Hollywood, carne de diván
Un libro recoge una selección de los cuestionarios Proust que la revista «Vanity Fair» realiza desde hace 18 años a distintas celebridades
«Estar lejos de mamá». Ese era el mayor miedo de Marcel Proust cuando, con catorce años, respondió un cuestionario en el cumpleaños de su amiga Antoinette Faure, hija del presidente francés Félix Faure. Y, considerando que el autor de «En busca del tiempo ... perdido» jamás abandonó la casa de su «Mama» —como llamaba cariñosamente a Madame Proust—, ese fue su peor temor durante el resto de su torturada existencia. Pero Proust también era un bon vivant , un amante de las fiestas de la alta sociedad. No ocultaba su fascinación por la nobleza, y se rodeó de ella cosechando la amistad de Anna de Noailles, Robert de Montesquieu, Élisabeth de Gramont y otros escritores de sangre azul.
Ciertamente, la atracción por las buenas maneras terminó siendo fatal para «el hombre que murió de un resfriado» por no faltar a una cena en la gélida noche parisina. Pero también lo hizo inmortal. A las puertas del siglo XX, el enfermizo Proust resucitó los «libros confesionales», un viejo juego de salón de los nobles ingleses y franceses que consistía en registrar en un cuaderno los pensamientos íntimos de sus amistades a través de preguntas tan simples como indiscretas. «¿Su virtud favorita? ¿Cómo le gustaría morir? Su idea de la miseria. Su lema. Su mayor extravagancia». Proust publicaría sus respuestas en un artículo titulado «Confidencias de salón por Marcel», que apareció en «La Revue Illustrée» de 1892. Desde entonces su nombre ha quedado asociado al cuestionario que hoy hace temblar a las estrellas del show business .
En 1993, la revista estadounidense «Vanity Fair» comenzó a dar nueva vida al pasatiempo proustiano en formato de entrevistas a los personajes ricos y famosos más variopintos . Hoy en día la sección es una de las señas de identidad de la revista. Y con justicia. A la pregunta «Si pudiera cambiar una única cosa de usted, ¿qué elegiría?», Jane Fonda respondió: «Mi incapacidad para tener una relación duradera». Cuando le formularon la pregunta «¿Cómo le gustaría morir?», Hedy Lamarr confesó: «Preferiblemente después del sexo». Por entonces, «la mujer más bella de la historia del cine» ya tenía 85 años.
Tras casi veinte años de entrevistas, Nórdica Libros publica hoy en España «Vanity Fair. Cuestionarios Proust: 101 personalidades al desnudo, reflexionando sobre el amor, la muerte, la felicidad y el significado de la vida». Desde Margaret Atwood hasta Gore Vidal, pasando por Lauren Bacall, Catherine Deneuve, Joan Didion, Norman Mailer, Arthur Miller o Paul Newman , la recopilación hecha por el editor de «Vanity Fair«, Graydon Carter —con ilustraciones de Robert Risko— es sin dudas el escaparate más colorido y audaz del showbusiness estadounidense.
Un solo formulario que encierra un millón de confesiones. Como si se tratara de una sesión de terapia psicoanalítica, el «cuestionario Proust» ha logrado captar los deseos y temores mejor guardados por los poderosos de la industria del entretenimiento. Cuando en 2003 le preguntaron al inminente gobernador de California Arnold Schwarzenegger cuál era su mayor extravagancia éste admitió: «Soy una loca de los zapatos». ¿Y su gran miedo? «Me aterroriza la depilación brasileña. Tuve una muy mala experiencia en 1978», respondió el ex culturista, ex Terminator y ex de María Shriver Kennedy. Yoko Ono, la viuda de John Lennon, intentó ser menos reveladora. O quizá más de la cuenta. A la pregunta «¿Quiénes son sus héroes en la vida real?», ella contestó «Yo». ¿Su héroe preferido de ficción? «Yo». ¿El gran amor de su vida? «Yo». ¿Sus escritores preferidos? «Yo, yo, yo y John, no necesariamente en ese orden». ¿Una palabra de la que abusa? «Yo». Todo un ejercicio de franqueza en las antípodas del escritor británico Salman Rushdie que, ante la cuestión de «¿En qué ocasiones recurre a la mentira?», aclaró: «En estas».
En una de sus últimas apariciones, en mayo de 1922, Marcel Proust compartió mesa con Ígor Stravinsky, James Joyce, Serge Diáguilev y Pablo Picasso. Se trataba de una cena exclusiva en el aún más exclusivo Hotel Majestic de París para celebrar el estreno de «Le Renard», del fundador de los Ballets Rusos. Proust, que no se quitó sus guantes ni su abrigo de piel en toda la noche, intentó arrancarle algunas confesiones a Stravinsky mientras Joyce se dormía sobre la mesa. «¿Quiénes son sus músicos preferidos? Yo adoro a Beethoven», lanzó el escritor. «Detesto a Beethoven», respondió fríamente el director de orquesta. Quizá sí haya preguntas indiscretas, incluso para un genio como Proust.
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