El 'cooltureta': ¿Aún no has leído a Faulkner?
Vaya Fauna (IV)
Hay quien quisiera vivir en una película de Woody Allen, enamorando a mujeres mientras cita a Dostoievski
El runner: no corren, conquistan el mundo
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Iniciar sesiónEl verano pasado echamos un buen rato discutiendo sobre el poder erótico de los culturetas, que un día, por lo visto, empezaron a mover pasiones, y desde entonces no han parado: se hablaba de sapiosexualidad, una filia por la inteligencia o las mentes cultivadas que ... confesaron desde Marilyn Monroe a Carlota Casiraghi, que aún hoy ejerce de princesa cultureta, allá en Mónaco. ¿No suena demasiado bien? La obra de Woody Allen viene a ser, en esencia, el retrato de ese mundo ideal en el que citar a Dostoievski te acerca un poco más a Diane Keaton, y las gafas de pasta son de pronto un signo de distinción que te aleja de la miopía y de la soltería. Un informe de Fnac venía a decir que la mitad de los españoles (y españolas) se fijaban en el nivel cultural para elegir pareja, aunque también señalaba que el capital cultural importaba menos que nunca, y que la gente ya no se sentía culpable por no saber algo y perderse en una conversación, con cara de concursante de 'Pasapalabra' pensando en el nombre del primo segundo de Escipión el Africano. Tiene sentido: lo importante nunca fue la sabiduría, sino su apariencia; no la cultura, sino la cooltura, dos realidades separadas como el mar de la orilla.
El cooltureta viene a ser un enterado del mundillo, alguien que lee libros y aún va al cine unas cuantas veces al año, sobre todo cuando tocan las cornetas de la modernidad y hay que ver sí o sí lo nuevo de Albert Serra, o de Laxe, o esa del arquitecto húngaro brutalista. A veces se dejan ver por el Reina Sofía, también. Le gustan las novelas de Anagrama y de Libros del Asteroide, las de Sexto Piso y las de Impedimenta, y en las librerías las busca igual que una mosca la luz, movido por un impulso atávico que viene de sus tiempos hipster, una época que no ha abandonado del todo. Unos ordenan su biblioteca por editoriales o colores, y otros le declaran la guerra a estos, pero todos podrían discutir durante horas sobre cuál es el mejor método para ordenar los libros, que miran con una admiración que trasciende lo literario y se acerca a lo sagrado, aunque no termina de llegar ahí. Hablan mucho de lo que leen, de lo que ven, de lo que escuchan: disfrutan más con la conversación que con el tema de la conversación, y echan de menos esos tiempos pasados, casi míticos, en los que iban a la Filmoteca no menos de cinco veces a la semana. Lo cuentan tantas veces. A lo que no han dejado de dedicarle horas es al estilismo.
«Hablan mucho de lo que leen, de lo que ven, de lo que escuchan. La realidad es que lo que les gusta no es el cine o la literatura, sino la charla de después»
Son el público perfecto de esas iniciativas que quieren convertir todo acto cultural en un plan. Hay mucha gente desesperada intentando reinventar la lectura, el cine, las artes o las series, buscando que alguien pague una entrada por algo que podría hacer gratis en otra parte, por ejemplo su casa, y hay mucha gente desesperada yendo a sus saraos. Así nacieron hace un par de años en una azotea de Brooklyn las fiestas de lectura, y desde ahí han llegado a España. El concepto es más literal que literario: consiste en juntarse en un sitio para leer juntos, pero separados, pero juntos. Un escritor español le contó a Lara Gómez: «Fue como ir a hacer yoga multitudinario. La dimensión social de estar leyendo a la vez con mucha gente te ayuda a profundizar y a estar sentado». Una librera me confesó que la fiesta era una excusa para ligar, como tantas otras cosas en esta vida. Ya me imagino la mañana de después, en su casa, con él buscando un título en su estantería y ella despertándose con el ruido.
—¿Pero aún no has leído a Faulkner?
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SuscribeteO Grove, 1992. Periodista. Experto en el Todo y la Nada. Licenciado en Humanidades y Comunicación Audiovisual. Le gustan los libros, el cine y otras cosas del comer. En cultura de ABC desde el principio.
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