Rodrigo Blanco Calderón - EL ANIMAL SINGULAR
Sorrentino, no mires arriba
Nos acercamos a las obras de arte y del entretenimiento no para tener la oportunidad de ser sorprendidos sino para confirmar sesgos y prejuicios
Rodrigo Blanco Calderón
Hace cinco años se volvió viral la imagen de un vestido. La mitad de la gente decía que era blanco y dorado, mientras que la otra mitad afirmaba que era azul y negro. Días después llegaron las explicaciones. Palabras más, palabras menos, todo se ... reducía a una cuestión de perspectivas . Los colores reales del vestido (azul y negro), en contraste con la mala iluminación de la foto, provocaba que las personas corrigieran el defecto visual aportando ellos mismos los tonos esquivos. Nuestros cerebros ponían sus respectivos filtros para adaptar la información al contexto.
He recordado este asunto del 'Dressgate' a la luz de los últimos debates en redes sociales sobre dos películas estrenadas recientemente en Netflix: 'Fue la mano de Dios' , de Paolo Sorrentino , y 'No mires arriba' , de Adam McKay . Las reacciones se dividen en dos campos opuestos: quienes las consideran unas obras maestras y quienes piensan que son una basura . Me refiero a estas películas apreciadas de manera individual. Aunque no he visto ningún balance al respecto, es esperable que haya reacciones mixtas del tipo: a) ambas son obras maestras; b) ambas son una porquería; o c) la exaltación de una película sobre otra.
No obstante, lo que en el caso del vestido resultaba divertido y hasta aleccionador, esa relatividad cuántica de la mirada, en estas películas me parece un síntoma del maniqueísmo de la época. Pareciera que necesitáramos cada vez más que la cultura fuese ese campo de batalla que los gobiernos mundiales, mal que bien, han abandonado . Nos acercamos a las obras de arte y del entretenimiento no para tener la oportunidad de ser sorprendidos sino para confirmar sesgos. Pues los prejuicios son un asiento reservado para contemplar el espectáculo de las propias opiniones. Es tan efectivo el mecanismo que me pregunto si Netflix no habrá creado un algoritmo que, en conchupancia con escritores y directores, distribuye a los personajes y las acciones en compartimientos morales estancos. El rédito, en todo caso, es obvio: se ve la película para confirmar que nos gusta pero, más aún, para confirmar que no nos gusta.
Se puede argumentar que esto ha sucedido siempre. La única diferencia es que, antes, estas discusiones se centraban en los clásicos de la literatura, en la batalla de Waterloo, en el partido de Argentina contra Inglaterra en México '86 o en la conversión de Constantino en el año 312. Es decir, en eventos que se consideraban importantes, o que la misma e incesante discusión hicieron importantes. Cosa que no pasa con las películas citadas, ni con las que las han precedido en las pasajeras polémicas de redes. Y que no sucederá con las que acapararán la atención la semana que viene.
¿Cómo quebrar el algoritmo de la novedad incesante y fatua? El desierto 'off line' es una opción fácil y, sobre todo, santurrona. Yo vi 'Breaking Bad' cinco años después de que terminara. Ese 'jetlag' jugó un papel decisivo en mi disfrute de la serie y mi entusiasmo llevó a un par de neófitos a verla. En esos pases de antorcha, en esos retrasos y trenes perdidos a voluntad, está la posibilidad de construir algo parecido a una isla contra la desmemoria.
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