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Un editor, un gran escritor de periódicos

Creador de Alianza Editorial, fue un pilar de la política y la edición. Tenía 77 años

Un editor, un gran escritor de periódicos JAVIER ROSENDO

darío valcárcel

Durante 109 años, ABC ha despedido, a veces con generosidad, a quienes discreparon de él. Los fundadores de la Agrupación al Servicio de la República, Marañón, Ortega y Pérez de Ayala, son un ejemplo. Marañón escribió con frecuencia en estas páginas. Pérez de Ayala de modo constante. El entierro de Ortega hizo una memorable portada (19.10.1955) a pesar de la prohibición de la censura.

Javier Pradera fue, desde 1956 a 2011, un español de gran dimensión. Testigo, pero sobre todo actor, fue un fiable aliado y un enemigo temible, además de un formidable escritor. Nieto del jefe tradicionalista Víctor Pradera, no fue solo un líder universitario. Su abuelo y su padre, fusilados por milicias anarquistas en San Sebastián al comienzo de la guerra civil, marcaron su infancia. Pradera se instaló, en los primeros cincuenta, en el caserón de la llamada Universidad Central, en Madrid, calle de San Bernardo. Junto a él, otro hombre excepcional, Clemente Auger. Desde el comienzo apareció en ellos el germen de dos dirigentes capaces de liderar, impulsar, dirigir.

Al terminar Derecho, aquellos años habían dejado la marca de dos jefes en potencia. A mitad de 1956, Auger y Pradera montaron al General Franco y a su ministro de la Gobernación, Blas Pérez, la primera gran huelga estudiantil de Madrid. Unos pistoleros del partido único mataron, junto a San Bernardo, a un estudiante: aquel muerto sería una carga de profundidad contra la dictadura. Otros líderes estudiantiles colaboraron en la organización, hecha solo con inteligencia, voluntad y valor, mucho valor: Enrique Múgica, Miguel Boyer, Francisco Rubio Llorente, José María Ruiz Gallardón, Joaquín Muñoz... Pero la rueda catalina de aquella máquina rodaba empujada por Pradera y Auger. También por el respaldo de Jaime Ojeda Eiseley, que casi 40 años después representaría a España como embajador en la OTAN, luego en Washington.

Pradera pensó que los libros se convertirían poco a poco en un arma de gran utilidad frente al guerracivilismo. Licenciado, hizo una buena carrera en algunas editoriales, después de ganar la oposición al servicio jurídico del ejército del Aire. Desde la editorial Siglo XXI aterrizó en el mexicano Fondo de Cultura, hasta que dio con el patrón y el diseñador ideal, José Ortega y Daniel Gil: así nació Alianza Editorial.

Pradera debió ingresar en el PC hacia 1955. Con ese componente raro que pocos reunían como él, voluntad + inteligencia, por este orden, abandonó ruidosamente el partido cuando Jorge Semprún y Fernando Claudín fueron expulsados en 1964. Se sucedieron luego otras crisis. Semprún, Pradera, Auger y decenas de líderes universitarios evolucionaron despacio primero, con extraordinario empuje después hacia posiciones cada vez más lejanas del comunismo, representado por los colaboradores europeos de Leónidas Breznev, frente a Berlinguer, Cohn-Bendit o Carrillo. Al otro lado de la izquierda, el socialismo del exilio no consiguió ofrecer, muerto Indalecio Prieto, una alternativa creíble. El régimen de Franco, reforzado con el respaldo estratégico de Estados Unidos, había llegado al fastigio de su poder. Los socialistas del exterior hubieron de dejar paso a Felipe González. Nadie como Semprún y Pradera podrían relatar aquella etapa. Ambos han muerto este año.

Pradera fue leal, antes que a su partido, a los editores que le contrataron, como corresponde a un hombre de honor. En el medio siglo que separa 1961 de 2011, Pradera fue clave en el intento de hacer, en 1976, un nuevo periódico, «El País». Su voz se oyó en entrevistas y textos de «La Vanguardia», ABC, «El Correo», «Diario Vasco», «Norte de Castilla»… Como Jordi Pujol, Dionisio Ridruejo o Alfonso Cossío, Pradera quiso defender ese espíritu de pacto, contra el aniquilamiento del adversario al que tan aficionada es una parte de la sociedad española.

En su apartamento de San Sebastián, junto al mercado de La Brecha, hubo reuniones determinantes en defensa de valores exactamente opuestos a los de Herri Batasuna. Pero hay que recordar también, en honor a la verdad, cómo Pradera o Claudín habían pasado, como Yves Montand o Costa Gavras, por la ducha helada del estalinismo. De un lado, figuras icónicas, Monnet, Schumann, Adenauer… De otro, los herederos soviéticos. Y en medio, cogidos, la formidable corriente europea, años sesenta, con tantos Praderas, Augeres, tantos Berlinguer, Steinmeier… Quizá las guerras larvadas de Palestina o Cachemira pudieran superarse. Pero una Europa sin guerra, ¿era posible?

Pradera, como dice el feo lugar común, enriquecía a la sociedad en la que habitaba. Anteayer, domingo, último día de su vida, publicaba su última columna, «Al borde del abismo». No veía las teclas; dictaba a su mujer. Pocas semanas antes, una tenaz enfermera se esforzaba en el hospital, manzana en mano: A ver Francisco, esto que va usted a comer, ¿se llama cómo? Y Pradera, escrutándola de reojo: Apple.

Ella no dejó de dar, por él, una sola batalla, grande o pequeña. Nacido en San Sebastián, 1934, Javier Pradera murió el 21 de noviembre en Madrid, cuidado hasta el último minuto por su extraordinaria mujer, Natalia Rodríguez-Salmones.

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