Alambradas y cruces contra los que piensan por sí mismos

Los que contradicen el dogma y los que informan sobre los desmanes. La prensa y la literatura, herejes del nuevo milenio

El arte del consentimiento, por Ariana Harwicz

¿Quién es 'El hereje' en 2023? La libertad de conciencia en nuestro tiempo

Salman Rusdie, Anna Politkovskaya y Svetlana Alexiévich ABC

No existe religión o régimen que no haya patrullado el lenguaje y las ideas. No hay en la historia un poder que no intente establecer el perímetro de la realidad que los ciudadanos no deben sobrepasar. Quienes crucen esa alambrada serán señalados y perseguidos, excomulgados ... o ajusticiados. En el nuevo milenio, el islam más radical ha señalado como hereje al que se salta el precepto. Ocurrió con los dibujantes de Charlie Hebdo por representar a Mahoma. También con Salman Rushdie por aquella escena en la que un hombre se atapuza de jamón de cerdo en 'Los versos satánicos', novela que le valió la fetua que el Ayatolá Jomeini dictó en su contra. Aquel edicto religioso ordenaba a todo musulmán matar a Rushdie por haber escrito un libro que consideraba «blasfemo». El decreto de Jomeini fue considerado «irrevocable y eterno» y, aunque en 1998, Irán dijo que ya no apoyaba esta condena a muerte, su sombra planeó sobre Rushdie por mucho tiempo. Durante décadas permaneció escondido como Joseph Anton, el nombre falso con el que ocultó su identidad y que dio título a la autobiografía donde contó aquel infierno. Treinta años más tarde, cuando ya se creía a salvo de la sentencia de muerte, o porque quizá se había acostumbrado a ella, recibió un ataque inesperado: un joven fanático lo acuchilló, en Nueva York. El sujeto no consiguió matarlo. Perdió el ojo y la movilidad del brazo izquierdo.

La otra gran iglesia vengativa, el comunismo, tiene su propio dogma: la dominación absoluta del Estado sobre el individuo. Todo aquel que se atreva a mostrar los hilos de la tramoya o atestiguar el engaño, será castigado sin piedad. El hereje para el comunismo es aquel que conoce lo que ha de permanecer oculto. El poeta Mandelshtam acabó en los Urales por referirse a Stalin como «montañés del Kremlin» y Miakovski pasó de ser el bardo nacional a apestado. La periodista Lourdes Maldonado, asesinada en su casa en Tijuana a manos de ese otro Estado paralelo, el narcotráfico, o la rusa Anna Politkovskaya, ajusticiada por Putin, son la prueba de que hay tantos tipos de herejes como dogmas por desafiar. Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura 2015, se inscribe en la tradición de Aleksandr Solzhenitsyn. Ella dedicó su obra a contar un mundo crepuscular: el imperio soviético, su desmoronamiento y transformación en archipiélago durante la década de 1990. Testigo de ese abrupto tránsito entre el régimen comunista y la apertura de mercado -el capitalismo que devino en los oligarcas de Putin-, Alexiévich ha narrado desde los estragos de la Segunda Guerra Mundial al convulso presente de Rusia, con especial énfasis en quienes vivieron en carne propia sus mayores desmanes. Su volumen 'Voces de Chernóbil' (1997) retrata el infortunio de la mayor catástrofe nuclear de la historia de la humanidad y que puso de manifiesto la amenaza que el fallido proyecto soviético representaba para el resto del mundo. Una vez consumada la caída de la URSS, Alexiévich dio una nueva vuelta de tuerca en su investigación sobre el fracaso de la utopía comunista con 'Hechizados por la muerte', un reportaje literario sobre el suicidio de aquellos que no soportaron el fracaso del mito socialista. La escritora Liudmila Ulítskaya, nacida en los Urales, pero criada en Moscú, tuvo que refugiarse en Berlín. Considerada una disidente, su obra hunde sus raíces en las sagas familiares como lugar desde el cual contar la naturaleza de la sociedad rusa. En el siglo XIX, la literatura fue en ese país la conciencia de la nación. Hoy ese lugar está ocupado por el periodismo. Ahí están puestas las cruces y las alambradas.

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