Pavel Sudoplatov, el cerebro que organizó la eliminación de Trotski

Ingresó en la Cheka cuando apenas era adolescente en los tiempos de su fundador, Félix Dzerzhinski, luego pasó al OGPU, que más tarde se llamó NKVD. Tras el final de la guerra, las siglas del alto organismo de seguridad eran MGB. Y finalmente el KGB. A todos fue leal porque, como confesó en sus memorias, tenía una fe ciega en el comunismo.

Stalin le purgó tras destituir a Nikolai Yezov, del que era hombre de confianza, pero el castigo solamente duró unos meses porque necesitaba su experiencia y su osadía. Le encomendó en 1939 una tarea muy especial: organizar la eliminación de León Trotski, exiliado en México. Un año después, lograría su propósito gracias a su agente Ramón Mercader.

Sudoplatov se había ganado una extraordinaria reputación en 1938, cuando había cumplido 31 años, por el asesinato a sangre fría de Yevhen Konovalets, líder del nacionalismo ucraniano, que estaba exiliado en Rotterdam. Tuvo el valor de entrar en un café y regalarle una caja de bombones. En su interior había una potente bomba que le mató en el acto. Abandonó el lugar con una tranquilidad pasmosa y cogió un tren para regresar a su país.

Durante la II Guerra Mundial, Stalin volvió a confiar en él y le encomendó la dirección de un nuevo departamento, llamado de Operaciones Especiales, que tenía como misión el sabotaje tras las líneas enemigas y la destrucción de objetivos militares.

Beria, el jefe de los servicios secretos, le encomendó en el verano de 1941 una negociación altamente confidencial en la que intermedió a través del embajador de Bulgaria para ofrecer a Hitler territorios soviéticos como Ucrania y Bielorrusia a cambio de que la Wehrmacht detuviera su ofensiva.

Aprovechando su experiencia, el propio Beria le colocó en 1948 al frente de un nuevo departamento creado en el MGB para sabotear las instalaciones de sus antiguos aliados. Cinco años después, le volvió a ascender al nombrarle al frente de Operaciones Especiales, pero esta vez con rango de general y todos los recursos de la organización a su servicio. Su misión era eliminar cualquier oposición al régimen y preparar un operativo en caso de ataque de la OTAN.

Al fallecer Stalin en 1953 y ser ejecutado Beria, Sudoplatov fue expulsado de los servicios secretos y sentado en el banquillo, acusado de secuestro, asesinato y alta traición. Se salvó de la pena de muerte, pero le condenaron a 15 años de cárcel que cumplió íntegramente.

Cuando salió de prisión, estaba acabado y tuvo que esperar a la desaparición de la Unión Soviética en 1991, tras el fallido golpe de Estado contra Gorbachov, para ser rehabilitado. Tres años después, publicó su autobiografía, titulada «Operaciones Especiales», en la que revelaba el lado oscuro del mundo del espionaje. El libro fue un gran éxito de ventas en Europa y Estados Unidos.

Murió en Moscú en 1996 y en sus últimos años nunca se cansó de repetir que todo lo que hizo tenía una finalidad: servir a su patria, la Unión Soviética.