LIBROS
El continente del exilio
La cultura del siglo XX la escribieron exiliados y emigrados. Más allá de su perfil o su legado intelectual, seres humanos atemorizados. Frágiles, como relata el ensayo ‘Sin tiempo para el adiós’, de Mercedes Monmany
Creo que podemos decir, sin temor a exagerar, que con ‘Sin tiempo para el adiós’ , Mercedes Monmany ha escrito el libro definitivo sobre el exilio en el siglo XX. Merecería convertirse en un libro de referencia dentro de la cultura europea. ... Se trata de un libro lleno, abarrotado, de información, de historias, de detalles sorprendentes, pero también de emociones, de descubrimientos, de profundas revelaciones sobre la condición humana . Es cierto que su tema son los escritores exiliados, pero todos estos hombres y mujeres que desfilan por sus páginas, dotados de un inmenso talento casi siempre, muchas veces celebridades mundiales, aparecen curiosamente transformados en simples seres humanos dolientes y atemorizados, tan solos y tan anónimos como cualquiera de nosotros, al sufrir la experiencia del exilio.
Este es, sobre todo, un libro de vidas . Algunas las conocíamos más porque sus autores son más famosos, otras menos o nada en absoluto. Todas son asombrosas. Tomemos por ejemplo a Egon Friedell , que se suicidó tirándose por la ventana al oír que los nazis subían a buscarle, y que antes de saltar gritaba a los peatones de abajo: «¡Cuidado! ¡Quítense de la acera!». Tomemos a Ernst Toller , que al ser testigo del hambre de Madrid se impuso la causa humanitaria de salvar al pueblo español del hambre durante la Guerra Civil y que terminó, también, suicidándose. O a Kurt Tucholsky , que escribió: «En Europa se es una vez ciudadano y veintidós veces extranjero». O el increíble caso de Gustav Herling , autor de la primera denuncia contra los gulag soviéticos , Un mundo aparte, que llegó a Nápoles huyendo del estalinismo para encontrarse allí con la férrea intolerancia de los comunistas italianos «los cuales no admitían que una persona como yo pudiera siquiera tener voz». «Yo diría», escribe María Zambrano , «que he sido exiliada para ser española de un modo más total».
Una de las lecciones de este libro magistral es que la cultura del siglo XX es, mayoritariamente, obra de exiliados y emigrados . «No puedo volver porque no me he ido nunca», escribió María Zambrano . Otra forma de decir que todos somos exiliados siempre.
El siglo del exilio
Seguramente en ninguna época el exilio ha adquirido perfiles tan masivos y dramáticos como en el siglo XX. «Nuestra época», escribe Edward Said , «es la era del refugiado, el desplazado, la emigración en masa». Después de dar varios ejemplos de movimientos migratorios de otras épocas por motivos políticos o religiosos, Mercedes Monmany escribe que, «aunque impresionantes, no pueden compararse con el éxodo provocado a principios de 1933 por la toma del poder de los nazis». Y sumemos la Revolución Rusa , el imperialismo soviético, la Guerra Civil española...
Un «desamparo trascendental» . Así caracterizó Lucáks la forma del exilio en el siglo XX. He elegido la palabra «desamparo» porque no hay ninguna en nuestra lengua que exprese el estado de no tener techo, de carecer de hogar. La definición de Lucáks es de 1916, cuando el siglo acababa de comenzar. «La forma de la novela es, como ninguna otra, una forma de desamparo trascendental» escribe en ‘Teoría de la novela’ . Y es cierto que la novela moderna cuenta siempre historias de personajes desarraigados: Don Quijote, Lazarillo, Robinson Crusoe... En ‘Reflexiones sobre el exilio’, Said observa que para el escritor exiliado, el mundo en el que vive parece algo irreal, es decir, pura materia de ficción.
Klaus Mann y su hermana Erika
‘Émigré’
En la práctica, categorías como exiliado, emigrado, expatriado... tienden a confundirse. El término francés ‘émigré’ suele asociarse a los exiliados rusos que huyeron de su país después de la Revolución. Frente a la soledad del exiliado, el ‘émigré’ vive en comunidades más o menos extensas donde mantiene sus costumbres, su idioma, sus celebraciones e incluso publica libros y periódicos. El ‘émigré’ tiene un cierto pedigrí y se resiste a la integración. Entre los años 1917 y 1921 aproximadamente un millón de rusos salieron de su país, entre ellos numerosos aristócratas y también el grueso de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Cincuenta mil vivían en París, pero en comunidades más pequeñas como la de Nueva York (6.000), Berlín o Londres (5.000) también se organizaron en pequeñas sociedades más o menos cerradas que publicaban sus propios periódicos: ‘The New Russia’, ‘Russian Outlook’. El principal organismo de la disidencia rusa fue la revista ‘Kontinent’, publicada en París desde 1974, y cuyo primer número incluía un diálogo entre Sájarov y Solzhenitsyn.
También recuerdo la editorial Ardis , de Michigan, dedicada a la publicación de literatura rusa desde 1971. Su nombre viene de Ardis Hall, la casa de campo donde se desarrolla ‘Ada o el ardor’ , de Nabokov , novela que, al fundir Rusia y los Estados Unidos en un único país, anula la maldición del exilio.
Stefan Zweig y Joseph Roth
Exiliado
Frente al ‘émigré’, que vive en una comunidad como esas que tan mordazmente describe Nabokov en sus primeras novelas, el exiliado está marcado por el signo de la soledad . Hay algo trágico en la figura del exiliado. El expatriado disfruta tanto como Hemingway en ‘París era una fiesta’ . El exiliado, en cambio, vive su existencia con vergüenza y ansiedad. No la vergüenza de haber hecho algo malo, sino la que surge de sentir que uno no está donde debe. Es la extraña vergüenza de Stefan Zweig , que en su exilio en Brasil se niega a criticar a los nazis. ¿Por qué?
Luis Cernuda se siente en Estados Unidos «un extranjero, un intruso». ¿Por qué un intruso, si el país le ha acogido amablemente? «Siempre padecí del sentimiento de hallarme aislado y que la vida estaba más allá de donde yo me encontrara», escribe. Es ese «la vida está en otra parte» de Rimbaud , una condición esencial, un vacío íntimo en el centro de la persona, la sensación de no estar en ningún sitio, de no ser nadie. Por eso sentimos también la obra de Kafka , que jamás se exilió, como la de un exiliado.
James Joyce
Expatriados
El expatriado se marcha de su país por propia voluntad. ¿Por qué se marchó Joyce de Irlanda? Según su biógrafo Ellmann , logró convencerse a sí mismo de su disgusto con su patria y decidió marcharse para dar más fuerza a su vocación literaria, dos razones que no tienen la menor relación entre sí. Cada vez que sentía que podía hacer las paces con su país, sucedía algo que le convencía de que no podía volver. Apartado para siempre de Irlanda , Joyce se dedicó a componer una vastísima obra cuyo protagonista obsesivo era la ciudad de Dublín . Conmociona leer esos capítulos de ‘Ulises’ donde se dedica a recordar las tiendas y establecimientos que había, uno tras otro, en las calles de aquella ciudad en la que seguía viviendo y por la que seguía paseando mentalmente, pero a la que había jurado no regresar.
En ‘El cabalista de East Broadway’ de Isaac Bashevis Singer el narrador le pregunta a un escritor que vive exiliado en Nueva York por qué dejó Israel. En América nadie le conoce, mientras que en Israel tiene familia y discípulos que le admiran y que desean publicar su obra. Después de pensar un rato, el hombre contesta gravemente: «los seres humanos no actúan de forma racional».
‘Filiatría’
Es el término que inventó Witold Gombrowicz , uno de los escritores más divertidos del siglo XX, durante su exilio en Argentina. El término proviene de su novela ‘Trasatlántico’ , y significaría, simplemente, «tierra de los hijos» , del mismo modo que «patria» significa en todas las lenguas «tierra de los padres». El exiliado sabe que sus hijos serán del nuevo país, y que a través de ellos él logrará, por fin, pertenecer a un lugar. Pero sus hijos no serán nunca del todo del nuevo país.
El exiliado que siente la ‘filiatría’ es el que mira al futuro y desea fundirse con el país que le ha acogido. Sería el caso de Nabokov , que en el hotel de Montreux donde pasó los últimos años de su vida tenía una gran bandera norteamericana, y de Stravinsky , una de cuyas composiciones es una rearmonización del himno americano. Kurt Weill logró pasar con naturalidad del cabaré alemán a la comedia musical americana. ¿Y qué decir de los magníficos wéstern de Fritz Lang ?
Nina Berbérova y Vladislav Jodasévich
Cambiar de idioma
Es la condición definida por George Steiner como «extraterritorialidad», el escritor que escribe en un idioma que no es el suyo natal. Conrad, que cambió su polaco natal por el inglés, escribió una gran representación literaria del exilio en su relato ‘Amy Foster’ , que trata de un emigrante del este de Europa que acaba atrapado en Inglaterra cuando viajaba a Estados Unidos. Leemos allí: «es verdaderamente duro para un hombre convertirse en un extranjero perdido, indefenso, incomprendido, de origen misterioso, en un oscuro lugar de la tierra». Pero no todos logran cambiar de idioma con éxito. Cioran y Agota Christoff nunca lograron perder un cierto sentimiento de inferioridad al usar una lengua que no era la suya. Kundera , por su parte, cambió sin problemas al francés. También Monika Zgustová , que escribe cómodamente en español y en catalán, y cuya última novela, ‘Un revólver para salir de noche’ , trata, precisamente de una famosa exiliada: Vera Nabokov . Curioso es el caso de Vicinczey , que logró convertirse en un maestro de la prosa inglesa y fue alabado por Burgess y por Graham Greene , pero que nunca perdió su fortísimo acento.
Exiliados ingratos
El exiliado ingrato admite muchas variedades. Está el que no tiene el menor interés por fundirse con el nuevo país, que considera en realidad, bárbaro y superficial, como André Breton , que intentó crear en Nueva York otro nuevo círculo surrealista, que se irritaba ante la falta de interés de los jóvenes por el surrealismo y que jamás intentó aprender ni una palabra de inglés. Pero el ejemplo máximo de exiliado ingrato es, posiblemente, Theodor W. Adorno en su libro ‘Minima moralia’ , que muchos consideran una obra maestra. En esta colección de breves ensayos, Adorno ataca con crudeza diversos aspectos de la cultura americana como el jazz, el cine, la música pop o el teatro musical, pinta a los americanos como unos palurdos imbéciles, y no tiene el menor empacho en acusar de «fascistas» a aquellos que le habían recibido con los brazos abiertos cuando él venía huyendo, precisamente... del fascismo.
Exilio interior
Lezama Lima , en su casita de la calle Prado llena de estatuillas chinas y grabados de alquimia. Justo enfrente de su ventana, el «comité de bloque», los chivatos dedicados a informar sobre la vida y costumbres de sus convecinos. Una señora muy simpática sale a preguntar qué deseamos cuando voy con mi amigo a visitar la casa de Lezama. Y mi amigo, profesor de la universidad, me dice luego: «cuánto miedo debe de haber tenido Lezama a esa señora». Shostakovich llenando de esotéricas referencias a su propia vida un cuarteto de cuerda que está dedicado, externamente, a las víctimas del fascismo, el tema oficial. Imre Kertesz , que a su regreso de los campos de exterminio nazi se encuentra que ahora también es extranjero en su propio país, dominado por el estalinismo. Kertész, que afirmó que el totalitarismo nos había vuelto a todos «exiliados del mundo» y que declararía, poco antes de morir, que la palabra «patria» seguía dándole miedo.
Cesare Pavese
En busca del origen
El héroe de la novela moderna, hemos dicho, es siempre un desarraigado. Quizá ninguno lo sea tanto como Robinson Crusoe, exiliado en una isla desierta. Hay al menos dos escritores, que se han tomado la molestia de viajar a la isla de Robinson Crusoe (y al parecer no es fácil) para experimentar en carne propia esta forma radical del exilio. Uno de ellos es Jonathan Franzen , que escribió un artículo. El otro, Eduardo Lago , que vivió varios meses en esta remota isla de Chile, que ya había descrito imaginariamente en su novela ‘Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee’ . Cuando le pregunté para qué había ido allí, me dijo: «un día, paseando por el puerto árabe de Acron, en Israel, entré en un café y vi en una mesa un ejemplar atrasado de ‘The New Yorker’ donde había un artículo que hablaba de la isla, y se me metió en la cabeza que tenía que ir».
Tumbas
Cees Nooteboom , que ha hecho del desarraigo un tema central de su literatura, realizó con su mujer un viaje por las tumbas de los escritores famosos, ‘Tumbas de poetas y pensadores’ . Es la obsesión del extraterritorial por las tumbas: de hecho, la última obsesión. Durante muchos años viví en Nueva York, y llegó un momento en que pensé que no volvería nunca a España. Cuando cruzaba Queens y veía esos inmensos cementerios llenos de tumbas grises, me preguntaba: ¿será aquí donde reposarán mis huesos? Es el mismo pensamiento que obsesionaba a Bolaño en ‘2666’ , su última novela, cuyo título hace referencia a un cementerio del remoto futuro, lleno de huesos desconocidos y tumbas olvidadas. Bolaño, doblemente exiliado, primero en México, luego en España.
«El exiliado es el paradigma del hombre» escribe Josep Solanes en ‘En tierra ajena’ . Y en el siglo XII, Hugo de San Víctor había escrito que el hombre que solo conoce y ama su país es solo un principiante, que el que se siente en casa en cualquier lugar es ciertamente admirable, pero que aquel que siente que cualquier tierra es extranjera, ha alcanzado la perfección. En realidad, todos vivimos en tierra ajena.