«Fortunata y Jacinta», la vida tal como fue

Mario Camus convirtió en serie de televisión la novela, y recogía y ensalzaba el monumental desafío narrativo de Benito Pérez Galdós

Ana Belén y Mario Pardo, en «Fortunata y Jacinto» ABC

El juego de las comparaciones de la literatura al cine es la historia del cine desde sus comienzos en 1895. El cine se nutrió de la literatura no solo en los argumentos, sino en el engranaje del relato . Los tiempos y las tramas. ... Pero el cine descubrió un límite que hacía, a menudo imposible, convertir ochocientas o mil páginas de una obra en poco más de una hora y media o, a lo sumo, dos horas. La elipsis, lo supuesto, los huecos y la premura de contar la historia obligaba a dejar demasiadas victimas (personajes, hechos, diálogos) en la cuneta.

El nuevo formato de las series televisivas permitía adentrarse en esas grandes obras literarias con suficiente margen de tiempo como para recrear de una manera total el original literario. Una de las grandes es « Fortunata y Jacinta » -programada en TVE a lo largo del lejano 1980-, serie dirigida, ejemplarmente, por Mario Camus , que recogía y ensalzaba el monumental desafío narrativo de Benito Pérez Galdós. Fiel a lo más difícil, mostrar la atmósfera y el escenario de la novela, Camus mantiene el pulso de un texto excepcional. Se lo permite el tiempo, diez capítulos en donde extenderse, recrearse, acometer las complejidades de los personajes, el fondo histórico sobre el que se desarrolla la acción, los escenarios por los que discurre esa tragedia, con su misterio y su destino, más allá del costumbrismo, del realismo y el naturalismo que había marcado la novela decimonónica.

Si «Fortunata y Jacinta» (1887) es hoy una obra cumbre de la literatura no solo española sino escrita en español (no es lo mismo, es más) es por ese poso de Comedia Humana a lo Balzac , esa compasión dickensiana hacia los personajes que revela cada página, y la sombra de Cervantes que ronda cada paso, entre la libertad, la denuncia y la melancolía, sin olvidar esos momentos de velada ironía que pesa sobre la propia historia no ya de España, sino de sus gentes, en un Madrid que adquiría los rasgos de una incipiente metrópoli atrapada entre el progreso, la tradición y el desánimo histórico. Una galería de personajes memorables, un centón de vidas cruzadas en los vericuetos de la lucha por la vida. El devenir de Fortunata, atormentado, furioso, salvaje y apasionado; la serena resignación de Jacinta, quien prepara su venganza, tan serena como implacable, sobre el «delfín» (un Juanito Santa Cruz , un mal pareciera genéticamente español sempiterno), la lúcida locura del entrañable y disparatado, Max Rubin; la cínica inteligencia de Feijóo, la desesperanza libertaria de José Izquierdo; la triste renuncia de Baldomero Santa Cruz , el servilismo humillante del correveidile de Estupiña; doña Lupe, la de los pavos.

Una cima narrativa. No es fácil trasladar ese laberinto de intereses, pasiones, intrigas, mentiras, traiciones, fondo histórico y político a la pantalla sin perder ni uno solo de sus misterios. Porque ya sea en las páginas galdosianas, ya en las excelsas imágenes de Camus, las sombras de todos esos personajes recorren hoy, 2020, la calle del Ave María, Cuchilleros . Allí están. Poseedores de una realidad más firme de la que cuantos hoy podamos recorre esas calles. El propio Galdós le respondería a una periodista: «Sí, la vida, qué misterio». El misterio que convierte la ficción en realidad. Tal como fue.

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