Salzburgo, siempre a más
Clamoroso éxito del estreno de «El caso Makropoulos» y de«La mujer sin sombra», que dirige Thielemann
Salzburgo, siempre a más
En el Festival de Salzburgo inquietan las novedades y sus consecuencias, amplificadas a escala global. Entre las de este año se encuentra «El caso Makropoulos», ópera de Leos Janácek, programada por primera vez, con dirección escénica de Christoph Marthaler y musical de Esa- ... Pekka Salonen. A ellos y a un reparto muy armado se debe el clamoroso éxito del estreno, con Raymond Very y Peter Hoare , en actuaciones tan notables como la de Ryland Davies, el Barón Hauk-Sendorf, y el protagonismo de Angela Denoke, referencia imprescindible para Emilia Marty. Desgarrada, sinuosa, sutil ante el complejo personaje, Denoke se impuso sobre la poderosísima Filarmónica de Viena que ayudó a Salonen a dejar claro el valor inmenso de una orquesta que apura una música extraña, distinta y afín a la historia de Marty, condenada a la eternidad tras vivir más de 300 años.
Y colaborando al total, el perturbador Marthaler, quien en un golpe de efecto arranca con un diálogo mudo , transcrito en los subtítulos, en el que una joven y una anciana con andador y encerradas en una sala acristalada divagan con humor sobre la obra y el paso del tiempo. Los minutos de silencio que comienzan inquietando al público y terminan por hacerle sonreír relajan lo que luego será tensión en un escenario dominado por una sala de juicios donde tiene sentido el caso que sostiene la obra y la propia existencia de Marty. Marthaler aún vuelve a la ironía al empezar cada acto : con la anciana huyendo de su cuidador en un caso, y, en otro, con todos los miembros del tribunal sentándose para congelar el gesto hasta tres veces... formidable metáfora del tiempo sin fin.
Pero el Festival de Salzburgo suma y sigue, también con el director Christian Thielemann. Asiduo de Bayreuth y Wagner, ha vuelto aquí para dirigir a Richard Strauss, padre fundador, primero con un programa sinfónico junto a la deleitosa Reneé Fleming , en el que terminó imponiendo el lado más noble de una obra enfática como la «Sinfonía Alpina», y luego con la deslumbrante y compleja «La mujer sin sombra». Hay que ver al público de Salzburgo aclamar a Thielemann para comprender el trasfondo atávico que surge de los viscerales acentos que entresaca a la Filarmónica de Viena. Thielemann ya es un grande, por supuesto, si bien esta «Mujer sin sombra» ha sido mucho más . En lo interpretativo gracias a la muy solvente presencia del emperador Stephen Gould, la más aguerrida de Wolfgang Koch, y sobre todo a un reparto con tres mujeres capaces de cantar lo imposible: Evelyn Herlitzius, convirtiendo el grito en un canto desesperado; Michaela Schuster, el ama, gracias a sus acentos dominantes y autoritarios ; y la emperatriz Anne Schwanewilms al resolver el rigor de la tesitura en un canto que termina por rebosar melancolía.
Por cierto, palabra adecuada a la hora de explicar el mensaje transmitido por el director de escena Christof Loy. El planteamiento es sencillo a partir de un escenario que muestra el lugar en el que se realiza una grabación discográfica de la ópera. Pero tras la fachada va imponiéndose la realidad de unos personajes que acaban siendo personas, de una narración que sólo es metáfora de sus cuitas, y de un espacio en el que la calidad de la iluminación, el detalle del vestuario y la imaginacion del gesto se suceden en admirable recreación. A Loy le gusta Strindberg y su vaticinio: «Cualquier cosa puede ocurrir, todo es posible y probable» . En esta ópera de Strauss así pasa, con intensidad y de forma sorprendente. Incluso en el final, cuando todo se transforma en un concierto en el que los no natos son niños cantores y el escenario una exaltación de patriotismo austriaco. Salzburgo.
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