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Crítica de 'Fue la mano de Dios': Cruce de camino, Maradona, Nápoles, la memoria y Sorrentino

Es una película sencilla y clara en su esquema e intención, sin ese otro poso de oscuridad, ambigüedad, profundidad y autoría (barroquismo) de anteriores obras suyas

Oti Rodríguez Marchante

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Paolo Sorrentino nació en Nápoles en 1970, es decir que tenía trece o catorce años cuando llegó Maradona y su alboroto al equipo de fútbol de la ciudad, y tenía diecisiete cuando murieron sus padres por una fuga de gas. He ahí el dilema, si fue la mano del futbolista o fue la mano de Dios. El director que mejor ha captado, junto a Fellini, la lumbre de la Roma eterna (En ‘La gran belleza’, uno, y en ‘La dolce vita’, otro), le debía un homenaje a su ciudad y su memoria, la bella Nápoles y su entorno familiar, tal y como también hizo con Rímini Federico Fellini en ‘Amarcord’. Y eso es, y más entrañable, ‘Fue la mano de Dios’ .

La historia transcurre en los años ochenta y el narrador es el adolescente Fabietto Schisa, que resuelve el actor Filippo Scotti con una oportuna cara de lechuguino, tras la que se esconde la también oportuna rima con Sorrentino. Se construye un relato nostálgico, divertido y también dramático de su fauna familiar y de la flora vecinal, con ese punto de exceso, cercanía y humor grotesco no muy alejado de lo felliniano.

Es una película sencilla y clara en su esquema e intención, sin ese otro poso de oscuridad, ambigüedad, profundidad y autoría (barroquismo) de anteriores obras suyas, como ‘Las consecuencias del amor’, ‘El divo’ o ‘La gran belleza’; pura ofrenda sin cinismo pero con sorna a su intimidad, a los episodios familiares, a la personalidad y extravagancias de los suyos, a lo que sus recuerdos e impresiones le han dejado como tatuaje permanente. Es por ello la película de su corazón, tal vez no la mejor, pero sí la más sorrentina en alma y no en estilo.

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Fue la mano de Dios

Fue la mano de Dios

¿Y qué pinta ahí, tan dentro de Sorrentino, un personaje como Maradona?, pues tiene que ver con la recreación de un estado de ánimo, esa necesidad de construir comedia aún con la tragedia con aquella mano ‘divina’ que empujó a gol un meloncillo contra Inglaterra en 1986, y que empujó de paso a Sorrentino a convertir su presente atascado en una vocación de futuro, el cine como dispersión de la realidad.

Más fresca la primera parte, esencialmente descriptiva de los padres, alegres y de verbo fácil, donde sobresale la presencia de Toni Servillo, ‘inevitable’ en su mundo, y del resto de la familia, con especial mirada y ojo para su voluptuosa tía Patrizia (Luisa Ranieri). Un retrato de colores, atuendos y anécdotas que se engrisece con la tragedia familiar y que ya no le permite al director encontrar luego en su memoria el mismo foco para el chiste, el golpe, como si ya la contara con vaho de lluvia en los ojos.

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