ESPAÑA EN SU CORAZÓN
Mariano Rajoy, Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre escriben para ABC en memoria de Antonio Mingote
El presidente del Gobierno, el ministro de Justicia y la presidenta de la Comunidad de Madrid han querido expresar con palabras lo que Mingote significa para ellos
Mariano Rajoy, Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre escriben para ABC en memoria de Antonio Mingote
Mariano Rajoy: «El humor de la inteligencia»
El gesto casi automático de buscar la viñeta de Antonio Mingote a primera hora de la mañana en ABC era, desde hace años, una costumbre, como el café, irrenunciable. No sé con qué vamos a sustituir esa ráfaga crítica con la que Mingote condensaba ... la actualidad política y social, esa reflexión, muchas veces llena de ternura, que orientaba la lectura de la prensa. Llevaba haciéndolo casi seis décadas en ABC, tras su paso por «La Codorniz» —a la que siempre rindió homenaje como su primera escuela—, convertido ya en testigo excepcional de todo un siglo de la historia de España, un maestro del periodismo y del humor , de estirpe cervantina, a la altura de sus admirados Camba, Fernández Flórez, Mihura, Tono, Neville, y de su reconocido maestro Ramón Gómez de la Serna.
Nada ha escapado a la mirada y a la interpretación del dibujo y la pluma de Mingote. Sus viñetas ocultan un pensamiento hondo, sin crueldad, sin mal genio: desde los «tipos» de Madrid al Quijote, pasando por los gobiernos y los políticos pero, también, los tópicos, las costumbres, la rutina o la cursilería, todo ello, sin embargo, tamizado por el carácter persuasivo de la sonrisa , con tolerancia, sutileza y humanidad. Sus pinceles y lápices adivinaban una visión elegante e incluso sensual de la vida que encontraba reflejo en esas formas voluptuosas y discretas al mismo tiempo.
Antonio ha sido un hombre de profundas convicciones, de vocación ética, un intelectual que ha utilizado el humor como el lenguaje que emplean las personas inteligentes, haciendo de él, al estilo de Gómez de la Serna, un género de vida o, mejor dicho, una actitud ante la vida.
Nos queda el consuelo de que sus largos años nos han permitido disfrutar de su obra a sucesivas generaciones, y a poderle reconocer, con premios y homenajes que culminaron con la concesión del marquesado de Daroca por S.M. el Rey, que nos ayudara a ser espectadores críticos, a adoptar, con distancia, otra forma de ver nuestra realidad.
En su discurso de ingreso en la Real Academia Española decía Mingote: «Quiero creer que si los españoles de hoy hemos aprendido a no confundir lo poético con lo cursi , si hemos renunciado a la intransigencia en favor de la tolerancia, si rechazamos la violencia y preferimos el diálogo, a ser posible con risa, si somos más civilizados que nuestros abuelos, lo debemos en gran parte a “La Codorniz”». Yo quiero creer, más bien, estoy seguro, de que también se lo debemos a él.
Alberto Ruiz-Gallardón: «La lucidez de la ternura»
Una vez escuché a Antonio Mingote confesar que su corazón se sentía al lado de muchas personas de derechas mientras que su cabeza estaba junto a otras de izquierdas… o viceversa. Y lo mejor es que si ahora no puedo recordar el orden exacto de aquella cita es porque la aristocracia natural del marqués de Daroca —es decir, la que emanaba de su sentido del humor— le situaba muy por encima de ese y de todo maniqueísmo . Hubiera sido absurdo en alguien no ya de su bondad, sino, sencillamente, de su inteligencia, lo que en Mingote eran una sola cosa... Porque, como dijo un compañero de generación, él venía de una época en que no éramos ni ricos ni pobres sino todo lo contrario, de manera que conocía a los españoles mejor que nadie, sabía ver con infinita penetración sus flaquezas y grandezas, y por eso nunca les juzgó, sino que prefirió mostrar amablemente sus contradicciones, y solo para poder regalarles la absolución diaria de la sonrisa. Ahora, cuando a beneficio de inventario empezamos a intuir que la buena política es la que se fragua en la crítica social y de las costumbres, cuando España se pregunta a sí misma si ha vivido del mejor modo posible, vamos a echar aún más en falta a un genio que lo fue porque tuvo la originalidad absoluta de rechazar la vía solanesca, la mirada agria de un Goya o un Valle-Inclán, para inaugurar entre nosotros, y aunque haya sido en fecha históricamente tardía, otro camino hacia la lucidez más desusado pero igualmente eficaz: el de la ternura.
Seguramente los hay más memorables, pero yo recuerdo un dibujo de Mingote —y ese es el que importa: el que cada cual lleva dentro— en el que un joven estudiante le muestra a su amiga su biblioteca personal, desbordante, ubérrima de volúmenes, y le dice: «De vez en cuando vengo aquí para convencerme de que la humanidad no es completamente idiota». Ese mismo consuelo es el que nos llevaba a muchos a buscar cada mañana su viñeta en el ABC , antes que cualquier otra cosa, pues, con permiso de Cuartero, un solo chiste de Mingote valía más que el mejor editorial . Aquellos que por vínculos familiares y de afecto nos sentimos muy unidos a ABC somos conscientes de que hoy más que nunca, en la hora de su marcha, somos ese «Hombre solo» que Mingote retrató, y que solo él, con el trazo de la compasión, sabía redimir.
Esperanza Aguirre: «La inagotable capacidad creadora del discípulo de Cervantes»
A mí, como a muchos millones de españoles que lo admirábamos, me invade hoy una profunda tristeza ante la noticia de la muerte de Antonio Mingote . Su larga vida y su inagotable capacidad creadora, que le ha permitido acudir a su cita cotidiana con los lectores hasta el último día, nos habían acostumbrado tanto a su viñeta que estoy segura de que, a partir de hoy, cuando por las mañanas abramos las páginas del ABC , siempre vamos a echarle de menos. Vamos a echar de menos la originalidad de sus dibujos, vamos a echar de menos la profundidad de la reflexión que con esos dibujos nos transmitía, vamos a echar de menos la sonrisa que nos arrancaba y, sobre todo, vamos a echar de menos el mensaje de comprensión hacia todas las debilidades humanas que subyace en toda la ingente obra creativa de Antonio Mingote.
Ha sido un extraordinario dibujante, dueño de un trazo y de unas formas absolutamente originales. Ha sido el mejor humorista español de los últimos setenta años, y eso que en esos años los ha habido geniales. Pero, sobre todo, ha sido uno de los pensadores más profundos de la España de su tiempo. Nadie como él ha sido capaz de posar su mirada en la condición humana, en general, y en la peculiar condición humana de los españoles, en particular, para comprenderla, para explicárnosla y, también, para criticarla. Pero para criticarla siempre desde la compasión y el cariño hacia todos. Y para hacerlo desde el humor. Si el padre indiscutido de todos los grandes humoristas de la historia es Cervantes, creo que en Mingote ha tenido a uno de sus mejores discípulos , y desde luego al mejor de los últimos tiempos. Porque, igual que al autor del «Quijote», a Mingote lo que le gusta es provocarnos la sonrisa al ponernos delante de los ojos las debilidades humanas y el absurdo de muchas de las cosas que hacemos. Y con esa sonrisa obligarnos a pensar. Y todo, como Cervantes, hecho con un cariño y una comprensión infinita hacia todas las debilidades de los hombres. Ese cariño y esa comprensión los hemos apreciado siempre todos los que nos hemos asomado a sus viñetas mañana tras mañana. Y de ese cariño y de esa comprensión ha nacido en nosotros la sensación de que en Mingote teníamos todos —y desde luego, yo— un amigo, un amigo en quien confiar, un amigo que siempre nos daría el mejor de los consejos, el de sonreír ante los sinsentidos de la vida. Y sobre todo, de la vida española, que él conocía y comprendía como nadie.
El vacío que nos deja su desaparición es tremendo. Con él se va uno de los creadores y artistas que más nos han hecho pensar y que más nos han ayudado a conocernos mejor a nosotros mismos y a conocer mejor cómo somos los españoles, los jóvenes y los viejos, los de derecha y los de izquierda, los creyentes y los descreídos, y nos va a ser muy difícil aprender a vivir , desde ahora, sin ese regalo del espíritu que han sido las viñetas con que nos saludaba cada mañana desde las páginas del ABC.
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