Salón del Cómic de Barcelona
Ibáñez sobre ruedas: ¡Más madera, esto es la repera!
La cita, que abrió ayer su XXXIV edición, propone un festín de viñetas para los amantes del género
Ibáñez, ayer, durante la presentación de su exposición en el Salón
Ahora que lo que se estila son los superhéroes de carne y hueso y que el cómic se ha convertido en fértil cantera de todo tipo de producciones cinematográficas y faraónicos proyectos audiovisuales, el Salón del Cómic de Barcelona sigue en sus trece y ... se entrega durante todo el fin de de semana a sus héroes de toda la vida. Héroes y heroínas de la vieja escuela como esas supermujeres que protagonizan «Ellas tienen superpoderes», exposición insólita que nos recuerda que Catwoman, Elektra, Hulka, Ms. Marvel. Moongirl y la Bruja Escarlata también se han entregado al noble arte de zurrarle la badana a los villanos; e infatigables adalides del humor servido entre tinta, trompazos y coscorrones.
El salón espera volver a batir sus récords
Hablamos, claro, de Francisco Ibáñez, maestro del tebeo español que sigue celebrando a lo grande su 80 aniversario con una exposición antológica que celebra toda su carrera. Seis décadas de muñeca prodigiosa y risas a todo color que bien podrían resumirse con ese «¡Más madera, esto es la repera!» que da título a uno de los apartados de la exposición. Porque, en efecto, esto es la repera, y ahí están para confirmarlo los exóticos habitantes del 13 rue del Percebe, Pepe Gotera y Otilio, Rompetechos, El Botones Sacarino y, claro, Mortadelo y Filemón. Todos ellos con apartado propio, ilustraciones a toda página y algunos tesoros nunca vistos como originales de «El sulfato atómico», la primera historia larga que Mortadelo y Filemón protagonizaron en 1969, justo cuando empezó su época de esplendor comercial. «Aquí ya son agentes de la T.I.A y aparecen por primera vez el Superintendente Vicente y el Doctor Bacterio», destaca el comisario de exposiciones del salón, Antoni Guiral.
Parodias y censuras
Con más de un centenar de originales y un exhaustivo repaso que cubre desde su primera historieta de 1952 para la revista «Nicolás» a sus tiras publicitarias para la kina San Clemente, Pepsi o la Agencia Tributaria, en la exposición dedicada a Ibáñez no falta de nada. Ahí están, por ejemplo, los originales para la editorial Marco, su salto a las ligas mayores de la ilustración -«En Bruguera me colé y ahí me quedé»-, celebrados cruces de caminos -«Rompetechos desvaría y quiere estar en la T.I.A»-, parodias nada veladas de los capitostes de la revista «DDT» y rescates de otras líneas de producción como «Godofredo y Pascualino, viven del deporte fino», «Tete Cohete», «Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo», «El Escudero Bartolo o ¡qué calor hace, Manolo!» o «La familia Trapisonda, un grupito que es la monda».
Las heroínas tienen el poder en el Salón
A esta última, recuerda Guiral, le añadió un plus de comicidad y surrealismo la censura cuando decidió que ese matrimonio en el que el marido, el ínclito Pancracio, siempre las pasaba canutas, se transformase como por arte de ensalmo en hermano y hermana. Nada grave si no fuera porque había por ahí dos niños que nadie sabía muy bien de quién eran.
Mejor correr que volar
El arte de Ibáñez, celebrado también por ochenta dibujantes e ilustradores que le han querido rendir homenaje, se cuela de manera involuntaria en la otra exposición estrella del Salón: «Viñetas sobre ruedas». Es ahí donde el Seat Spider 850 en el que Filemón se gastó todos sus ahorros o los sempiternos 600 que conducía Mortadelo comparten protagonismo con el deslumbrante cadillac de «Blacksad», el sidecar de «Indiana Jones y la Última Cruzada», el Ford Mustang de «Sin City», el jeep de Tintín en «Viaje a la Luna», el Honda 800 de Spirou, o la Harley Davidson de Lobezno. Vehículos reales que sirven para complementar los más de 200 originales que exploran la relación entre el mundo del cómic y los vehículos motorizadas y siguen su rastro en historias policiales, de superhéroes, deportivas y de aventuras.
El cadillac de «Blacksad»
La exposición, la más extensa y abultada del Salón, fagocita géneros y estilos para airear desde los inventos del TBO -un ingenio a dos ruedas que, a falta de un ingeniero en la sala, se ha tenido que reproducir en cartón piedra- a vehículos futuristas como la deslumbrante moto roja de Akira o el infalible Batmovil, ausente en su formato físico -no ha llegado a tiempo- aunque bien presente en viñetas como las del dibujante Frank Miller, invitado de honor de la cita barcelonesa.
Con más de 45.000 metros cuadrados para maniobrar a lo largo y ancho del noveno arte, en el Salón aún queda espacio para examinar de cerca el fenómeno de esas ilustradoras que, como Agustina Guerrero o Raquel Córcoles, se dieron a conocer a través de las redes sociales; y también para contemplar cómo la novela gráfica española está abordando temas como la pobreza, los desahucios y el racismo.
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