Pixar: el secreto que hay que desvelar
Hasta que no vimos «Toy Story», nadie sabía que un cuarto de jugar era el espejo de Alicia
Pixar: el secreto que hay que desvelar
Pixar tiene, como todo lo vivo, un acta de nacimiento, un desarrollo, una historia de fusiones y confusiones, en fin, algo que cabe sin duda en un libro. Pero Pixar también puede verse de otro modo, como una idea, un sentimiento, una ilusión que ... no cabe en dos tomos y que no nace exactamente en unos Estudios de Animación sino en el cuenco de una mano grande que vierte la cinefilia en una mano pequeña que nota asombrada cómo se derrama. Hasta que no vimos «Toy Story» , nadie sabía que un cuarto de jugar era el espejo de Alicia; pero, hasta que no vimos «Toy Story 3» , nadie sospechó lo difícil que podía resultar el camino de vuelta de ese espejo.
Ningún adulto, por muy poblado que tenga el bigote, podrá ver esa mágica trilogía sin la sensación fatigosa de que ha perdido algo y sin el inexplicable «tic» de buscarse en el recuerdo algún juguete que añorar. Un sentimiento muy, muy parecido, al que tiene el crítico culinario Anton Egon cuando pierde su consistencia ante la de ese ratatouille que se le aloja en un lugar muy lejano del estómago, y que, de paso, le transmite a ese espectador adulto y ya sin paladares la necesidad de buscarse, también, un sabor al que añorar.
Pero no es ni la idea, ni el sentimiento, ni la ilusión de ese concepto llamado Pixar la de hacer un cine para adultos. Es justo lo contrario: hacer un cine para tirar de adultos hacia abajo hasta que se dan de bruces con un consigo mismo anestesiado. La primera media hora de «Wall-E» es tan grande y sugerente como el hueso de Kubrick en «2001», y no hay edad que se resista a ese abismo de soledad sideral, de especie y de ritual casi místico. Es «Toy Story» lanzando al cielo su hueso. Y no hay en «Up», en esa concisa historia de amor de un viejo que se parece al Clint Eastwood de «Gran Torino», ni el menor atisbo de rencor a la vida que vuela, y vuela con ella. Pixar es un secreto que los adultos le susurramos a nuestros hijos.
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