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Jesús García Calero

Lo que el viento censor...

Cuando el guionista de «12 años de esclavitud», John Ridley, pidió a HBO que retirara «Lo que el viento se llevó», ambos se situaron muy lejos de una posición moral

Woody Allen recuerda en sus memorias el cuidado con el que los forenses le tomaron muestras de cabello, en el proceso de Mia Farrow contra él. «Lo haremos fácil», le dijeron (página 305), y asume que la amabilidad se debió a que es famoso... Imagina entonces cómo le arrancarían unos cabellos «a un no famoso, a un pobre, o a un negro»: «sin piedad», dice, seguro. Antes de lo ocurrido con «Lo que el viento se llevó», las presiones impidieron la prevista publicación de «A propósito de nada», el libro de Allen en Hachette (salió en una pequeña editorial), igual que anteriormente Amazon rescindió los contratos referentes a sus películas. Eso le pasó a él, un famoso, blanco para más señas, condenado por el pensamiento único, a pesar de haber sido declarado inocente por la justicia. Esa es la cuestión subyacente.

«Hoy no podría rodarse una película como «Lo que el viento se llevó», con toda lógica. Tampoco «El nacimiento de una nación», de Griffith. Ni siquiera estaría bien visto redactar una Declaración de Independencia como la de de 1776»

¿Cuándo dejamos renacer la censura en el arte, a quién le permitimos decidir a qué parte del mundo, del alma humana y del pasado no podemos asomarnos? ¿Y por qué? La pregunta es importante. Y no contiene nostalgia. Hoy no podría rodarse una película como «Lo que el viento se llevó», con toda lógica. Tampoco «El nacimiento de una nación», de Griffith. Ni siquiera estaría bien visto redactar una Declaración de Independencia como la de de 1776, que afirmaba que todos los hombres son creados iguales (referido sólo a los blancos) e inspirada por un propietario de esclavos como Jefferson. Por supuesto. Conocer cada época aporta elementos a nuestra visión de las cosas. Sin embargo, condenar la libertad del conocimiento es la mejor manera de dominación.

Cuando el guionista de «12 años de esclavitud», John Ridley, pidió a HBO que retirara «Lo que el viento se llevó» porque glorifica el sur esclavista y la cadena obedeció, ambos se situaron muy lejos de una posición moral. Lo moral sin la libertad y la elección no existe, la censura o la manipulación del pasado no es moral, es esclava de una ideología. Lo que molesta es el contenido que se desvía de los fines de una ideología que está devorando nuestra moral y nuestra época, que prefiere borrar lo que no le gusta, lo que no es «coherente».

«Cuando el guionista de «12 años de esclavitud», John Ridley, pidió a HBO que retirara «Lo que el viento se llevó» porque glorifica el sur esclavista y la cadena obedeció, ambos se situaron muy lejos de una posición moral. Lo moral sin la libertad y la elección no existe»

Hubo otras épocas. Leni Riefenstahl filmó obras maestras con Hitler. Serguéi Eisenstein las hizo con Stalin. Magistrales, al margen de esa consideración política o histórica, por motivos estéticos –y éticos por tanto–. Los sistemas totalitarios negaban espacios, bien al «arte degenerado», bien a cualquier expresión que no sirviera a la propaganda socialista, en su caso. Cada uno a su «coherencia».

Muchos artistas perdieron la vida o la libertad por ello. Esas referencias, que sí son morales con respecto al arte, son los traicionados por Ripley y HBO, a quienes vendría muy bien revisar el prólogo de Oscar Wilde para «El retrato de Dorian Gray»: «quien se adentra en una obra de arte lo hace por su cuenta y riesgo» o «no hay libros morales o inmorales. Sólo hay libros bien o mal escritos, nada más». Hay mucho pensamiento estético en ese texto. Y después de ese texto hubo mucho más. Lo aberrante es querer que haya menos y sólo sea relevante, sólo gravite sobre toda la historia la reivindicación del presente, de nuestra visión, y juzguemos a todas las épocas y creadores con esa lupa de la faraónica visión de nuestra pequeñez.

«Son los que dinamitaron los Budas de Bamiyán, quemaron brujas, y su espíritu inspira hoy, agazapado bajo la corrección política y el discurso único, a quienes retiran las obras de Balthus de los museos...»

El mundo nunca será coherente. Quienes lo han pretendido acabaron poniendo la realidad sobre un yunque para doblegarla con fanatismo y causaron sufrimientos. Son los que dinamitaron los Budas de Bamiyán, quemaron brujas, y su espíritu inspira hoy, agazapado bajo la corrección política y el discurso único, a quienes retiran las obras de Balthus de los museos, a quienes ocultan las películas de Woody Allen o Victor Fleming. Nos tratan como incapaces, desde la superioridad moral del nuevo progresismo, y no toleran que entendamos «Lo que el viento se llevó», por ejemplo, al margen de su admonición. Los nuevos censores son inquisidores que creen -como los antiguos- en la universal superioridad de su visión sobre las otras. Se ajustan como un guante a la distópica «Fahrenheit 451», desde su primera línea: «Era un placer quemar». Libros, épocas, nombres, hechos y obras que, a sus ojos, debe barrer el viento censor...

Los pelos de Woody Allen exigen que escrutemos el origen de ese vendaval de un modo más exigente y analítico, para cultivar nuestra libertad responsable y nuestras garantías de acceso a la cultura. La lógica de linchamiento público que sigue a actos eminentemente injustos como la muerte de Floyd no puede imponerse a dos mil quinientos años de tradición cultural. La protesta justa también puede acabar provocando injusticias y perder por eso mismo, la razón.

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