TRUJAMANERÍAS
Quijotes de oídas
Algo carnavalesco, la confianza en los medios de toda la vida según los gustos y las orientaciones ha mutado en búsqueda en redes de los que opinan como tú
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Iniciar sesiónHasta hace poco todavía se compartían las noticias en la mesa según lo que contaba «el parte» y ayer —como quien dice— se seguía el mundo gracias a la radio, los periódicos y la televisión. Ahora ya la actualidad se conoce como se quiere, con ... lo que tiene de pros y de contras: por un lado, la información se ha vuelto —opinan— más democrática, pues hay versiones a la carta (con las redes sociales a la cabeza); por otro, hace falta criterio para saber distinguir y elegir. Y, amigo, eso no viene de serie, sino que se aprende, por lo que la situación actual tiene tanto de fiesta como de mundo al revés.
Sí, es algo carnavalesco porque la confianza en los medios de toda la vida según los gustos y las orientaciones ha mutado —en el peor de los sentidos— en la consulta casual y muchas veces a la carrera en X (antiguo Twitter), Instagram, TikTok y los chats de grupo, por no entrar en las justificaciones callejeras del club «De lo que me cuentan». Pues muy bien, oiga, porque habría que apostillar «los que opinan como tú».
Todo esto me hace pensar en el Quijote, y no porque tenga de todo como origen de la novela moderna; ni siquiera por la locura del buen caballero, modelo por antonomasia de mal lector que quiere imitar las hazañas de los héroes de los libros que lee sin pausa. En compensación, me acuerdo de Juan Palomeque, ventero apicarado que acoge mal que bien a un grupo de personajes del relato (I, 32) y que, entre unas cosas y otras, saca una «maletilla vieja» con varios libros y confiesa creer a pies juntillas las historias contadas en dos libros de caballerías: el 'Don Cirongilio de Tracia' y el 'Felixmarte de Hircania', para los curiosos.
La cosa es que, por mucho que el cura le intenta hacer caer de su error, el ventero se resiste con uñas y dientes con un argumento absurdamente invencible: son obras impresas «con licencia de los señores del Consejo Real», como si el simple formato libro y la autorización oficial fueran patente de verdad.
Con el gran peligro que encierra, pues el poder —como tanto se ve últimamente— también juega a veces a encubrir mentiras para que parezcan creíbles: en un contexto casi apocalíptico de fake news y la amenazante postverdad, basta pensar en las acusaciones cruzadas de bulos en el congreso (de los diputados, ya entre comillas) o la guerra de narración en las guerras abiertas en Gaza y Ucrania, que hacen imprescindible saber qué fuentes de información son fiables (o de qué pie cojea cada uno). Por no entrar en los curriculum inventados por más de un político.
Dorotea, que escucha la barbaridad del ventero, susurra a Cardenio: «Poco le falta a nuestro huésped para hacer la segunda parte de don Quijote». Pues eso, tengamos cuidado para no hacer la tercera hoy en día: no nos volvamos Quijotes de oídas.
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