ladrón de fuego
Amy, dos horas de eternidad
No la mató la droga sino el alcohol. De cualquier modo, no mata un veneno, mata la vida
Los diarios íntimos de Amy Winehouse salen a la luz: «No quiero ser como los demás»
Amy Winehouse
Amy Winehouse vive a bordo de dos horas de eternidad. Porque hizo sólo dos álbumes, 'Frank' y 'Back to Black'. Con ese ramo escueto de canciones llenó para siempre el infinito. Amy prosperó siempre borracha de talento y vodka, no sé si por este ... orden. Hasta los veintisiete años, cuando no la mató la droga sino el alcohol. No se veía venir del todo, pero un poco sí. De cualquier modo, no mata un veneno, mata la vida. La biografía de Amy lo acredita, y ahora sale un libro, 'Amy Winehouse, en sus palabras', que redondea el retrato de la artista, pero por la otra punta, la de la vida casi doméstica de Amy, enfatizando rachas de su infancia o adolescencia. Se trata de un libro de artesanía, donde se atan notas urgentes de la artista, fotos de intimidad, y relámpagos de apunte para canciones o poemas.
Me gustan, especialmente, las cosas que Amy arriesga como si tuviera una copa de más, o una de menos. Quería tener «un peinado fabuloso y 300 pares de zapatos». Y luego concluye: «A veces me pregunto si hay alguien tan loca como yo». Sabemos que la iniciativa de este libro es labor del padre de Amy, con la bendición de fondo de la madre retranqueada, Janis, y acaso en este empeño familiar se aúpa el ansia por ensanchar el retrato maldito de Amy con detalles de chica menos abismal y más sociable, menos trágica y más previsible. Pero enseguida vemos que estos afanes son destruidos por los propios testimonios de una hija que a los dieciséis años se contempla «melodramática y deslenguada», y bajo tendencia innata a acabar juntándose «con la gente equivocada». Se respira aquí una lujuria del desorden, y una ley del desbarajuste, que vienen desde la infancia misma, y desde después, cuando Amy quería ser actriz, y no cantante, y soñaba con hacer una película donde saliera muy fea.
Lo dice mientras mira una nevera pletórica de Kahlúa y Baileys. «No hay veneno, sino dosis», diagnosticaron los poetas. Pero el veneno primero es la propia vida, y si a la vida se le va la mano, nos mata de pronto un variado postre de pastillería, que es con lo que se agriaba o endulzaba la existencia Winehouse, esa incalculable criatura.