Barcelona, cómo odiar una ciudad y al mismo tiempo escribir obras maestras
Casanova, Genet, Orwell, Barbara Comyns, Bolaño, entre otros, encontraron una Ciudad Condal sucia, difícil y poco acogedora. Eso sí, algo hay en la capital catalana que les inspiró algunos de sus mejores libros
Una capital con festivales de novela negra, ciencia ficción, histórica y YA
Mapa literario de la ciudad confeccionado por el Ayuntamiento de Barcelona
Federico García Lorca hablaba de la Rambla como «la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única que desearía que no se acabara nunca». Gabriel García Márquez, desde su piso en la calle Caponata del ... barrio de Sarrià, escribió al llegar a la capital catalana: «Me sentí conmovido en aquella ciudad hermosa, lunática e indescifrable». Hemingway excalamaba: «Barcelona... aún es como una opereta... Te hace reir». Incluso Vargas Llosa hablaba de que «no es sólo bella y culta, sino, sobre todo, la ciudad más divertida del mundo».
Sin duda, la Ciudad Condal es una de esas capitales literarias por excelencia. Muchos escritores, de todas las partes del mundo, han escrito grandes obras maestras mientras vivían en sus barrios. Aunque no todos vivieron circunstancias agradables. Es más, muchos no encontrarían ni un buen adjetivo que darle en sus memorias.
¿Un ejemplo? Cuando Giancomo Casanova llegó a Barcelona, podemos decir que algo de su alma diletante y sofisticada murió por dentro. La fealdad de la piedra, el caos de las calles y el olor viciado hicieron mecha en su imaginación. Estábamos en el 10 de noviembre de 1768 y el célebre seductor seguía desde Valencia a la bailarina Nina Bergonzi, por aquel entonces relacionada con don Ambrosio de Funes, el conde de Ricla, capitán general de Cataluña.
En Barcelona se hospedó en el Hostal del Sol, cerca de dónde hoy está el edificio de Correos en el paseo Colón. Después de una semana de visitas a hurtadillas, Casanova dejó a la bailarina de madrugada como de costumbre, pero en su camino al hostal dos hombres intentaron asesinarle. Él logró escapar hiriendo a uno de ellos, pero a la mañana siguiente fue detenido. ¿Por qué? En ningún caso por este incidente, sino con la excusa de poseer documentación sospechosa.
Comienza aquí una aventura que el escritor veneciano engrandará un poco en su extraordinaria 'Historia de mi vida' (Atalanta), recuento por una ciudad de la que no recordará nada bueno, salvo unas páginas memorables para su diario. El gran seductor pasará 43 días encerrado en la prisión de la Ciudadela. Cuando le suelten, reconociendo el error del encierro porque los documentos eran verdaderos, le dirán que tiene tres días para abandonar la ciudad. «Curiosa forma de enmendar las injusticias tienen en Barcelona», escribirá. «Cuando os quitaréis de encima vuestro fatal letargo. Sois verdaderamente inútiles tanto para vosotros mismos como para el resto del mundo», dirá enfadado sobre los españoles.
«Palomas más grandes que gallinas»
Está claro que los escritores extranjeros no tienen siempre las mejores experiencias en Barcelona. Es el caso de la inglesa Barbara Comyns, que en un pequeño piso de la calle Rosellón con Balmes acabó lo que sería su obra maestra, 'La hija del veterninario' (Alba). «¡He visto en las Ramblas palomas más grandes que gallinas encerradas en jaulas!», escribirá escandalizada.
Comyns llegó a Barcelona en 1958 porque su marido quedó salpicado por el escándalo del espía doble Phil Kirby. Después de un año en Ibiza, la pareja se instaló con sus dos hijos en un pequeño hotel barcelonés, pero pronto buscaron un piso estable. Después de la calle Rosellón se mudarían a Sant Cugat, La floresta y barrio del Puxet. En total, 16 años que no fueron nada fáciles. « Ese año hubo una falta de agua en Barcelona. Y algunos de los pisos superiores se quedaban sin agua durante días. El portero llevaba cubos llenos desde el sótano para los vecinos. Si se oía el sonido de la lluvia por la noche, despertaba a mi marido de un codazo y exclamaba: ¡Despierta, puede que mañana podamos ducharnos!», rememora Comyns en 'Birds in tiny cages' (Pájaros en jaulas pequeñas), novela que narra su paso por la ciudad.
Otro que no pasó el mejor de los tiempos fue Jean Genet, autor de 'Diario de un ladrón' (Cabaret Voltaire), donde el francés rememora su paso por la Barcelona portuaria, llena de marineros, prostitución y robos. «Estoy sin un céntimo en Barcelona. El cónsul es intratable. Soy huérfano y vagabundeo de tasca en tasca», escribirá en una carta a André Gide en 1933. «Salíamos en grupo por el barrio Chino y nos desperdigábamos por el Paralelo con un cesto colgado del brazo porque las amas de casa preferían darnos un puerro o un nabo antes que un céntimo», añadirá.
Por la misma época, en diciembre de 1936, llegaba a las Ramblas otro escritor revolucionario, George Orwell. Dentro del contexto de la Guerra Civil, el escritor llega a escribir en 'Homenaje a Cataluña' (DeBolsillo) que «La atmósfera de este lugar es horrible. Es como estar en un manicomio». Si al principio aplaude que la ciudad parezca dominada por la clase trabajadora, pronto verá el ideal desvanecerse. «Cualquiera que hubiese hecho dos visitas a la ciudad durante la guerra vería que la atmósfera revolucionaria se había desvanecido. Volvía a ser una ciudad ordinaria». Lo que vio en el mayo del 37 fue suficiente para romperle el espíritu. «No es fácil transmitir la atmósfera de pesadilla de aquel tiempo», escribirá. Y para colmo ésta es su opinión sobre la Sagrada Familia: «Uno de los edificios más horribles en todo el mundo».
Otro que no sintió la mayor de las acogidas fue Edward Lewis Wallant, autor de «Los inquilinos del Moonbloom» (Libros del Asteroide). En el verano de 1962, cerró unas vacaciones por Europa en Barcelona con su mujer y sus tres hijos. Se acercaba el momento de volver a casa, pero Wallant, inmerso en las correcciones de 'El prestamista', decidió quedarse un poco más mientras su familia regresaba a New Haven. Poco se sabe de su estancia en Barcelona, sólo que inició una novela ambientada en la ciudad que ha quedado inconclusa e inédita. El 5 de diciembre de aquel mismo año moría de un aneurisma cerebral a los 36 años.
No hay duda de que Barcelona inspira, para bien o para mal. El gran dramaturgo Tennesse Williams se refugio el hotel Colón en un caluroso verano de 1953. En realidad, del 51 al 58 fue un visitante regular en la playa de San Sebastián y en los ambientes canallas del Raval en los meses de julio. Aquel año llegó con su amigo Paul Bowles y en sus memorias rememora un calor asfixiante. En sus paseos por la Barceloneta se tropezará con un grupo de huérfanos que le pedirán limosna mientras cantan canciones, imagen que utilizará después en 'De repente, el último verano'. Tanto es así que cuando se ruede la película, será Williams quien insista en que el rodaje sea en las playas catalanas. En concreto, en Begur. Algo había en esta mezcla de sol y decadencia que le inspiraba. La obra de teatro 'La rosa tatuada', por ejemplo, fue escrita en Barcelona.
Para acabar, mencionar al gran Roberto Bolaño, que en 1977 aterriza en Barcelona y se instala en el número 45 de la calle Tallers, cerca de las Ramblas. Aquí vivirá durante tres años en un piso de 25 metros cuadrados, compartiendo lavabo, y sobreviviendo con trabajos precarios. «Los polis están cansados, hay escasez de gasolina y hay miles de jóvenes desempleados dando vueltas por Barcelona», escribirá en 'Amberes', (Anagrama) la novela que le inspirará su estancia en la ciudad.
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