuentan en la editorial que Pérez- Reverte envió el original de esta novela sin el último capítulo, con el fin de desafiar a los mejores lectores de Penguin Random House y comprobar si alguno daba con la solución. Pero ninguno lo logró.

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