Don Torcuato dirige el futuro

La memoria del fundadorEn la lectura de la peripecia vital del creador de ABC se hallan lecciones magistrales de máxima vigencia

ERNESTO AGUDO

Por BIEITO RUBIDO

DIRECTOR DE ABC

Ser director de ABC es un privilegio. Me atrevo a asegurar que la mayoría de periodistas comparten esta afirmación y disculpan, por fundada, mi inmodestia. Para mí supone un honor sobresaliente. La conquista de una anhelada aspiración intelectual y ... emocional. Por encima de otros varios motivos, porque heredo el acervo de talento, liberalismo y amor a España que, a lo largo de más de un siglo, han gestionado los sucesivos directores de esta cabecera decana de la prensa nacional. Desde su insigne fundador, don Torcuato Luca de Tena, hasta Ángel Expósito, de quien tomé el testigo el pasado mes de septiembre.

La determinación y los valores que en 1903 gestaron el nacimiento de ABC se revelan hoy más vigentes y necesarios que nunca. En la lectura y estudio de la peripecia vital de su creador se encuentran lecciones magistrales de máxima vigencia: sabios consejos para recuperar el pulso de una viciada profesión periodística y reactivar a la sociedad española en general.

Apego natural al progreso

Si a Don Torcuato le hubiese tocado vivir ahora, sería, con toda certeza, un abanderado de las nuevas tecnologías y herramientas de la comunicación. De hecho, ya demostró ese apego natural al progreso y ese afán de ensanchar los cauces cuando inauguró, primero como semanario, el único periódico editado en la capital que puede presumir de haber acompañado a los españoles a todo lo largo del siglo XX. Su archivo es el diario público e íntimo de esa centuria en que el país transitó por algunos de los tramos más vergonzantes y ejemplares de su apasionada historia.

En esa presencia dilatada en el tiempo, acomodada en los hogares y en los círculos del saber, situada estratégicamente ante el poder, la que sigue dando la razón al maestro Gregorio Marañón: «ABC es más que un periódico, es una costumbre», afirmaba el sabio doctor. Un hábito que sobrevive 108 años después al huracán de las modas y al efectismo de la palabra gruesa porque conserva sólidos los pilares sobre los que se edificó, pero también porque sabe reforzarlos con lo que de bueno trae el avance técnico, social y del propio oficio. El periódico no solo es el narrador de su época, forma parte de ella y ha de integrarse en ella. Debe imbricarse con sus gentes y con sus inquietudes. Ser capaz de identificar a las personas en el conjunto de la sociedad y trabajar por cada una de ellas. Por sus anhelos, por su progreso, por su libertad, por su dignidad, por sus hijos. Contar noticias, desde la responsabilidad y honestidad. Desde la independencia de los poderes públicos y la inquebrantable fidelidad a la verdad. Desde la prudencia, la ética y las convicciones. No puede exigirse menor compromiso a cambio del beneficio de poder ejercer la vocación del periodismo desde la excitante balaustrada, única, de ABC. No es una cabecera, es una costumbre. Y una institución que se felicita de su lustroso pasado, pero que vive obsesionada por construirse un futuro de idénticas y magníficas dimensiones.

Fuimos el primer diario moderno del siglo XX, y queremos ser ahora el primero del tercer milenio. No nos asusta el cambio. Tenemos prisa por afrontarlo. Porque sabemos que es ineludible, y porque habrá de ser seguro para mejor. Sin perder la identidad ni la personalidad de un periódico valiente, patriótico, liberal, ciudadano, abierto, tolerante, ilustrado y humano; pero con la ilusión de aprender, sumar y ganar. Ni nos toca librar una batalla contra internet, ni liberarnos de las redes sociales, ni defendernos de la invasión de pantallas, ni exterminar las tres uves dobles. Nos toca abrir los ojos al progreso, ver en las nuevas tecnologías anchas vías para acercarse al ciudadano y a la excelencia que nos inspira: es la hora de mirar al futuro y por el futuro.

Llegan nuevas formas de hacer periodismo, pero periodismo solo hay uno. Tampoco puede existir otro ABC que el que nos regaló don Torcuato. Esa gran y noble Casa en la que conviven opiniones, sensibilidades e inquietudes, desde el respeto a la unidad de España, la salvaguarda de la integridad de las personas, el aliento del saber y la cultura, el apego a los valores cristianos y los fundamentos morales. Me enorgullezco de dirigir un periódico con estas convicciones y tengo prisa por utilizar cuantos soportes y formatos me brinde la tecnología para seguir trabajando por ellos, para seguir sirviendo a los ciudadanos y contribuir a la mejora de un país que hoy necesita con desespero recuperar el rumbo.

Internet, las tabletas o las pantallas más avanzadas seguirán mostrando aquellos contenidos que demandan nuestros lectores. Son ellos, y no yo quienes marcan en verdad los pasos de ABC. Los medios pertenecen a sus audiencias y, cuando las traicionan, castigan con el cruel abandono.

«Que ABC se parezca a ABC», solía recomendar Luis Calvo, insigne director de esta Casa. En ello trabajamos mientras construimos el mañana. No es un contrasentido. Tiene todo el sentido cuando lo que se quiere es seguir siendo un medio de comunicación influyente, referente de la intelectualidad liberal española, cercano a la sociedad, creíble y vivo. Lo hemos sido durante más de un siglo y lo seguiremos siendo. Para que el próximo director de ABC se sienta tan orgulloso como yo de serlo. Para que la memoria de Don Torcuato se sepa honrada por quienes hemos tenido el privilegio de heredar el hilo de sangre intelectual de este diario. El de todos.

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