«Más que como en un cuento de hadas, me siento como La Cenicienta»
Después de 27 marcas mundiales, la última hace apenas tres meses en Zurich, seis centímetros más allá de los dos metros, después de todas esas medalla, a Yelena Isinbayeva sólo le queda coger el cielo con los dedos. Porque rozarlo, lo que se dice rozarlo, ... ya lo ha rozado. Pero antes del paraíso, Yelena supo lo que era el purgatorio, cuando, una quinceañera todavía, tuvo que dejar la gimnasia tras un diagnóstico nada extraño a esas edades cuando la genética y el metabolismo hacen de las suyas: “Yelena, eres demasiado corpulenta”. Y Yelena cambió las paralelas por la pértiga. Desde entonces, poco más de diez años, medio mundo la ha visto volar por encima del listón, ha visto que las atletas también son coquetas y hermosas (uñas pintadas, anillos, pendientes, pértigas de colores, pelo bien peinado) lejos de aquellos maromos y viragos que la Alemania comunista quería hacer pasar por señoras o señoritas. El 28 de agosto, en Zurich, con la espina de la derrota en el Mundial de Berlín aún clavada en su costado de una de las más grandes atletas de todos los tiempos, volaba otra vez, y cinco días después Juan Antonio Samaranch, presidente del Jurado, ponía el listón todavía más alto: “Yelena, has sido galardonada con el Premio Príncipe de Asturias del Deporte”. “Fue un shock, me ilusionó muchísimo, pero fue un shock”, recordaba ayer la atleta de Volgogrado en Oviedo.
Unos ojos intensamente eslavos
Los deportistas de elite suelen ser incapaces de mostrar en público el más mínimo detalle de emoción. A veces parecen terminators malhumorados, sin sentimientos. No es el caso de Yelena, quien desde sus ojos intensamente eslavos sembró ayer de sonrisas todas las esquinas de Oviedo. “Cuando a los 17 años, saltaba 4.30 metros y me dijeron que podría sobrepasar algún día los 5 metros, lo primero que pensé es que mi entrenador estaba loco. Pero creyendo en ello, trabajando duro y con un poquito de suerte lo conseguí”.
Para Isinbayeva, saltar hacia las nubes y la patria de los pájaros (el Hermoso Pájaro es uno de sus apodos) es un ritual en el que casi tan importante como el entrenamiento (“más de diez horas diarias, muy duros, más que la competición”) es “llevar bien el pelo, mis anillos, usar pértigas de colores, en definitiva, estar guapa”, sin duda porque ella considera el salto con pértiga un deporte “muy femenino y muy bello, con mucho glamour, que te permite desarrollar y esculpir el cuerpo”. Esculpido, y por mano maestra, el de Yelena, una mujer que más que en un cuento de hadas se siente ahora “como la Cenicienta, aunque a veces pienso que no disfruto de la vida de una mujer normal. Pero bueno, las medallas, las marcas, cuando me dicen que me han visto en la tele, todo el sacrificio se ve recompensado”. En la pista, muchas veces Yelena se cubre el rostro con una tolla, habla hacia sus adentros, busca en su corazón el impulso para la última zancada: “Me tapo para encontrarme conmigo misma, me recuerdo momentos alegres y felices de mi vida, busco energía interna antes del salto. Y es cuando pido al público que aplauda rítmicamente, porque me da adrenalina y me da valor, y también porque me gusta darle al público ese placer de poder celebrarlo conmigo”. Vuela, Yelena, vuela.
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