Alexandra David-Néel, una mujer en el Tíbet
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La viajera francesa fue la primera occidental en entrar en Lhasa en 1924, donde aprendió y divulgó el budismo
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David-Néel cruzó el Himalaya hasta llegar a la capital espirital del budismo
A lo largo de sus 101 años de vida, lo hizo casi todo. Fue una mujer viajera, exploradora, anarquista, escritora, feminista, cantante de ópera, espiritualista y budista. La vida dio mucho de sí para Alexandra David-Néel, nacida en Val-de-Marne (Francia) en ... 1868, que fue la primera occidental en entrar en la ciudad prohibida de Lhasa, la capital del Tíbet. Partiendo desde la India, recorrió durante cuatro meses miles de kilómetros a pie, cruzando el Himalaya hasta llegar a la capital espiritual del budismo en 1924.
Lo logró tras varios intentos fallidos porque las autoridades del Tíbet impedían la entrada a extranjeros y, particularmente, a mujeres. Alexandra y Aphur Yongden, un joven tibetano al que había adoptado, trazaron un plan para llegar a Lhasa. Se disfrazaron de mendigos y se vistieron con harapos. Llevaban monedas y una pequeña pistola para protegerse. Alexandra se tiñó el pelo, embadurnó su piel con tinta china y simuló ser la viuda de un lama brujo.
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Viajaban de noche y se ocultaban durante el día. Pasando hambre e incontables penalidades, pudieron llegar a la ciudad en medio de una gran tormenta de arena que les facilitó pasar desapercibidos. Había cumplido 56 años cuando atravesó las puertas de Lhasa.
Fue el comienzo de una larga estancia en el Tíbet, donde aprendió el idioma y estudió las costumbres de los monjes. Ella ya estaba familiarizada con el budismo porque había vivido en el monasterio de Kumbum en China durante casi tres años, donde fue nombrada lama. «Estuve en una cueva a 4.000 metros de altitud, practiqué la meditación y me convertí en yogui. No poseía nada. Vivía de la caridad de los otros monjes», relató Alexandra. Fue bautizada con el nombre en chino que significa 'lámpara de sabiduría'.
«Estuve en una cueva a 4.000 metros de altitud y me convertí en yogui. No poseía nada. Vivía de la caridad de otros monjes»
Durante sus años de inmersión en el budismo, esta mujer francesa se sumió en la práctica del tulpa, que supone la materialización de los pensamientos en un animal, objeto o persona. Alexandra creó en su mente un monje tibetano con voluntad propia, que se rebeló contra su progenitora. El fantasma acabó por dominarla y tuvo que luchar durante seis meses para poner fin a la aparición. Cuando volvió a Europa y contó su experiencia, se convirtió en a una heroína, fue condecorada con la Legión de Honor y el diario 'The Times' escribió que había sido la primera mujer en conquistar el techo del mundo.
Se estableció en Digne, un pueblo al pie de los Alpes, donde se compró una casa. Allí escribió libros, recibió a personalidades y profundizó en los estudios de budismo, mientras seguía viajando a África, la India y otros lugares. Con 67 años, realizó la ruta ferroviaria del Transiberiano y recorrió China. A sus 96 años, renovó el pasaporte con el ánimo de emprender nuevas aventuras.
Era una mujer inconformista e incansable que soñaba con alcanzar nuevas metas. Ya a los 15 años se escapó para conocer Londres, pero su familia impidió que consumara su plan. Era hija de un republicano que había tenido que exiliarse a Bélgica tras la Comuna de París. Desde su adolescencia y bajo el influjo de su padre, se hizo militante anarquista. Conoció al geógrafo ácrata Elisée Reclus, que frecuentaba el domicilio familiar. En esa época empezó a leer a Bakunin y a simpatizar con la causa feminista. A los 25 años, viajó a la India.
Se ganaba la vida como cantante de ópera y se empezó a interesar por el orientalismo. Se inscribió en París en la Sociedad Teosófica de Madame Blavatsky, donde se practicaba el espiritismo y un misticismo trascendente. Eso era compatible con su militancia feminista y sus trabajos para el periódico de Marguerite Durand, una pionera de los derechos de la mujer.
En 1900 viajó a Túnez y se enamoró de Philippe Néel, ingeniero jefe de los ferrocarriles de ese país. Tras cuatro años de una relación como amantes, decidieron contraer matrimonio. Pero en 1911 el vínculo se rompió definitivamente cuando Alexandra se marchó a la India. Ambos mantuvieron una amistad epistolar en la distancia hasta 1941, año del fallecimiento de Philippe.
Ella pudo gozar del estallido de Mayo del 68 ya que vivió con buena salud hasta 1969. Murió en Digne y sus cenizas fueron esparcidas en el río Ganges junto a las de Yongden, el monje budista que había ya dejado este mundo.