No era humorista
jesús garcía calero
A pesar de lo que dicen incluso las enciclopedias, siempre he creído que Mingote no era un humorista. Dibujaba y hablaba con una afiladísima inteligencia, eso sí. Se introducía en nuestra conciencia y derribaba de un mandoble nuestros prejuicios y temores atávicos. Como un soplete, ... convertía en pavesas la cursilería, de un solo y certero fogonazo.
Pero no era un humorista, aunque provocara nuestra sonrisa. De algún modo extraño su mayor talento ha sido ése: hablarnos de asuntos muy serios, casi siempre de actualidad -porque la actualidad está de lo más serio desde hace mucho tiempo-, pero acertando en la diana , en la sonrisa. Como una flecha, su sentido de la vida es nuestro sentido del humor. Algo milagroso y a veces incómodo.
Así lo sentí siempre, incluso cuando hablábamos. O en sus discursos. Lo que hacía Mingote era quejarse de las cosas que no le gustaban , de las cosas del mundo, muchas de ellas terribles, pero se quejaba con gracia, con tanta gracia traviesa, que nos pillaba con la guardia baja, y así dejábamos entrar su agudeza como si fuera inofensiva. Pero no.
Ante sus dibujos no queda otra, o te lo tomas con humor o ya te ha dado el día. Por eso, podríamos aceptar que era humorista, y de los mejores, gracias sobre todo al retrato que ha hecho de nosotros, como individuos y como sociedad. El ciudadano, el cavernícola, el político, el hombre solo… Hay pedazos de nosotros en cada uno de ellos. Lo cual nos lleva a una rápida conclusión: existen pocas miradas más comprensivas y tiernas como la de Mingote al mundo, en ella todos podemos vernos reflejados como en una corriente cristalina.
Por eso era humorista y no lo era, por eso dibujaba editoriales y se hizo insustituible.
Y por eso ahora que se ha muerto, y no sabemos cómo tomarlo, no sabemos con qué Mingote podremos quedarnos. Maldita sea la gracia.
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