Lucian Freud, la danza del cazador naturalista
Hoy se abre en Londres una exposición con 130 de sus retratos, que muestra por primera vez la obra en la que trabajaba el artista a su muerte el año pasado
Lucian Freud, la danza del cazador naturalista
Algunos han descrito su forma de trabajar como la danza del cazador. En pie, de noche, con el torso descubierto, los ojos clavados sobre su presa y los brazos y manos llenos de pintura. Las sesiones de posado en el estudio londinense del pintor ... Lucian Freud (1922-2011) suponían una extenuante experiencia física y psicológica para sus modelos. El nivel de entrega a sus exigencias era máximo. Y la intensidad de la personalidad de un artista hermético y apasionado, simplemente agotadora.
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Pero las 130 obras, pintadas a lo largo de siete décadas, exhibidas desde hoy en la exposición «Retratos de Lucin Freud», en la National Portrait Gallery de la capital británica , desvelan un Freud amante de las criaturas que representaba. Un naturalista curioso ante el mundo a su alrededor, convertido en cirujano de las personalidades, pincel en mano en vez de bisturí.
«Su método de pintar es muy interesante. Todo era muy lento, daba cabida a la conversación, a que el carácter se manifestara, a crear intimidad con sus maniquíes y, al final, el resultado es un retrato con tantas capas que es imposible que una fotografía lo recoja», nos explica Sarah Howgate, comisaria de la exposición en la que trabajó Freud durante sus últimos años. « Exigía un compromiso increíble a sus modelos , pero todos sentían el privilegio de posar para alguien tan fascinante».
«Gente en mi vida»
Su mirada obsesiva busca los distintos sedimentos que la vida dejaba en sus retratados. Hasta que su pincel localiza en esos seres entregados al sacrificio pictórico la naturaleza animal que todo humano lleva dentro. El resultado son sus penetrantes retratos psicológicos, con ecos a veces de la sensualidad de Rubens, la franqueza de Rembrandt o la violencia de De Kooning , constitutivos en realidad de un universo artístico propio en el que es imposible separar los elementos técnicos de la personalidad de Freud y los estados de ánimo de sus retratados, a quienes Freud definía como «gente en mi vida».
«Cuando pintaba, no reconoce géneros, pinta con la misma pasión un hombre que una mujer o el fondo que elegía para cada cuadro, los pintaba como animales», explica a ABC Michael Auping, responsable de Arte Moderno en Fort Worth (Texas), que albergará la exposición tras su cierre en Londres el próximo 27 de mayo. « Era una persona muy reflexiva, muy visual, no le gustaba teorizar », dice, y recuerda una anécdota para mostrar la intensidad del personaje: «La primera vez que me entrevisté con él llegué 40 minutos antes a su casa por lo nervioso que estaba, pero llamé a la puerta solo dos minutos antes de la cita. “¡Llegas dos minutos antes!”, me gritó al recibirme».
La exposición sigue un orden cronológico, que permite observar la evolución de sus retratos de rostros en los 50 a la emergencia del cuerpo, a menudo desnudo, en los 60 y los 70. En «Chica en la cama» (1952), pinta a su segunda mujer, Caroline Blackwood, en el hotel parisino en el que residieron unos años. Su actitud es juvenil y ensoñadora. Nada que ver con el ser fantasmagórico corroído por la ansiedad que pintó en ese mismo lugar, solo dos años más tarde, en «Habitación de hotel», donde captura el momento de la ruptura del vínculo entre dos personas. «Me levanté y no volví a sentarme», dijo el pintor, a la vez que el hombre.
El nieto del creador del psicoanálisis nació en Berlín y emigró con sus padres en el 33, huyendo del nazismo. Para él, la relación con sus modelos como una «transacción». «Si tú hablabas, él dejaba de pintar, con lo que las horas se alargaban», explicó en su día el crítico Martin Gayford. Pintó a su madre, Lucie, durante años, su hija Bella posó durante más de dos años para el retrato expuesto, retrató a su primera mujer, Kitty, y a la segunda, Caroline, y representó a sus amigos artistas como David Hockney y Francis Bacon, al coreógrafo Leigh Bowery o al barón Thyssen (1983-1985) en el cuadro que abre la muestra. Amigos, familiares y conocidos desnudados por un pintor que buscaba, en realidad, la vida bajo la carne.
El último Freud en primicia
Una búsqueda que proyectó en sí mismo desde su primer autorretrato, «Hombre con una pluma» (1943), donde aparece vestido con traje y corbata y una pluma en la mano. En «Reflexión» (1985), las indagaciones en su propio yo llevan ya esta etiqueta de reflejo, fruto de la proyección de los espejos que usaba para pintarse, y de reflexión sobre sus adentros. «Intento verme de forma inesperada, intento pintar lo que realmente hay ahí, aquello que no veo o que no quiero ver de mi mismo», decía el pintor.
«Sentarse para él podía ser una tortura, pero a cambio inmortalizaba a sus modelos»
«Sometía a los mismos escrutinios a los objetos que a las personas o los animales, pero su mirada no es animal», nos comenta el curator Marco Livingston. «Claro que hay aspectos violentos en lo que muestra, y sentarse para él durante meses puede ser hasta una forma de tortura, pero, a cambio, les estaba inmortalizando», dice.
La muestra, la primera gran exposición del artista en una década, se cierra con el retrato inacabado del galgo o «Portrait of the Hound», la obra en la que trabajaba cuando murió el año pasado y que se expone por primera vez . El cuadro forma parte, en realidad, de una serie de retratos de su amigo y asistente desde en la última década de su vida, David Dawson, y su perro Eli, de quien Freud no llegó a pintar sus cuartos traseros. Unos retratos «muy humanos, pintados con suavidad», en opinión de Howgate, que reflejan el amor del pintor-naturalista a ese paisaje humano inmediato en que se resumía la vida para él.
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