La odisea interminable de los restos mortales de Calderón de la Barca
El cadáver del dramaturgo fue trasladado cinco veces antes de ser depositado, en 1902, a la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, donde podría haber sido emparedado
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Iniciar sesiónCalderón de la Barca , genio y figura del Siglo de Oro, pertenece a ese selecto club de escritores que han alcanzado la inmortalidad y que viven instalados en los terrenos de lo clásico por los siglos de los siglos. No, Calderón no murió ... del todo cuando su cuerpo se apagó el 25 de mayo de 1681, pero tampoco encontró la paz en el nicho. Él, que había dejado atrás una vida agitada y militar, que había enfun dado la espada para siempre en 1651, cuando decidió ordenarse sacerdote y abrazar la calma, no pudo recuperar la tranquilidad con su entierro. Desde entonces, su cadáver ha protagonizado una historia disparatada y triste, una segunda vida que lo ha llevado a ser trasladado hasta seis veces y que termina, por ahora, con la Guerra Civil y la pérdida de la arqueta donde supuestamente descansaba. Todo a la espera, claro, de que se compruebe si es cierto que fue emparedado en los muros de la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, algo que se hará en julio, tal y como contábamos en ABC el pasado domingo . A la espera de los resultados, repasamos sus desgracias pasadas.
Las instrucciones de Calderón eran claras, tal y como había dejado escrito en su última voluntad: «Ser llevado a la parroquial iglesia de San Salvador de esta villa. Será mi sepultura la bóveda de la capilla que con el antiguo nombre de San José está a los pies de la iglesia». Y así se hizo. En 1681 su cuerpo fue llevado a esta parroquia de la calle Mayor, muy cerca de su casa. Iba revestido con sus ornamentos sacerdotales y con el hábito de la Orden de Santiago, «descubierto, por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida», según él mismo había dicho en el testamento. Hasta aquí nada raro. Pasó en ese templo 160 años, hasta que sus cimientos empezaron a flojear y tuvo que ser trasladado al Cementerio de la Sacramental de San Nicolás , en la actual calle de Méndez Álvaro.
Esto fue en 1842, pero pasados 29 años, en pleno Sexenio Democrático, se ordenó la creación de un Panteón de Hombres Ilustres, y él fue uno de los elegidos para el traslado. Se llevaron sus restos a una de las capillas de la iglesia de San Francisco el Grande , a la espera de la creación de su distinguido mausoleo, pero este nunca se materializó, tal y como se precisa en uno de los informes del proyecto de la Universidad San Pablo CEU que ahora busca sus restos, y que está liderado por Pablo Sánchez Garrido y María Ángeles Varela Olea . La solución fue fácil: todos los ilustres fueron devueltos, y Calderón regresó a San Nicolás. Aquel fue el cuarto entierro. Demasiados para una vida, pero no suficientes esta historia, por lo visto.
El nuevo giro de guión no se hizo esperar mucho. Tan solo seis años después, en 1880, la Congregación de San Pedro, institución a la que pertenecía desde 1663 y de la que fue capellán mayor, reclamaba sus restos. El asunto se resolvió con una nueva mudanza, esta vez a la Capilla del Hospital de esta congregación, que estaba en la calle Torrecilla del Leal , entre Atocha y Lavapiés. Allí duró veintidós años, hasta que la congregación estrenó su nueva sede en la calle San Bernardo, hoy conocida como la Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, pero entonces llamada Hospital de los Clérigos.
Ese último traslado se hizo el 30 de octubre de 1902, a las tres de la tarde, en una carroza fúnebre de seis caballos. Según publicó «El Imparcial», acudieron representantes de la nobleza, de la política, de la literatura, de las artes. La comitiva recorrió la plaza de Antón Martín, las calles de Atocha y Príncipe, pasó frente al Teatro Español, donde estaban todos los actores, que arrojaron una lluvia flores desde los balcones enlutados, y continuó la comitiva por la Carrera de San Jerónimo, la Puerta del Sol, Preciados y San Bernardo. Llegó a su destino a las cinco, y el notario Julián Pastor levantó acta de la inhumación.
El acto, sin embargo, no debió impresionar mucho al redactor de Blanco y Negro, que lo describió así: «Un día cualquiera de la semana pasada, con poquísimo aparato oficial y sin atención casi ni curiosidad por parte del público, se verificó la traslación de los restos del insigne poeta madrileño (...) El entierro fue una ceremonia sencilla, simpática, aun cuando no despertase entusiasmo popular, por no haber sido anunciada en los periódicos. Así lo hubiera querido, sin duda, el ilustre muerto que, en verdad, fué de los literatos menos vanidosos de su época, y desde que vistió el hábito sacerdotal hizo una vida austera y sencilla». El periodista insistía, además, en que nada tenía que ver su estilo con su alma: «Pedro Calderón de la Barca, siendo un poeta amigo de la pomposidad y de las hojarascas retóricas, siendo un culterano enrevesado y hasta ininteligible en muchas partes de sus obras, en el fondo era un alma simple, clara, transparente y modesta».
Los restos, precisa el informe, «estaban depositados en una pequeña urna cineraria de caoba rematada con una corona de laurel y adornada con motivos alegóricos de las Artes y las Letras, con un cristal que permitía ver algunos restos óseos –al parecer del cráneo– en su interior». Luego, supuestamente, se depositaron los restos en una arqueta de mármol colocada en lo alto de una pilastra de ídem, en una capillita dedicada a él. Se suponía, ¡por fin!, que iba a ser su última parada, el final de su segunda vida, pero estalló la Guerra Civil , y él también la sufrió, a su manera.
El 21 de julio de 1936 la iglesia, su iglesia, fue incendiada por las milicias republicanas, «quedando el interior del templo y la cúpula destruidos tras dos días presa de las llamas. El pequeño mausoleo de pilastra y arqueta de mármol es posible que se destruyera a consecuencia de las llama y del derrumbe de la cúpula, o que fuera robado», según apuntan los investigadores del proyecto. Los restos, como es de sobra conocido, se dieron por perdidos, y de hecho no se han vuelto a ver desde aquel día.
Vicente Mayor Gimeno , el capellán mayor de la Congregación de San Pedro en 1964, que escribió la historia de la institución, escuchó a un sacerdote decir que los restos de Calderón no se habían perdido, porque los habían emparedado, aunque este se murió antes de revelarle el lugar exacto. Con todo, se tomó la noticia bastante bien, y guardó la esperanza: «Este razonamiento nos despertó la idea de encontrar los restos que, creemos, siguen ocultos en el templo. ¡Quién sabe si algún día se hará el descubrimiento! No lo vemos tan imposible de realizar; si ese momento llega, Dios quiera que podamos comunicar a todo viento el feliz hallazgo de los restos de Calderón de la Barca, nuestro insigne Congregante y Capellán Mayor». Aún hoy seguimos a la espera de la buena nueva. Aunque teniendo en cuenta los precedentes, puede que solo sea un capítulo más de una historia interminable, como dicen que son las vidas de los hombres inmortales.
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